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1608

Los años transcurrieron, exactamente siete, y Aysel había crecido no solo en edad, sino también en belleza y sabiduría. A sus 22 años, era una joven hermosa que, a pesar de las múltiples propuestas de compromiso y ofertas de libertad por parte de Geverhan, prefería permanecer junto a la sultana. Había forjado un vínculo especial con ella, que trascendía la relación de dueña y esclava; era como una madre, al igual que la sultana Azra, quien también compartía momentos significativos con su hija adoptiva.

Aysel había aprendido mucho del imperio durante esos años, gracias a las mejores maestras a su disposición. Además, había cambiado de religión en un intento de enterrar su pasado.

De Ahmed, el sultán que ascendido en 1603, solo conocía a través de susurros entre los guardias. A pesar de anhelar acompañar a las sultanas en momentos importantes, como los nacimientos de los príncipes, entendía su lugar como esclava y se contentaba con cumplir sus tareas, encontrando alegría en los logros de su sultán y el bienestar del imperio.

Un día inesperado, Geverhan llamó a su leal criada, Aysel Hatun, para sostener una conversación que cambiaría el curso de sus vidas.

—Me ha llamado, mi sultana.

—Aysel Hatun.—La saludó Geverhan con un tono cargado de melancolía, con cuidado acarició el rostro de la muchacha y dijo aquellas palabras con un nudo en la garganta.—Valoro profundamente todos estos años de tu compañía, pero ha llegado el momento de que dejes este palacio.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Aysel. ¿Irse? ¿Dejar a su sultana? La sola idea le resultaba incomprensible; ese lugar no era simplemente un palacio, era su hogar, donde cada rincón estaba impregnado con los recuerdos de servir a la sultana.

—Mi sultana... No deseo alejarme de su lado.—Se arrodilló ante ella, los ojos brillándole con la suplicación de quedarse.

—La decisión está tomada, Aysel.—Geverhan le hizo un gesto gentil para que se levantara.—Desde la muerte de la madre sultana Handan, mi madre, la sultana Azra, ha tomado su lugar en el harén y necesita a alguien de confianza. Todos aquellos que estuvieron con ella han partido hacia la gloria de Allah, y con Safiye intentando conspirar en las sombras, quiero que alguien tan confiable como tú esté a su lado.

Aysel, al escuchar estas palabras, sintió que el peso de la tristeza y la responsabilidad caía sobre sus hombros. A pesar de su deseo ferviente de quedarse junto a Geverhan, comprendía la importancia de su deber. Levantó la mirada, reflejando la lealtad y el compromiso que había mantenido a lo largo de los años.

—Lo haré, mi sultana. Protegeré y serviré a la sultana Azra con la misma devoción que he tenido con usted. Pero, mi sultana, siempre llevaré tu esencia en mi corazón.

Geverhan se acercó a Aysel y la abrazó con ternura. Sus ojos revelaban la tristeza de una despedida inevitable.

—Aysel, mi querida, has sido mi sostén y mi confidente. Siempre te recordaré con cariño. Pero ahora, tu lealtad iluminará otros rincones del imperio. Ve y cumple tu deber con la misma gracia que siempre has demostrado. Prometo enviarte cartas y algún día poder visitarte.

Aysel, con lágrimas en los ojos, asintió con resolución y supo así que su vida tendria un gran cambio, estaba dejando a quien amaba como una madre atrás para poder servir con lealtad como habia prometido. Y recordando como alguna vez llegó con Geverhan se encaminó en aquel viaje hasta topkapi pero había valido la pena.

Derniere danse ii |Sultan Ahmed.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora