Día 8

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La imprevista conversación con su hermana la mañana del día anterior, dejó a Emilio con la más inusual sensación.

Romina en su infancia, al igual que él, se esforzaba por ser la hija perfecta. Una niña muy correcta y siempre con las mejores calificaciones. Sin embargo, ser la mayor y ser mujer no fué para nada una buena combinación.

Su padre sólo tenía ojos para su anhelado hijo varón y sin importar cuánto ella se esforzara, Emilio siempre sería el único motivo de orgullo para él.

Llegó a sentir un incontrolable resentimiento hacía su pequeño hermano, no obstante al llegar a una edad más adulta, se dió cuenta que Emilio no era más que otra triste víctima del machismo de su progenitor.

Se sentía aliviada de no tener que ser ella, la que cargara con la terrible responsabilidad de ser siempre la imagen de la perfección. Y poco a poco se fué revelando y alejando su vida de lo que sus padres querían para ella; ser una buena esposa y tener muchos hijos.

Estudió sin importar los exagerados reproches y chantajes de su madre, sin prestar atención a la furia de su padre. Y sin duda fué la mejor decisión de su vida, a sus casi 35 años, era pediatra y había llenado su vida del amor de cientos de niños vulnerables en Sudáfrica, dónde había decidido ir a ejercer su profesión cómo voluntaria en una organización de ayuda humanitaria.

Después de tanto tiempo, Romina aún desde la distancia podía sentir pena por su hermano; era consciente de que su matrimonio era una mentira y que toda su vida era una triste farsa, que buscaba complacer a sus padres.

Jamás lo hablaron, ella jamás le dijo su sentir y la lástima que su vida le provocaba, sólo llamaba de vez en cuándo para saber de su sobrina y en general de todo. Eran llamadas breves y estrictamente cordiales, cómo si se tratara de personas que no se conocen lo suficientemente cómo para bromear y hablar de manera más coloquial.

Por eso, es que precisamente esa llamada cambió todo para ambos. Sin duda fué un fuerte, pero necesario impacto en sus vidas.

Romina sabía por su madre que su hermano estaba pasando el confinamiento en su trabajo, de ahí la impresión de ver tan recientes marcas de amor en su cuello.

Hubo un largo silencio y la castaña tuvo que repetir la pregunta para hacer reaccionar al oji-café.

- Emiloo... ¿Son chupetones? - inquirió con un gesto de sorpresa.

- Eh, no lo sé... Quizás algo me dió alergia, no me he visto al espejo hoy - la voz temblorosa y dubitativa del rizado sólo hacían que fuera más evidente la situación.

- No trates de engañarme hermano, no hay alergia que se vea así... Soy médico, ¿lo recuerdas? - inesperadamente para el menor, Romina soltó una agradable risilla.

- Lo siento Romi, pero por favor no le vayas a decir nada de...- el rizado continuaba nervioso, y ahora ya rendido intentaba suplicar por la discreción de su hermana, pero antes de terminar ésta lo interrumpió abrupramente.

- ¡Oh por Dios Emilio!... No lo menciones ni de broma, ¿Qué clase de hermana crees que soy?...- la muchacha arqueó las cejas y cambió su gesto a uno más serio.

- En realidad, yo no lo sé...- un Emiloo más nervioso a cada instante se podía ver a través de la pantalla, pues aún no comprendía ni mucho menos esperaba la reacción de su hermana. Su relación era tan distante hasta entonces, que pensar que Romina lo acusaría de inmediato con su madre, era una posibilidad.

- Tranquilo Emilio, yo jamás te delataría... Y en el fondo no sabes cuánto me alegra saber que hay algo de... Emoción en tu vida - la castaña le sonrió dulcemente y su hermano no podía verse más sorprendido.

30 Días Para Ser Infiel  //  Adaptación Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora