Capítulo 11.- Tiempo antes del tiempo

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Hiro tenía lista la maleta, partía cerca del mediodía, y el taxi al aeropuerto, ya lo esperaba afuera, mientras Marco tiraba del pequeño beliz, el oriental lo seguía de cerca. 

–¿Me vas a extrañar?

Preguntó Hiro. 

–Puff claro que no… 

Dijo Marco virando los ojos y saliendo al pasillo del edificio de apartamentos. 

–¿Ah no? 

Hiro se puso serio. 

–Me sorprende la idea romántica y pasada de moda que tienes sobre el amor

Afirmó el mexicano. 

–¿Perdón? –respondió Hiro ofendido–. Nuestra sociedad está regida por la influencia romántica de la edad media, donde una dama esperaba eones por encontrar su amor verdadero, que seguramente era un valiente caballero o un trovador viajero… 

–Y en ocasiones ambos ¿no? 

Dijo Marco mordiéndose el labio inferior con cinismo, mientras el elevador abría sus puertas. 

–Muy gracioso –concedió Hiro–. Pero si eso fuera real, yo viviría en un gran castillo, rodeado de gente todo el día… 

–Mmmh no –Marco miró de soslayo al ajeno–. Yo despediría a toda la servidumbre por ti… para tenerte para mí solo en cualquier momento y lugar… 

–Pero, si haces eso, –contestó Hiro astutamente–. tendríamos que limpiar nosotros mismos, y no podríamos hacer esto… 

Hiro detuvo el elevador a la mitad del último piso, y se acercó a Marco para iniciar un ardiente beso contra los labios del moreno. 

Marco pasó las manos por la cintura ajena, y puso cadera con cadera, mientras su otra mano atraía a Hiro por la nuca, profundizando el beso. 

–Hiro no manches, espérate –Exclamó Marco apenas se separaron–. Ves que de por sí no te quiero dejar ir, y haces esto… 

Hiro no dijo nada, pero se apartó despacio. 

Fue Marco el que presionó el botón y el elevador emprendió su marcha, después llegaron a la planta baja y la puerta se abrió dejando paso al Lobby. 

Marco y Hiro salieron a la calle, y el taxista se apresuró a abrir la cajuela, metiendo la pequeña maleta de 10 kilos y la mochila de Hiro. 

–¿Seguro que sobrevivirás sólo con eso? 

Instó Marco. 

–Sólo me voy tres días, tranquilo… 

Insistió el oriental. 

En ese momento se apartaron de la cajuela, y se preguntaron si deberían besarse, después de todo el taxista los miraba, pero, no era un conocido, así que no debería haber problemas si…

–¡Hiro! 

De la nada, Miguel literalmente le cayó encima al susodicho. 

–¡Ay Wey! –Exclamó Marco–. ¿Pero de donde chingados saliste? 

La pregunta fue totalmente ignorada, mientras ambos jóvenes se besaban apasionadamente; Miguel envolvía a Hiro por las costillas, atrayendo el pecho ajeno contra el suyo, mientras el oriental a su vez, lo abrazaba por el cuello. 

–A ver A ver, basta ya –Exclamó Marco sintiendo que su corazón se emocionaba cada vez que aquellos dos se unían–. O dejan de hacer eso, o invitan… 

El amor es una derrota inminente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora