País del Fuego. Año 20 desde el Final de los Estados Combatientes. Primavera.
Era pleno día en la humilde aldea llamada Midori no Hi. Las nubes cubrían los cielos sobre su pequeña extensión de tierra. Un chaparrón amenazaba con caer en cualquier momento y sin embargo, no había viento.
Una multitud se cernía por los alrededores de la Posada Kikuchi.
Era una posada vieja, de dos pisos, construida al más puro estilo tradicional. Era de madera y tenía cuatro entradas correderas en su haber. Se encontraba pintada de verde y blanco. De su interior y desde mi posición apenas podía distinguir un bar. Un bar ocupado por varias personas, en su mayoría hombres de apariencia descuidada. Hombres borrachos de los cuales se olía el tufo desde donde me encontraba. Un tufo a sake barato que resultaba muy poco alentador.
Afuera, entre la multitud. Una multitud constituida esencialmente por hombres y mujeres mayores. Hombres y mujeres de la tercera edad.
Entre esa multitud nos encontrábamos Midori y yo. Una joven madre, su pequeño infante y un paraguas de bambú para protegernos del probable aguacero.
Ambos habíamos llegado desde casa hacía relativamente poco tiempo.
Nuestro objetivo era dirigirnos al mercado de la aldea para realizar alguna que otra compra habitual. No obstante y tras ver a tantas personas reunidas en un mismo sitio, Midori había decidido detenerse para saludar. Teóricamente, muchos de los ancianos eran clientes habituales en el templo dónde hogaño Midori trabajaba. Por ende, mi madre había resuelto quedarse a socializar un rato más con sus pacientes.
Actualmente, Midori me llevaba en un portabebés atado firmemente sobre su pecho. Un portabebés de color azul opaco. Un portabebés que traía como beneficio adicional una buena visibilidad de cada cosa o ente frente a mí.
Gracias a este beneficio en particular había descubierto que el motivo específico de la congregación entre tanta gente no era otro que escuchar una historia. Una historia narrada por un anciano encorvado tan o más viejo que yo durante mi otra vida.
Una historia que, para entonces, ya estaba llegando a su fin.
- ...Y así concluyó el período de guerra entre clanes. Luego se construyeron las aldeas ninja. Del resto de la historia, bueno. De esa historia, nosotros, los más viejos, ya formamos parte -. Dijo el anciano mientras gesticulaba con las manos dramáticamente.
*Plas, Plas, Plas*
*Fiu, Fiu, Fiu*
La multitud lo ovacionó entre muchas palmas y silbidos.
Midori se adhirió a la tangente con una sonrisa en los labios y varios aplausos de complemento.
Mi expresión se tornó dubitativa por el momento. Francamente no entendía para nada el motivo de tanta algarabía. Era una historia bastante poco creíble, ficción en el mejor de los casos. No había nada que festejar. Pero al final. Al final terminé atribuyendo la rareza de esta misteriosa situación a mi propia ignorancia sobre el tema.
Por otro lado, el anciano sonreía agradeciendo cordialmente a cada uno de sus espectadores. Muchos de ellos se acercaban a él para elogiar su estupenda narración. Otros empezaron a discutir con notable afán sobre la historia en cuestión.
El hombre del momento era un sujeto algo regordete, visiblemente bajito y de piel morena, tostada. Vestía un holgado kimono blanco algo desgastado, atado con una cinta blanca, y se paraba tambaleantemente sobre dos "getas" de madera marrones. Era calvo, de frente pequeña, pobladas cejas blancas, orejas grandes, pícaros ojos marrones, nariz chata, labios prominentes, mandíbula ancha y finalmente un mentón pronunciado. Le faltaban casi todos los dientes y consecuentemente emitía un ligero siseo cada vez que saltaba de una palabra a la otra.
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Nuruto: Anata no Nodo no Naka no Kuni! (Pausado).
FanfictionUn anciano de 95 años muere y se reencarna en las Cinco Grandes Naciones Shinobi. Sigue sus aventuras mientras intenta convertirse en el hombre más poderoso de este nuevo mundo.