Capítulo 1

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—Jhon, despierta hijo. —Alcanzo a escuchar la voz de mi madre a mitad de mi sueño—. ¿Te encuentras bien? Estas sudando y decías palabras incoherentes.

—Buenos días mamá, sí, si me encuentro bien. —Respondo mientras trato de recordar mi sueño—. ¿Y tú?, ¿Cómo amaneciste?

—Perfectamente, ¿sabes quién creo que no amaneció bien?

— ¿Quién? —le pregunto una vez me he levantado de la cama.

—Tú —la volteo a ver confundido—. ¡Te toca ir al mercado!

— ¡Que! ¿No es cierto?, si fui hace dos semanas.

—No pretenderás que los alimentos duren más de dos semanas ¿o sí? —dice mi madre burlona.

—Podrías hacerlos durar...

—Podría.... Pero por el momento, no.

—Pero si sabes que odio ir al mercado, nunca sabes quién está a tu lado, ¿qué tal que haya un inyectado? —Le dije a mi madre frunciendo el ceño—. ¿Quieres que vaya a la cárcel? ¿Qué me condenen a la pena de muerte?

—Exageras... Cuando estés listo ve a la cocina para entregarte el dinero.

Al salir del baño me coloque un jean y una camisa blanca, me seque el cabello y me recosté en la cama.

— ¡Jhon! ¡Baja!

Al bajar las escaleras, me dirijo a la cocina, mi madre me entrega el dinero, la lista y me dice que no me tarde y no hable con desconocidos. —Como si fuera un bebe— pienso.

—Adiós.

—Cuídate hijo.

Iba directo al mercado, para ser preciso, queda a cinco calles de mi casa. Es realmente grande, se encontraba en el centro de la ciudad, y era porque, poco después de que saliera la inyección demolieron los edificios que había en el centro de la ciudad para formar el mercado, el cual, es el único lugar de la ciudad donde se pueden comprar alimentos. Me imagino a todas aquellas personas que viven a las afueras de la ciudad y pienso en todo lo que tienen que recorrer y doy gracias de que son solo cinco calles que tengo que caminar.

Mientras seguía caminando, empiezo a recordar más detalles de aquel sueño, empiezo a distinguir cada uno de los sonidos. Gemidos, gritos, lamentos, acusaciones.

Me detengo al darme cuenta de que estoy siete calles después del mercado.

— ¡Bravo Jhon! Te quejas de no querer caminar y aun así has caminado doce calles. —me digo a mi mismo en voz baja.

—Hola Jhon, ¿qué vas a llevar? —me saluda el vendedor.

—Lo de siempre —dije mientras revisaba la lista—, cebolla, oréganos, broco... —me detuve al ver a la chica que estaba a tres metros de mí, nunca antes la había visto en el mercado, no es tan alta, quizás mida 1,68 centímetros, es de tez blanca, tiene ojos pequeños y de color azul oscuro, cabello rubio, nariz respingada, lleva un abrigo de rayas y un jean negro. Era simplemente hermosa.

— ¿Jhon? —el vendedor está esperando a que siga diciendo los demás alimentos, así que le entrego la lista.

Me acerco a ella y noto que se está comiendo un mango; lo sostiene con la derecha mientras que con la izquierda le paga al vendedor.

—Hola, ¿Así que te gusta el mango? —le pregunto deseando que me responda y no me ignore.

—Hola, sí, es mi fruta favorita —me responde con una sonrisa—. Toda mi vida he deseado que el mango sea una fruta importante y que se use en todo tipo de comidas.

Me quedo sorprendido y logro escuchar que me pregunta si me gusta.

—En realidad; no, es la única fruta que no me gusta, aun así, no juzgo a las personas que le gusta, cada quien con sus gustos ¿no?

—Exacto, por fin alguien que me entiende, todos los demás dicen; ay no, si te gusta aquel cantante no puedes ser mi amiga. Y no se dan cuenta que ahora hay tan pocos cantantes.

—Sí, te entiendo.

Alcanzo a mirar que deja escapar una sonrisa; entonces le pregunto su nombre.

—Marylin ¿Y el tuyo?

Digo mi nombre sonriendo.

— ¿Vives por aquí? Para acompañarte —le pregunto.

—No, vivo un poco lejos ¿Y tú? ¿Vives cerca?

—Si, a cinco calles.

—Qué bueno por ti, no te toca caminar tanto —sonríe—. Bueno, me tengo que ir, fue un placer conocerte Jhon.

Esas son las últimas palabras que escucho de ella antes de darse la vuelta.

—Marylin —dije un poco fuerte porque todos me voltearon a mirar y después de dos segundos siguieron en lo que estaban, Marylin se dio la vuelta y yo le pregunte—. ¿Nos volveremos a ver?

—Ojala así sea —me sonríe y retoma su camino.

Vuelvo con el vendedor, reclamo las bolsas, y le pregunto por Marylin.

—Imagina esto, tú vienes veinticuatro veces al año aproximadamente, ella solo viene cinco veces.

— ¡Que! —respondo un poco alterado y a la vez frustrado.

—Sí, lo sé, además, nadie aquí; sabe nada de ella.

—Está bien, gracias.

De regreso a casa solo pienso en ella, pienso en su físico, en como se expresaba de su fruta favorita y pienso que debería consumirlo más a menudo, sería una forma de recordarla hasta que nos volvamos a ver; entonces pienso en sus últimas palabras y se me viene a la mente que ella también quiere volver a verme.

— ¿Cómo te fue hijo? ¿Está todo completo?

—Sí mamá —dije mientras ella me daba un beso en la mejilla.

—Perfecto —dijo con una sonrisa—. El almuerzo estará listo en dos horas, si quieres puedes recostarte un poco.

—Está bien.

Al llegar a mi habitación, el recuerdo de Marylin se va desvaneciendo a medida de que me voy quedando dormido.

Amor Con  SíndromeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora