Horacio Pérez

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Sebastián condujo al grupo de turistas por los muelles del complejo, comentándoles de los servicios de los que disponían, con la atención plena y el cuidado requerido.

Todo estaba diseñado para recargar su cuerpo, mente y alma en placentero descanso.

Volkov lo escuchaba atentamente, curioso por visitar el tan mencionado spa una vez que dejara sus cosas en su habitación. En cambio, Greco ni siquiera escuchaba; pues lo que él quería era salir cuanto antes a bucear.

Poco a poco el grupo fue disminuyendo, dejando a cada huésped en sus respectiva villa, Viktor admiraba cada uno de los bungalow, con características diferentes pero todas ciertamente lujosas. Cuando llegaron a la suya el corazón se le paró.

No esperaba que se encontrara ubicada en la última línea, justo a la orilla del mar.

Sebastián les comentaba que contaban con un área exterior privada y amurallada, habitaciones separadas equipadas con todos los servicios de internet y entretenimiento necesarios, junto a un jacuzzi para dos

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Sebastián les comentaba que contaban con un área exterior privada y amurallada, habitaciones separadas equipadas con todos los servicios de internet y entretenimiento necesarios, junto a un jacuzzi para dos. Greco obviamente no tardó en bromear sobre esto.

—Le daremos buen uso, ¿Cierto, cariño?

Volkov sólo lo miró mal y agradeciendo a Sebastián por la bienvenida, se despidió para ingresar a su cuarto.

—Disculpa, Sebastián. Necesito pedirte un favor. — Habló el barbudo antes de que el joven se retirara.

—Por supuesto, ¿En qué puedo ayudarlo?

Greco le comentó sobre su necesidad de contratar los servicios de un guía por las tres semanas que pasarían en la isla, y le pidió alguna tarjeta o referencia para contactarlo cuanto antes.

Sebastián amablemente le dio varios nombres y le dijo que con gusto le acercaría hasta su cuarto los números que conocía, recomendándole especialmente a un chico, llamado Horacio Pérez.

Greco dejó marchar al trabajador luego de agradecerle. Entró a la pequeña casa también y dejó sus maletas no muy lejos de la entrada, presuroso por salir nuevamente.

Avanzó por la orilla mientras se quitaba los zapatos, con los pies acariciados por el agua salada y observó a lo lejos a un surfista, dominando las ondulaciones del mar hábilmente.

Sonrió emocionado de tan sólo imaginar que hacia lo mismo que él, aunque en su puta vida había montado una tabla.

En ese momento el chico volvía hacia la costa justo por donde Greco paseaba, para emoción del barbudo que esperaba intercambiar unas palabras con él.

Horacio nadaba hasta la arena como una bala, pues llegaba tarde a su reunión con su socio y mejor amigo, Gustabo. Probablemente el rubio ya estuviera molesto con él, explotando su celular con llamadas y mensajes.

En su apuro no vio al hombre que lo esperaba cruzado de brazos, y casi lo taclea cuando Greco se interpuso en su camino.

—Oye, lo hacías increíble. Me preguntaba si podrías enseñarme.

—Eh... ¿Disculpa? — Horacio lo miró como si tuviera un tercer ojo. 

Muchas veces recibía coqueteos descarados de otras personas, pero nunca era tan invasivo como esto. El espacio corporal entre ambos no superaba los 10cm, por lo cual volvió a dar varios pasos hacia atrás, con el mar chocando contra sus piernas.

—Perdona, no quise asustarte. Mi nombre es Greco y me hospedo en el hotel. — Le sonrió esperando verse amistoso y no aterrador, dando unos pasos hacia atrás. — Te vi cuando llegué y estoy deseoso de meterme al mar, pero no sé nada de surfear ni tengo el equipo necesario.

—Ah... —Horacio volvió a mirarlo de pies a cabeza y lo reconoció como un turista, se tranquilizó un poco y con algo de humor decidió responder. — Me gusta tu actitud, un gusto conocerte Greco. Y cuando quieras podemos quedar y te enseño a surfear, claro.

—Te lo agradezco mucho.

—Nah, descuida. Siempre estoy practicando por mi cuenta así que tener compañía sería agradable.

—¿Me darías tu número? — Greco le extendió su teléfono amablemente y Horacio lo tomó.

Guardó su contacto sin pensarlo mucho, pues a pesar de la euforia de su primer acercamiento el castaño le parecía un buen hombre, o al menos uno muy divertido.

Luego de devolver el celular a su dueño Horacio señaló hacia un lado, donde reposaban sus cosas y ambos caminaron hacía ahí. El moreno recogió todo y con una sonrisa se despidió del castaño.

—Debo irme, pero espero tu llamada Greco. — Realizó un ademan con la mano y se alejó corriendo hacia las casas.

Viktor, quien observaba todo desde el ventanal más grande del salón no pudo evitar mirar al hombre que se acercaba trotando hacia su cabaña. Peinando una ridícula cresta de color rosa que caía desprolija por todo su rostro, producto del agua que todavía lo empapaba.

Horacio también pudo notarlo, y cuando se acercó lo suficiente como para pasar frente a él, bajó sus gafas de sol y le dedicó un guiño coqueto antes de continuar con su carrera.

Greco observó el número guardado y no pudo evitar sorprenderse al leer que ponía Horacio Pérez, el guía que Sebastián le había recomendado.

Casi caído del cielo.

Meeru Island ~VolkacioAUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora