Capítulo 3: Pesadillas

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AVISO: Este capítulo contiene referencias de abuso sexual.

P.O.V. Lana:

En cuanto vi el moratón en la cara de Aymara supe que eso no había sido una tonta. Luego, su expresión y su comportamiento defensivo ante las preguntas de Ara y mías me lo confirmaron. Sin embrago, no tenía pruebas. Solo era una mera sospecha, así que decidí vigilarla un poco más de cerca. Conocí los signos de maltrato a la perfección, y aunque yo los había permitido durante gran parte de mi vida, o quizá, precisamente por eso... no permitiría que tratasen mal a los demás. Los recuerdos me asaltaron, pero logré controlar mi miedo por una vez y concentrarme en lo que nos estaba diciendo la tutora. No debía distraerme, era la delegada.

–... la reunión . Sí, será mañana después de las clases de la tarde. Allí conoceréis a los delegados y subdelegados de las otras dos clases, y deberéis elaborar un plan para todo el curso.

Asentimos rápidamente.

–Gracias, allí estaremos. ¿Dónde será? –preguntó Ara.

–Donde siempre –respondió la tutora, para después sonreír e irse.

Mi compañera sonrió ante sus palabras, y yo la miré, interrogante. ¿Dónde era "donde siempre"?

–No te preocupes, yo te guío. Iremos juntas mañana, espérame en la puerta a las 5.

Asentí, y ella dio media vuelta y se fue a reunirse con Aymara, que forzó una sonrisa dirigida a la pelinegra. Observé a la joven de cabello castaño atentamente. No, realmente no parecía contenta; por su expresión pasaban más bien la incertidumbre, el miedo y la inquietud, ocultas tras una máscara de tranquilidad que yo traspasé sin esfuerzo. Ella pareció notar que la miraba, pues levantó sus preciosos ojos marrones hacia mí y me dirigió una mirada indescrifrable hasta para mí, para luego decirle algo a Ara e irse. Verla me recordó que yo también debía irme, así que cogí mi mochila y me largué, sin despedirme de nadie, y esquivando miradas. Hoy estaba en un día especialmente malo; me sentía... bueno... no sabría explicarlo, pero mal en general. No me apetecía hacer nada, y menos hablar con más gente.


–¡Ya estoy en casa! –grité, y entré lo más rápido que podía en mi cuarto.

–Hola, cielo –contestó mi madre desde algún punto de la casa, seguramente la cocina –. ¿Qué tal te ha ido el día?

–Bien –mentí, escuetamente, tirando la mochila al suelo.

Después me tiré yo a la cama. Genial. Fantástico, pensé. La chica que me habían encargado ayudar me odiaba, y yo no sabía qué hacer para evitarlo; sufría (seguramente) bullying, y tampoco sabía qué hacer. Era delegada de toda esa clase llena de cafres que poco les importaban los demás (y menos Aymara), y ni siquiera era capaz de ayudarme a mí misma; y luego estaba ESO OTRO. Ese pequeño problema. Intenté contener el escalofrío, pero me recorrió entera, y respiré hondo. Ya está , no pasa nada, no pasa nada, me dije. No funcionó, claro, y me sumergí en el mismo infierno de siempre, del cual nunca lograba salir.

–¿Cielo? –me dijo mi madre.

–¿Hmmm? –contesté.

–Me voy a la compra, ¿te importaría poner la mesa? Te he dejado las cosas ya fuera.

–No, claro –dije.

Un cuadro de cliché con pinceladas creativasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora