El ángel de Las Nevadas

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El azabache se encontraba entre lo que solía ser su mejor amigo y una muerte inevitable, cayendo desde lo más alto de una de sus construcciones hasta el frio suelo de su país. Las Nevadas. A pesar de su situación de peligro no pudo evitar divagar entre lo que tenía y lo que perdió, un repaso simple con una conclusión dolorosa. Definitivamente tenía algo, ese algo era su amado país que construyó con dedicación consiguiendo ser una de las joyas más hermosas que adornaba el servidor. Sin embargo, por su país, perdió todo lo que ha anhelado desde que era niño. Amor.

No era de extrañar que su actitud fuera hostil si lo único que recibiste fueron malos tratos y palabras duras, tanto daño le provoco que su última relación le parecia ajena al tipo de amor que acostumbraba. Odiaba admitirlo pero la única vez que se sintio comodo en la relación, fue tocando su zona de confort. Discusión, lágrimas y desamor. No era de extrañar que no quisieran volver a verlo, que patetico sería visitar a alguien que no sabe amar y que cuando ama, lo da todo sin medir las consecuencias. Podría decirse que era bastante posesivo; eso era lo malo.

¿Alguna vez conocería lo que es el amor? ¿El calor de una familia? No lo sabía, y por lo que parecía, jamás iba a averiguarlo. Sus interminables preguntas internas fueron apagadas por el dolor inducido por la hoja de una espada, la espada de su mejor amigo. Esta era su última traición. Ya había aprendido la lección, por fin entendió lo que las personas habían querido darle a entender desde que era pequeño.

Él no merece amor. No era una criatura que necesitara de amor para sobrevivir ni una familia en la que apoyarse. Él no necesitaba llegar a casa con personas esperandolo con comida caliente en una mesa. No necesitaba abrazos para ser consolado y mucho menos palabras reconfortantes en sus oidos. No necesitaba a alguien que estuviera al lado suyo durante los días más fríos conversando con una taza de chocolate en sus manos. No merecia la dulzura que alguna vez se le brindo. No merecia ser amado. Porque todo lo que toca, lo destruye.

Ahora se encontraba como había aprendido a volar, con el viento zumbando en sus oidos a espera que sus alas se abrieran para alzar vuelo. Desgraciadamente sus alas habían sido incineradas, se habían derretido al tocar la lava profesando su destino. Él era un ícaro. Un ave que esta destinada a no surcar los cielos como desee, por que esta atado al miedo de su caida. Que gracioso, justo ahora estaba cayendo a gran velocidad.

En su silencioso dolor sintió algo cálido en su corazón. Un calor tan pequeño como el de un bebé recien nacido que se acunaba en su pecho. Recuerda sostener al pequeño Tubbo cerca a su corazón como un consuelo. Su mente no dejó de vagar en ese sentimiento y en esa sensación, el calor que le indicaba que su familia lo abrazaba. Quizas... solo quizas podría darse ese lujo antes de que su cuerpo se desvanezca en el asfalto frío.

Envolvio lo que creyó que era el causante de la dulce sensación en un abrazo, cerrando los ojos y permitiendose llorar. Dejando que el aire arrastrara sus pesares mientras egoistamente disfrutaba de algo que no merecia. Soltó un suspiro poniendo una sonrisa en su rostro al ver su final cercano. El fin de su dolor y sentimientos, tal ves en otra vida sea merecedor de amor. Quizas en otra vida merezca el calor de una familia. Quizas en otra vida, conozca al causante del pequeño dolor en su pecho.

'¡Quack!'

¿Qué fue eso? ¿El calor en su pecho de verdad era alguien junto a él? ¿Lo conocia? Bueno, eso ya no era relevante. Estaba profundamente agradecido con esa vocecita que lo acompaño hasta el final. Nunca sabría quien era pero sabía con certeza que siempre recordaría su voz. Un sonido repugnante de su peso muerto cayendo sobre el asfalto fue lo último que escucho. Estaba sonriendo cuando se dió el aviso de su muerte y un creciente charco de sangre lo rodeaba. Murió sintiendose la persona más afortunada. Se fue sintiendose la persona más feliz de todo el servidor y nadie más que él, sabría el porque.

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