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Cualquiera pensaría que ya me he acostumbrado a los problemas, pero esta última vez ha sido peor si eso cabe. A pesar de que ya ha sonado la campana para el almuerzo, algunos de mis compañeros de clase siguen pululando por el pasillo de detención. Uno de ellos levanta la vista en mi dirección, donde estoy postrada en la banca, pero los demás no, bien porque no se han percatado de mi presencia, bien porque saben que estoy aquí y piensan: «Oh, bueno, no es más que TN la marimacha.»

Técnicamente, este año estoy en periodo de prueba, debido a un incidente en el que rompí una guitarra durante un ensayo, la utilización ilegal de petardos y un par de peleas con unas chicas. Como resultado de ello, me mantengo no voluntariamente a lo siguiente: someterme a una tutoría semanal, mantener una media de notable alto y participar al menos en la actividad extraescolar.  Además, tengo que comportarme, llevarme bien con los herbívoros del club, reprimirme y no derribar pupitres y contenerme y no incurrir en ninguna forma de «altercado físico violento». Y debo siempre, siempre, haga lo que haga, morderme la lengua porque, por lo visto, si no lo hago es cuando empiezan los problemas. Si a partir de ahora envío a tomar por culo cualquier cosa, se traduce en una expulsión directa.

—Puta. 

Al principio pienso que me hablaban a mí, pero es entonces cuando la veo, a la coneja. Está de rodillas en el suelo, acorralada por un grupo de féminas. Me detuve y escuché, captando sólo el final de la conversación. La chica se inclinaba hacia ella, que parecía más anonadada que otra cosa. 

—Escúchame bien, Haru. —Habló la abusiva. —Los dos somos conejos arlequín, lo cual nos hace una pareja en peligro de extinción ¡No eres nada en comparación con nosotros! Solo eres una coneja enana que destruyó a una pareja perfecta.

Se llama Haru Nosequé. Es una abre-piernas muy popular, una de esas niñas puritanas con las que jamás pensarías que se anda de putilla por la escuela. Detrás de su cara de santurrona, es bonita, una florcilla andante; ojos grandes, una cara dulce en forma de corazón, una boca que ansía esbozar una sonrisilla perfecta. Acostumbra a llevarse a cualquier macho jocoso a su pequeño invernadero de fornicación.

—¡Así que les diré a todos en la escuela que te gusta meterte con cualquiera!

—Déjala en paz.

Y aquí entro yo. La buenaza, señores, la entrometida heroína que vela por la seguridad de los débiles e indefensos ¡y los defiende de los brabucones que se aprovechan de...! No, la verdad que no. Ni siquiera sé por qué ando de metiche.

 —¿Qué demonios te crees que estás haciendo? —me preguntó la liebre, con los ojos bien abiertos y chispeando de pura furia.

Crucé los brazos sobre el pecho.

—¿Te has perdido, chaparra? La escuela primaria está en el campus occidental.

Un rubor rosado cubrió sus mejillas.

—No vuelvas a tocarme otra vez. Si me aprietas las tuercas yo también te las apretaré a ti.

—¿Consideraré esa amenaza como una invitación?

Se estremeció.

—No me das miedo. —intentó por inflar el pecho, a lo que yo solo conseguí mostrar una sonrisa. —Puede que te hagas la mala con todo el mundo, pero tú no eres mejor que ninguna de nosotras. Entre tú y esa putilla, eres la peor mierda del montón.

Vaya, hombre, qué buena oportunidad era ésa. Miré a Haru en su posecita dramática, sólo su caripela de cenicienta fue capaz de hacerme reprimir la hilera de replicas hirientes que tenía en la punta de la lengua. En su lugar, opté por la fuerza bruta, por decirlo de alguna manera.

INSACIABLE | BEASTARSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora