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Topkapi
1608

La suave luz de la luna se filtraba por las cortinas, creando una atmósfera mágica en la habitación adornada con velas. Aysel, con el corazón latiendo con fuerza, mantenía su cabeza agachada, una mezcla de nervios y anticipación reflejándose en sus ojos. Temía lo que pudiera suceder esa noche, pero la incertidumbre se mezclaba con la chispa de la curiosidad.

Antes de que pudiera articular palabra alguna, la presencia del sultán alertó en la estancia, marcando el inicio de un momento crucial. Aysel, reconoció el protocolo; el dobladillo de la túnica del sultán indicaba la veneración que debía mostrar. Sin embargo, el misterio que envolvía la velada solo intensificaba su ansiedad.

—No he pedido compañía, vete.—dijo el sultán, su tono resonando con una extraña mezcla de autoridad y desconcierto.

Aysel, superando su nerviosismo, levantó la mirada, topándose con los bellos ojos del padisha. Al encontrarse con ese cruce de miradas, Ahmed sintió una conexión instantánea, como si el tiempo se hubiera detenido. ¿Acaso estaba soñando? ¿En verdad tenía a la razón de sus desvelos frente a él?

El sultán, Ahmed, percibiendo la tensión en el ambiente, se aproximó con elegancia y gracia. Su presencia imponente llenaba la habitación, pero sus ojos reflejaban algo más: un anhelo que, aunque oculto tras la máscara de su posición, no pasaba desapercibido. Con un gesto gentil, Ahmed levantó la mano y, con la punta de los dedos, tocó el mentón de Aysel. Su rostro, iluminado por la tenue luz lunar, mostraba ansias contenidas, pero también un deseo genuino de entenderla.

En ese breve intercambio, se cruzaron miradas que parecían desentrañar los secretos más profundos de sus almas, como si fueran dos almas destinadas a encontrarse en medio de la noche encantada.

—Aysel, luz de luna —susurró Ahmed, su voz resonando con un tono que parecía extraído de un cuento de las Mil y Una Noches—. No temas.

La francesa, aún nerviosa, encontró consuelo en las palabras del sultán. La atmósfera cargada de expectación y misterio comenzaba a transformarse en una danza sutil entre dos almas destinadas a encontrarse en medio de la noche encantada.

—Una vez más, Allah me permite contemplar este hermoso rostro a la luz de la luna.—acarició la mejilla sonrojada de la odalisca, quien temblaba ante su tacto y su imponente voz.

Aysel, con voz suave pero llena de emoción, respondió.

—Mi señor, es un honor ser contemplada por tus ojos... No puedo evitarlo, temía su desprecio.

La incertidumbre en el aire se disipaba, dando paso a una conversación cargada de significado y posibilidades.

—Deseo conocerte, Aysel, más allá de las formalidades. Quisiera entender los secretos que tu mirada esconde y descubrir la mujer que se oculta detrás de la cortina de la obediencia.—confesó Ahmed, sus palabras resonando con sinceridad.

—¿Cómo podría una simple odalisca como yo atraer la atención de un hombre tan distinguido como usted?—Aysel, con las mejillas ardiendo, balbuceó.

—La distinción está en la autenticidad, Aysel. En esta noche, no hay jerarquías ni formalidades. Solo dos almas buscando comprenderse en medio de la oscuridad y la belleza de la luna.—Ahmed sonrió con ternura mientras deslizaba su pulgar en el rostro de su esclava tratando de tranquilizarla.

Con una cadencia pausada, él dirigió con delicadeza su rostro hacia la presencia encantadora de la mujer, cuyos cabellos dorados parecían iluminar la atmósfera a su alrededor. La proximidad creciente entre ambos desencadenó un susurro sutil de anticipación en el aire, y sus labios, como mariposas cautivadoras, rozaron con ternura en un delicado encuentro.

Derniere danse ii |Sultan Ahmed.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora