Capítulo 7: El roce hace el cariño

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P.O.V Aymara:

Había estado toda la semana estudiando con Lana todas las tardes, y con resultados satisfactorios. Ahora por fin había hecho todos los exámenes. Era viernes por la tarde y estábamos presentando el trabajo. Por supuesto, lo hicimos casi perfecto, y obtuvimos, satisfechas, un 9,75 de 10.

Volvimos a nuestros asientos contiguos, sonriendo, e hicimos algo que yo nunca imaginaría que haríamos. Sin pensarlo, chocamos los cinco y nos sonreímos.

Estaba tan embobada hablando con la joven rubia que me perdí la mirada contenta, y, a la vez, triste de una pelinegra, sentada algo detrás de mí.

Me levanté, recogí mis cosas, y me dirigí con la joven de ojos verdes a la salida, charlando animadamente.

Al llegar ahí, sin embargo me di cuenta, incómoda, de que ella ese día ya no venía conmigo. Algo cohibida, me paré y le dije:

–Oye... muchas gracias por ayudarme, no tenías por qué hacerlo y... pues eso. Gracias a ti he sacado mejores notas.

–No hay de qué, eres mi encargo engorroso, ¿no? –sonrió enigmáticamente, y yo puse mala cara, fingiendo enfado– Pero no te olvides de mí, que a la siguiente vez vuelvo, ¿eh?

Me reí y asentí. Luego, ella se despidió y se fue.

Me quedé mirando su elegante forma de andar, ese cabello rubio bien cuidado y su precioso cuello, de contornos suaves. Sin poder evitarlo, me empezó a latir un poco más fuerte el corazón.



–¡Ya estoy en casa! –grité, y, para mi sopresa, encontré respuesta.

–Hola, Aym, cariño, ¿qué tal el día?

–Bien –respondí, cogiendo a mi gato, que ronroneaba frotándose contra mis piernas– ¿Qué haces?

Me dirigí hacia la cocina, de donde salía su voz, y un fuerte olor a postre dulce inundó mi nariz.

–Galletas. Unas vecinas nuevas se mudaron al aldo hace como un mes o así, y quería darles la bienvenida. Sé que es algo tarde, pero no he tenido tiempo con el trabajo. Supongo que mejor tarde que nunca, ¿no?

–Ah, bueno –contesté, sin saber muy bien qué decir.

–Creo que allí vive una chica de tu edad, más o menos; vente conmigo, y así la conoces –comentó, mientras sacaba las galletas del horno, y las iba poniendo en una fuente, aún humeantes. Olían genial. Acerqué la mano a una... y me llevé el manotazo del siglo.

–Son para ellas, Aymara –mi madre ya me estaba dando la espalda; siempre tuvo buenos reflejos, demasiados como para que fueran buenos para mí–. Además, están ardiendo.

Resoplé, enfurruñada, y me senté en el sofá, mirando al vacío, y con los pensamientos, sin saber por qué, otra vez de guelta a Lana. Se me había hecho tan raro despedirme... era como si nuestra realción hubiera mejorado en unos momentos, en una burbuja creada a partir de los exámenes, pero como si esa burbuja se hubiera roto ahora... Y me daba tanta rabia... Había descubierto en ella una chica alegre, irónica, perfeccionista y dulce, que le importaba la opinión de los demás y se desvelaba por ayudar a cualquiera. Además... tenía un lado misterioso... un lado de oscuridad, sabía que ocultaba algo que no le había enseñado a nadie; un lado frágil y miedoso. Y eso yo quería descubirirlo. Quería saber qué pasaba ahí. Necesitaba descubrirlo. Pero no sabía cómo ni por qué. Solo sabía que cuando estaba con ella me sentía feliz, libre y... joder, tenía unas ganas de abrazarla... Y cuando me miraba así, después de una broma con esos ojos verdes, brillando cual esmeraldas... se me paraba el corazón de golpe, como si no tuviese claro el ritmo a seguir, y luego empezaba de golpe a latir alocadamente. 

Un cuadro de cliché con pinceladas creativasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora