Capítulo 1: Mi vida es la ley de Murphy, literal.

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Me miré al espejo antes de salir de casa para dirigirme al colegio, donde comenzaría nuestro primer día del curso de 3ºde la ESO, y mi infierno personal. Examiné a la joven morena, de ojos marrones y pelo castaño, ataviada con una camiseta blanca corta (aunqe no excesivamente) y unos vaqueros cortos simples, que me devolvió una mirada un poco apagada y más desilusionada de lo que acostumbraba (aunque nunca estuviera muy feliz por estas fechas, sbiendo lo que se me venía encima). Bueno, aunque ya casi había convertido esa sensación que sentía en cotidiana, tras llevar dos o tres días sufriendo, con ese nudo en el pecho, trs enterarme de que Ara, mi mejor amiga y mi amor secreto más hetero que... no sé quién salía con Marcos, el chico que le llevaba gustando desde hacía muchísimo. No me alegraba, pero nada, por ella; era una muy mala amiga, lo sabía, y eso me hacía sentir peor.

Respiré hondo. Debía tranquilizarme y aceptar de una vez por todas la realidad: nunca le gusté y nunca le gustaría a ella. Por mucho que me esforzase en ser perfecta para ella, nunca lo sería; siempre sería el mismo desastre, contrastando tan profundamente con ella: siempre tan perfecta. Nunca sucederá, me repito. Y no ayudará a mi vida el hecho de de estar deprimida el primer día de esa mierda que ellos llamaban educación, consistente en aprender cosas de memoria para luego escupirlas en un examen y que se te olviden al día y medio, que luego te puede salir mejor o peor según el día y que hacían que tu vida dependiese de eso hasta al menos los 20 años, de un número asignado o de letras; de una puñetera calificación. Mente fría.

Y sí, era la persona menos racional del mundo, por lo que me costó mantener la calma y devolverme una mueca que quería llamar sonrisa desde el otro lado del espejo. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo realizado, la calma no duró mucho, sino que desapareció, barrida por los celos y esa desagradable sensación en el pecho en cuanto abrí el el Whatsapp, en concreto el grupo del curso, y vi cómo felicitaban a la pareja. Mierda. Estampé el móvil contra la mesa, aunque luego, con un respingo, me avergoncé y asusté por mi pérdida de papeles y lo guardé en el bolsillo. Fruncí el ceño; no sé qué me había pasado. Yo no me consideraba una persona violenta; de hecho, yo era de esas que se guardaban para sí misma lo que sentían y por fuera siempre mostraban una cara tranquila, salvo cuando algo de verdad me sacaba de quicio o me apetecía mostrar mis sentimientos. Cuando no, pocas personas en el mundo podían descifrarme. Buno, estaba claro que seguiría amando a esa chica, me dijese lo que me dijese, pero no me iba a meter en medio; eso sería traición de verdad.

Sabía demasiado bien las consecuencias que conllevaba el simple hecho de ser lesbiana. Era plenamente consciente de ellas desde sexto de primaria, cuando comenzó a sentir algo más que amistad por aquella chica pelinegra con gafas que desde infantil había sido mi mejor amiga. Y aseguro que había muchísimas, lo digo para los heteros. Voy a enumerar las más obvias: 1) Es muy probable que te enamores de una hetero. Demasiado posible. 2) No lo puedes contar, al menos si no estás preparada o no sabes cómo reaccionará la gente y si es homófoba. 3) Duele ser diferente y no encontrar a nadie mientras ves cómo todos consiguen su pareja del otro sexo. 4) Al principio te odias y deseas ser como todo el mundo. 5) Es complicado aceptarte tal y como eres y mucho más dejar de sentirte sucia. Y más salir del armario, sobre todo si eres una persona reservada. 6)... Bueno, paré, ya que me estaba deprimiendo. Bueno, pero, al menos, ya lo sabía y lo había asumido hacía un año y medio o así, así que las cosas no podían ir peor. Solo... igual de mal. Ella seguiría feliz sacando las mejores de la clase, ajena a todo. Y yo... guardándome todo el dolor que sentía en mi interior. Las cosas no podían cambiar. Estaba convencida.

Pero, como muchas veces, me equivocaba (ya dije que no era lista, precisamente). Vaya si me equivocaba, ya que mi vida se empezó a torcer desde el momento en el que Lana entró en ella, y las cosas nunca volvieron a ser como antes.

Llegué al colegio bostezando y pronto entré en el aula, aburrida, y teniendo cuidado de esquivar a Marcos y Ara. Ya iba a tener suficiente dosis de acaramelamiento durante los recreos, así que, por mi bien, no era en absoluto necesario alargarlo más. Me encontré a la gente sentándose con quien quería, aunque yo, obviamente, preferí sentarme sola, pues vi que mi mejor amiga se sentaba con otra chica y la profesora de inglés que tenáimos desde primero se asomaba al aula. Esta mujer, de cabello marrón claro recogido en un apretado moño y ojos oscuros se detuvo a hablar con una chica que no había visto en mi vida, y que se había quedado al lado de la puerta, esperándola, aparentemente. Ambas intercambiaron sonrisas y se dijeron algo que yo no entendí debido a la distancia que nos separaba. Después, la profe se volvió hacia la clase, que, curiosa había dejado de hablar (con lo cotillas que eran, seguramente porque quería oír lo que hablaban ellas dos).

Un cuadro de cliché con pinceladas creativasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora