Capítulo 7

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Abro los ojos, me encuentro totalmente desorientado. Todo a mi alrededor da vueltas, las paredes son marrones y no hay nada a mi alrededor. Llevo la misma ropa y a mi lado está la mochila. La abro pero tan solo está la ropa, no hay rastro ni de llaves ni del teléfono que llevaba encima. Definitivamente estoy incomunicado y no sé donde me encuentro. Me levanto, no hay ninguna ventana en este lugar. Tampoco se como llamarlo porque no se si estoy en una casa o yo que se.
Hay una puerta corredera, me acerco a ella y trato de abrirla pero no funciona. Observo los carriles del suelo, van hacia el lado contrario al que estoy tirando.
—Perfecto Jacob, eres muy listo —digo en voz alta como si hubiese alguien cerca o alguien escuchando.
Comienzo a hacer fuerza hacia el otro lado. La puerta se mueve a la vez que lo hacen mis manos.
Salgo hacia fuera, estoy en una especie de casa de madera, conforme voy andando la madera del suelo cruje. Miro hacia atras mis paso, observo y me doy cuenta de que estaba en un puto vagon de tren. No se como han llegado a poner un tren en una vieja casa de madera. Continuó andando hacia una especie de ventana. Alrededor de esta casa no hay nada más que el tren. Miro fuera. Hay un desierto, se escucha el viento y la arena moverse. No se ve nada alrededor. Estoy alto, parece que estoy en una casa de árbol de niños.
Miró de nuevo para dentro, busco algo, exploro todo para encontrar una salida o una puerta.
Consigo encontrar una, está en el suelo, todo esto es muy raro. Pasó el tren para llegar a ella. Tiene un tirador para poder levantarla. Lo hago, pesa mas de lo que me podia imaginar. Miro lo que hay al otro lado. Es una especie de andamio, bajo con cuidado y me pongo sobre él. Bajo otra vez la mirada, debajo mía hay dos pisos completos de escaleras de andamio. Da la sensación de que lo han creado a cosa hecha. Bajo rápidamente las escaleras y llego hasta la arena. La toco, es arena como de playa. Nunca he estado en un desierto y no puedo decir que sea igual. Pero la sensación que tengo al mirar al horizonte es que estoy en uno. No veo nada salvo esta especie de casa de madera flotante.
Comienzo a andar dejando marcas de pies para poder regresar de nuevo a esa casa en caso de no encontrar nada. Una nube de polvo se mueve hacia mi velozmente. El ruido potente de un motor se hace eco en el ambiente. Es un coche, vienen dos personas en él, es un cuatro por cuatro sin techo. Es un coche como los que utilizan en los safaris en África. Se detiene delante de mí.
—Bienvenido a Utopía —dice el copiloto abriendo los brazos como si le fuera a llover algo.
Van vestidos de Tuareg, llevan turbantes en las caras para que no se llenen de arena. No se si fiarme de ellos o salir corriendo. No se ni que cara tienen. Esto no es lo que me imaginaba.
—Me llamo… —me atrevo a decir antes de que me corte.
—Los nombres están prohibidos aquí en Utopía —explica cambiando el tono a uno más serio.
—¿Y que nombre digo? —pregunto sin tener la menor idea de que decir.
—Aquí utilizamos letras, nos hacemos llamar grafemas. A ti te toca la “J” ¿te gusta?—que casualidad que me vaya a llamar por la misma letra de mi nombre. Decido catarlo sin decir ningun pero, quiero tantear el terreno antes de pronunciarme ante todo.
—Si. ¿Dónde está la gente y el pueblo? —pregunto mirando a mi alrededor y avistando tan solo la caseta donde me he despertado.
—Está a unos kilómetros de aquí, pero tranquilo que mi compañero “B” te explicará todo el funcionamiento —se explica a la vez que lo señala.
—Sube —me dice el conductor.
Me subo al coche, da la vuelta ciento ochenta grados y se pone a tope.
—Es mejor que lleves esto puesto, te evitará quedarte ciego por la arena —me facilita el copiloto un tumbarte como el que llevan ellos puestos.
Continúa todo recto, la marca de las ruedas de su paso están marcadas y ellos la siguen sin apenas salirse. Diviso el horizonte y unas casas aparecen en nuestro camino, son unas casas bajas, sin segundas plantas, ninguna está colindando a otra, todas son una única manzana. En medio se encuentra una casa algo más grande.
El conductor detiene el vehículo de golpe.
—Bueno “B”, yo voy al santuario. Ya sabes... hazle toda la presentación y ponle al día. Ahora nos vemos —le dice el que iba de copiloto mientras se quita el turbante. Es un hombre con el pelo medio corto casi a lo militar. Lleva varias marcas en la cara seguro que son marcas de guerra. Su rostro es serio pero imponente.
—Bueno novato, vamos al lío que hay bastantes cosas que enseñarte. —me dice indicando que le siga a la vez que también se quita el turbante. Es más blanco que “A”, lleva el pelo medio largo y bigote.
Me pasa por medio de varias casas, no hay nadie fuera y tampoco parece que haya alguien en su interior. Son todas las casas de la misma forma, del mismo tamaño y del mismo color, solo distribuidas de manera aleatoria.
—Bueno, lo primero que te voy a enseñar es tu casa —dice señalando una puerta y sacando una llave del bolsillo.
La abre, dentro está todo a oscuras, huele a cerrado, como si nunca hubiera estado nadie dentro.
Enciende una de las luces y prende la luz general de toda la casa. La casa es muy sencilla, tiene un salón y un cuarto de baño.
—Espera, ¿ya está? solo tiene esto la casa? —le pregunto porque no veo ni la cocina ni la habitación por ningún lado.
Madre mía dónde me he metido.
—Todas las casas son iguales, la cocina no es necesaria ahora te explicaré como funciona el sistema de comida. El sofá es sofá cama. Así es como dormimos todos. —añade mientras saca la parte de abajo del sofá haciéndolo con forma de cama.
Vaya mierda, esto no es lo que me imaginaba.
—Bueno seguimos. En total en este pueblo hay veintisiete casas. Veintiséis de ellas iguales como esta y una totalmente distintas y la más grande que es la que utilizamos de templo. Allí es donde hacemos reuniones y asambleas. —me explica mientras anda de nuevo para fuera.
Asiento con el rostro porque esto me está empezando a dar mal rollo.
—Como ya sabes todos nos llamamos por letras, el copiloto del coche es A. Es el líder del grupo, el primero que llego y estuvo aquí varios días solo.
—¿Como solo? —le pregunto sin entender nada.
Esto me esta empezando a dar mala espina, tengo ganas de salir corriendo.
—Grafema nos trae aquí con un objetivo, cada uno hemos venido por un motivo, quizás arrastrados por la desesperación. “A” se dio cuenta de todo esto a los pocos días de estar aquí, por eso decidio que no revelaría su nombre, por eso decidió también ponernos unas serie de normas que bajo ningún concepto podemos saltar.
—¿Y cuáles son esas normas? —le pregunto desesperadamente.
—Todo a su debido tiempo “J”.
Asiento con la cabeza y me quedo mirándole para que siga con todo.
—Ahora mismo en Utopía hay nueve personas contando contigo, cada una con su respectiva letra por orden de llegada —añade mientras se rasca la cabeza, parece que está pensando en todo lo que me tiene que decir—. Bueno, luego te presentaré a todas las personas, ahora vayamos al Jeep —así es como ellos tienen que llamar al coche.

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