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Topkapi
1609

En el antiguo palacio, Kosem continuaba enfrentándose a su propio castigo, una mezcla de nostalgia por su vida pasada y una rabia ardiente que la consumía. Juró venganza contra aquellos que la desterraron, y su mente maquinaba planes oscuros para regresar y reclamar lo que consideraba suyo.

Un día, mientras Kosem reflexionaba en su exilio, recibió la visita inesperada de un espía del palacio principal. Movido por la promesa de recompensa y resentimientos internos, el espía llegó con noticias que avivaron la chispa de la venganza en el corazón de Kosem.

—Dime, ¿has hecho lo que te ordené?—preguntó la Griega.

—La sultana Azra ha recibido su dote mensual de medicina, me aseguré de usar un veneno tan ligero que, aunque tardará en hacer efecto, también será imperceptible para quien lo beba.—informó el espía, sus ojos reflejando la ambición.

—¿Qué más sabes? ¿Cómo están mis príncipes?—preguntó Kosem con una mirada intensa.

Consciente del valor de la información que poseía, el espía habló con cautela.

—La sultana Aysel se acerca al alumbramiento de su hijo. Su papel como madre de los príncipes ha complicado su embarazo; en más de una ocasión ha pasado en la enfermería débil.

Las palabras del espía avivaron la sed de venganza de Kosem. La promesa de caos en el palacio principal le proporcionó un nuevo propósito. Sus ojos brillaron con determinación mientras trazaba planes para su regreso.

De vuelta en el palacio principal, una embarazada Aysel disfrutaba de la comida con sus hijastros. Los pequeños, de apenas un año y poco más, compartían una convivencia tranquila.

—¿Te gusta esto, Mehmed?—sonrió Aysel, dándole de probar una de las comidas preparadas especialmente para ellos.—Tienes que comer mucho para ser un gran príncipe.

En un instante, Aysel sintió las primeras contracciones. Sin experiencia previa, pensó que era solo una falsa alarma como en ocasiones anteriores.

—Mi sultana, ¿se siente bien?—preguntó una de las mujeres.

—S-sí... El bebé es algo inquieto, eso es todo.—murmuró con una mano en su abultado vientre.—¡Agh!

Las criadas, alertadas, llamaron apresuradamente a las parteras, quienes llegaron pronto y solicitaron llevarse a los niños para la tranquilidad de la sultana en labor de parto. En la intimidad de los aposentos, Aysel entregó su fuerza a la marea de contracciones mientras las parteras guiaban con paciencia y sabiduría el nacimiento de su hijo. Tan pronto como los gritos de Aysel resonaron en el palacio, el sultán fue avisado. Azra, al escuchar que un miembro de la dinastía estaba por nacer, acudió a la compañía de Aysel.

—¡No puedo! ¡Me duele mucho!—se quejó con las lágrimas resbalando en su rostro.

—Tranquila, querida. El dolor pasará; tu hijo está por nacer.—intentó transmitirle la calma que necesitaba.

—¿Dónde está mi esposo? Quiero tenerlo a mi lado.

Pronto se le negó su deseo, ya que el sultán no podía pasar hasta que el bebé hubiera nacido.

—La tradición nos separa físicamente, pero su amor te abraza desde el otro lado de esa puerta. Siente su presencia en cada contracción.

El silencio se rompía ocasionalmente con susurros alentadores hasta que finalmente se escuchó el llanto del recién llegado, anunciando la continuación de la estirpe real.

—¡La luz de una nueva vida ha llegado, mi sultana! Es una niña hermosa.—anunció la partera con la bebé llorando en sus brazos.

—Una niña...—habló alegre y muy debilitada.

Para la alegría de la sultana, la puerta se abrió, permitiendo la entrada del padisha, quien ansioso se acercó a la cama donde reposaba su esposa.

—¿Cómo estás, Aysel? ¿Y nuestro hijo?—habló dejándola posar su cabeza en su hombro.

—Amor mío, es una niña. Nuestra hija ha llegado a este mundo.

Una criada se acercó sosteniendo a la recién nacida, quien envuelta en mantas fue recibida por su padre.

—Heredó la belleza de su madre.—sonrió para luego besar la frente de su princesa.

La ceremonia de nombramiento inició, Ahmed observaba casi hipnotizado a su niña, pensando en qué nombre darle.

—Tu nombre es Geverhan, tu nombre es Geverhan, tu nombre es Geverhan.—arrulló a su hija, dándole el nombre de la mujer por la que pudo conocer a su amada esposa.

Azra miró a su bisnieto con cariño al escuchar aquello; la felicidad de los recientes padres alegraba lo más profundo de su corazón.

—Felicidades.—Azra habló.—Espero que crezca sana y sea muy sabia.

—Amén.—dijeron al unísono.

Ahmed entregó a su hijo a Aysel, no sin antes plantar un cálido beso en la cabeza de su favorita.

En medio de esta aparente dicha, el destino de la familia real pendía de un hilo. Sin saberlo, la amenaza de Kosem se cernía sobre ellos como una sombra oscura. La vida en el palacio continuaba, pero el espectro de la venganza estaba a punto de desencadenarse.

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⏰ Última actualización: Jan 02 ⏰

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