La noche sigue permanente e inmóvil sobre el cielo de la isla perdida. La luz platina de la luna se cuela por las ventanas, y se funde con la que irradian las velas a medio consumir, aposentadas en el centro de la mesa. Del fuego donde se continúa haciendo la comida saltan algunas chispas, escapando de esa prisión ígnea. Parece que cuando se separan del las llamas, viajan hasta los ojos de Volkov, como luciérnagas viajando sobre un estanque cristalino.
Mira a Charlotte con atención, siguiendo sus movimientos milimétricamente, dispuesto a escuchar la historia que tanto le intriga.
-No sé ni por dónde empezar...- Suspira Charlotte, mientras guarda en una pequeña caja de madera los utensilios que ha usado para curar la pequeña herida de Volkov.- Es una historia larga, pero creo que... Ya va siendo el momento para Horacio de seguir adelante.
Ambos se miran, y en confidencialidad, la mujer empieza a relatar una historia que lleva demasiado incrustada en su corazón...
No es secreto que Horacio vivió toda su vida en aquella tierra, perdida de la mano de Dios, donde las únicas opciones eran trabajar en el campo, la pesca, o hacerte a la mar para traer algo de sustento al hogar, bienes de otros lugares que allí escaseaban muchas veces. Lo que más le gustaba al pequeño Horacio, alrededor de los diez años de edad, eran los libros que su padre le traía cuando volvía de sus viajes fuera de casa, como forma simbólica de decir que aún no se había descuidado de sus hijos.
Andrés Pérez no se categorizaba como un padre ejemplar, incluso el título de padre a veces le iba grande, al menos a criterio de Charlotte y a su hija mayor, Anna. Horacio tenía una visión algo más distorsionada de él: no era cariñoso ni mucho menos, de hecho, la mayoría de las veces rechazaba tajantemente lo que su hijo tuviera que contarle. Las semanas que estaba en casa, todo se volvía un caos.
Escuchaba a sus padres discutir, a veces solo con palabras, otras a gritos. Anna, que tenía catorce años entonces, se lo llevaba hasta el final de la colina, allí donde la tierra se cortaba en un acantilado, amenazando con el final de su pequeño mundo. Horacio no lograba entender el por qué de todo aquello. Siempre le preguntaba a Anna por qué mamá y papá peleaban tanto, o por qué papá estaba tanto fuera de casa, o por qué parecía que su propio padre no sentía ni una gota de amor por él.
Y a la pequeña rubia se le llenaban los ojos castaños, heredados de su padre, de lágrimas fragmentadas, que aguantaba para no llorar frente a su hermano menor. No podía decirle que las peleas se debían, principalmente, al tiempo que pasaba fuera, y a las actividades a las que se dedicaba en ese período de tiempo. Andrés solo mentía, pero Charlotte le sacaba la verdad a su hermano, quien le acompañaba en todas aquellas incursiones. Robo, piratería... Todo lo peor que pudiera imaginar. El resto de la tripulación no estaba de acuerdo con sus modos, preferirían dedicarse a comerciar en los puertos de las diferentes ciudades, pero Andrés buscaba una vía rápida. Cuando volvía a casa con ropas nuevas y otros bienes, a Charlotte se le encogía el corazón, pensando en cómo se habría hecho con todo eso.
Otro motivo por el que peleaban, era, justamente por ellos dos. Su madre trataba de llevarlo en secreto, porque no quería que ninguno de sus dos hijos, que para ella eran lo más sagrado, pensara que algo de lo que ocurría era su culpa. Charlotte le pedía que la ayudara en la casa, que estuviera con ellos, que, ya que no había estado para Anna, que al menos estuviera para Horacio. Por eso le llevaba aquellos libros, para hacer callar a su mujer, haciéndole creer que se interesaba por el pequeño, pero no bastaba. Discutían, porque Charlotte tan solo le pedía que mirara a sus hijos a la cara, y este respondía que se dejara de tonterías.
En los ojos verdosos y claros de la rubia naufragaban sus esperanzas, sabiendo que era un caso más que perdido. Existían más motivos para discutir, Charlotte no descartaba que Andrés, en más de uno de sus viajes, hubiera dejado más descendencia alrededor del continente, dejando a más criaturas y mujeres desamparadas, pero de eso, Anna no tenía constancia.
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Walking the wire
FanfictionTras meses fuera de casa, el príncipe Viktor Volkov vuelve a su hogar después de finalizar sus estudios en el extranjero. El barco en el que vuelve es, supuestamente, el lugar más seguro en el que puede estar, pero todo cambia cuando es atrapado por...