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La familia Jones era una de las familias más adineradas de la costa de California en la época de los noventas y dueña de una magnífica cosecha de uvas, parte de la industria de vinos y jugos.

Como mano de obra acostumbraban a contratar a personas de bajos recursos e inmigrantes, sin embargo el truco tras esto era que la mano de obra era exageradamente barata, algunos lo verían más parecido a la esclavitud que a un trabajo digno,en parte era aprovecharse de la necesidad de las personas, aunque la familia no trataba del todo mal a los empleados.

A la llegada de la primavera un nuevo grupo de migrantes arribaba las costas de California.

Para aquellas fechas era común que un par de familias terminara llegando a la siembra en busca de trabajo temporal o fijo, en ocasiones el mismo patriarca de la familia buscaba a sus empleados, pero en la mayoría de los casos las personas buscaban un trabajo con tanta desesperación que aceptarían cualquier tipo de trato con tal de tener algo con que alimentarse y un techo, aún si estos tenían las peores condiciones.

Por supuesto, la familia Jones no podía desaprovechar esa gran oportunidad, y sin duda contrataban a familias enteras por determinado tiempo, y si tenían suerte pasaban años trabajando para los Jones, si tenían aún más suerte, lograban superarse y salir de ahí aún lugar mejor. Pero sin duda la mayoría no corría con aquella suerte.

A mediados de abril la familia Qian llegó a la viña.

Era una familia pequeña, de origen chino, conformada por un padre, una madre y sus dos hijos, los cuales rondaban los 20 años y 8 años cada uno.

Para las familias inmigrantes era difícil llegar a un nuevo país en busca de nuevas oportunidades para prosperar, pero era aún más difícil para los inmigrantes que venían de etnias diferentes y que tenían rasgos lo suficientemente distintos a los locales como para diferenciarlos.

Después de un viaje de semanas en barco, la familia Qian había pasado por un sinfín de desgracias, tan solo por la idea de tener un futuro mejor, principalmente para sus hijos. Y a pesar de que un par de veces disfrutaron de un bonito atardecer en medio del océano, aquel fue casi una tortura.

Sin duda al momento de tocar tierra firme casi besan el suelo de la felicidad.

En ese punto ya habían intercambiado la gran mayoría de monedas que les quedaban durante el viaje y lo poco que quedaba les alcanzaría para nada si intentaban comprar algo en el barco, que al haber pasado tantos días en medio del agua, había aumentado los precios por la escasez de recursos.

Por ser aquel barco uno que cargaba con una gran cantidad de inmigrantes, los recursos en él casi se acababan para cuando arribaron, por ende, las porciones disminuían cada vez que su destino soñado se acercaba más y más.

Por ende también, la familia tenía una desnutrición horripilante, casi tan mala como la deshidratación con la que habían arribado.

Todos estaban sucios, olorosos a sal, con las mejillas terriblemente enrojecidas por las horrendas quemaduras de sol y sobre todo cansados.

Lo primero que querían hacer aquel día era comer, así que contaron las pocas monedas que quedaban, y se quedaron todos juntos cuidando sus huesudas espaldas en algún lado del muelle, mientras el padre caminaba un poco para encontrar un lugar donde pudiera comprar algunos pedazos de pan y lo que le alcanzara de agua.

Al cabo de varios minutos el hombres se acercó de nuevo con su gente, entregándoles dos pequeñas botellas de agua y un paquete colorido de seis galletas que nunca habían visto ni probado, el cual de alguna manera repartieron equitativamente entre los cuatro.

Comieron tan rápido que cualquier velocista se sorprendería por la velocidad en la que lo habían hecho, aunque sin duda aquello no había sido un gran alimento, incluso para la pobreza a la que estaban acostumbrados.

𝒮𝑜𝓊𝓇 𝑔𝓇𝒶𝓅𝑒𝓈 | ᴊᴀᴇᴋᴜɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora