10. Volver a confiar.

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—¿Sabes que la principal causa de muerte en las personas es por problemas respiratorios?

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—¿Sabes que la principal causa de muerte en las personas es por
problemas respiratorios?

Camino hacia mi silla reclinable, me dejo caer sobre esta, extendiendo mis piernas y cruzando mis pies.

—Estoy cien por ciento seguro que ese dato es erróneo. —me responde el pelinegro del otro lado de la baranda, le da una calada a su cigarrillo soltando el humo a los segundos. Yo río, porque si, tiene razón.

—Ya. Me lo saque del lado oscuro.—abro mis cheetos, el sonido del envoltorio hace que estire su cuello tal cual lo haría una jirafa, juro que no se porque tenía que compararlo con ese animal, pero fue inevitable.

—Que elegancia tienes para decir culo. —ríe, y yo le sigo con una suave risa. Vuelve a llevarse el cigarro a la boca, inhala y luego suelta el humo.

¿Por que se ve tan atractivo?

Vale, a mi no me gusta fumar, ni el olor, pero cuando estoy con él esas cosas dejan de importarme, aunque tampoco me gusta que el se haga daño con algo que al final le traerá problemas de salud. Decido que hablaré con él otro día sobre ese temita, mientras tanto disfrutaré de admirarlo.

—¿Quieres cheetos, odioso?

El asiente, ambos nos ponemos de pie caminando hacia los extremos del balcón. El lanza el cigarrillo a medio acabar al suelo, lo pisa con la suela de su zapato, apagándoloal instante. Le entrego los cheetos con una sonrisa y él los recibe de la misma manera. Saca uno de la bolsa y lo mete a su boca, sin apartar la mirada de mi, yo tampoco tengo intenciones de hacerlo. Apoyo los codos sobre la baranda.

—Deliciosos. —lame sus dedos, me es imposible no esbozar una sonrisa a boca cerrada.

—¿Por qué me miras con tanta dulzura?—inquiere.

—Eres muy tierno. —suelto sin ningun tipo de temor o vergüenza.

El se ruboriza, bajando la mirada al suelo observando por la rendija que separa los balcones. —¿Esto es una especie de venganza por lo de la otra vez?

—¿Cual vez? —pregunto intentando lucir confundida.

—Hazte la tonta. —levanta la mirada.—la primera vez que te subiste a mi auto.

—¡Oh! ¿Hablas de la vez en la que casi me matas?

—Eso fue culpa de Liam, ambos sabemos que yo nisiquiera pensaría en dañarte.

—No me digas. ¿Morirías por mi? —niega. —¿matarias por mi? —vuelve a negar, vale, creí que saldría con una cursileria pero creo que me equivoque.

—Brillaria por ti.

¿Decías?

Me quedo sin habla, nos miramos fijamente, él esboza una de sus tantas sonrisas de oreja a oreja, su mano derecha toca la mía, acaricia el dorso, de un momento a otro la toma para entrelazar nuestros dedos.

Eclipse de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora