Una vez terminada la obra no había vuelto a ver a Jesús. Regresé a Betsaida con mi familia.
El astillero estaba localizado entre Betsaida y Cafarnaún en una pequeña explanada cercana a Corazim. Mi padre decidió que lo mejor era que yo me hiciera cargo del astillero, como encargado. Mi lugar ahora estaba en la caseta la mayor parte del día haciendo cuentas, comprando materiales y administrándolos. Y por supuesto, haciéndome cargo de los impuestos correspondientes. También vendía las barcas y me ocupaba de todo el papeleo, que por aquel entonces no era mucho. Cuando tenía un rato libre en la caseta bajaba a la explanada a ayudar a alguno de mis hombres. Mi padre venía de vez en cuando a ver como iban las cosas, pero pasaba gran parte de su tiempo en casa o hablando con los constructores. Confiaba en mi, según decía.
Así pasó un tiempo. De vez en cuando me dirigía con las cuadrillas de carpinteros a talar los árboles necesarios al norte de Cesárea de Filipo, dejando un hombre de confianza en el astillero.
Tres años después de Tiberías volví a ver a Jesús. Fue en una de estas salidas con las cuadrillas de carpinteros. Echábamos varios días fuera de casa, acampábamos en el bosque. Solía quedarme solo porque normalmente estas salidas eran en invierno y prefería que mi familia se quedara en casa, cerca de mis padres y no conmigo en medio de las tormentas de nieve que, a veces, había. Hannah estaba embarazada del quinto bebé ese año.
Estábamos en las laderas del Monte Hermón talando grandes cedros. En aquella ocasión, Jesús estaba allí, pero... ¿Cómo?
—Hola, ¿qué haces aquí? —pregunté extrañado.
—Cosas de tu padre. No tenía nada que hacer y el me propuso venir en esta cuadrilla a talar árboles.
—Pero de las cosas del astillero me ocupo yo —estaba enfadado con mi padre. ¿Por qué se entrometía en mis asuntos? Al menos, podría habérmelo dicho.
Él se encogió de hombros y se dispuso a montar su tienda. Yo también fui a montar la mía. No hemos hablado en todo el día. Estaba molesto, pero no por él.
El último día en el bosque nos sentamos alrededor del fuego para calentarnos. Jesús estaba a mi lado. Después de hablar de cosas sin importancia con todos, me levanté para ir a mi tienda.
—¡David!
Me giré. Era él. Me acerqué y le ofrecí hablar en mi tienda.
—Por lo que veo esta vez has venido solo.
—Si, los niños son pequeños y no quiero que se resfríen. ¿Qué querías?
—Este es mi último día de trabajo como un hombre normal. A partir de ahora haré otros trabajos —dijo.
—¿A qué trabajos te refieres? ¿No te meterás a publicano o, peor aún, a la lucha armada contra Roma?
Se rió con franqueza.
—Claro que no. Voy a bautizarme.
—¿Que vas a qué? —pregunté extrañado.
—Juan el Esenio bautiza en el Jordán. Mucha gente lo hace para el perdón de los pecados y dar comienzo a una vida nueva. Yo también lo haré.
—Temo no entender. ¿Bautizarte? Eso es simplemente sumergirte en el río. Yo también me bautizo después del trabajo en el astillero, cuando aprieta el calor —me reí—. Es simplemente agua, amigo.
—Sabía que te lo ibas a tomar así, de broma. No, no es broma. Me voy a bautizar para el perdón de los pecados. Quiero comenzar una nueva vida y esa es la puerta de entrada —dijo—. Ven conmigo, David.
—¿Yo? No, gracias.
—Entonces, seguro que tus hermanos me acompañan.
—Es mejor que no, Jesús. Los romanos tienen a ese tal Juan en el punto de mira. Los fariseos, los saduceos también. Y, sobre todo, Herodes.
—Herodes, si, a causa de Herodías. Juan dice que están en pecado porque ella es la esposa del hermano. ¿Tu que piensas?—me dijo.
—¿Yo? No se nada de ese asunto. Aunque si ese esenio se metió con Herodes creo que lo va a tener difícil. ¿A quién se le ocurre dar lecciones de moral a ese rey? Es perverso.
—¿Es perverso dar lecciones de moral o Herodes? —dijo riéndose.
—Ese hombre es un tirano. No tardarán los herodianos a hacer acto de presencia. Cuando eso suceda espero que mis hermanos no estén presentes—dije.
—David, sígueme —dijo Jesús mirándome de frente. Su tono era firme, pero al mismo tiempo suave.
—¿Estás loco? Ni de broma te seguiré. Yo no soy de esos.
—Quizás algún día cambies de opinión. Después de mi bautizo comenzaré a predicar la Palabra de Dios por Judea y Galilea. En algún momento tendrás que encargarte de los asuntos del Padre. Y mi comienzo es ahora.
—Por cierto, no has venido en la cuadrilla. ¿De dónde has venido?
—Pasé unos cuantos días acampado en el Hermón —dijo él señalando la cumbre de la montaña.
Se levantó y dimos por terminada la charla. «Es un buen hombre —pensé—. Pero está un poco loco».
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Yo conocí a Jesús
Historical FictionDavid Zebedeo relata su vida, cómo conoció a Jesús y como ha vivido su amistad con él y con sus discípulos (y discípulas)