Mi nombre es Inei. Solo Inei, y si, esta es la historia de mi vida, en cierto sentido algo retorcido del habla, lo es.
Muchas de esas grandes historias que hemos podido leer o escuchar hoy en día comienzan con algo tan macabro y triste como la muerte. Desafortunadamente, para aquellos que esperaban una concepción más creativa, cómica, realista o incluso emocionante de esta historia por mi parte. Para ese grupo tan especial y exigente de personas creo que se decepcionarán en gran medida al leer esta historia. Desafortunadamente no es una obra tan diferente del resto. No soy alguien tan especial o único como desearía creer ser. Solo soy, o fui, un viejo saco de huesos poco antes del aclamado proceso. Antes de mi deceso.
Como decía, prosigamos, todo comenzó el día de mi muerte. Un día soleado de verano como cualquier otro en el país del sol naciente, Japón. Justo en su capital, Tokyo. Mi viaje al otro mundo empezó con una muerte sencilla y pacífica de la que muy pocos muertos pueden llegar a presumir sin sonar como verdes envidiosos. Una muerte natural. Una muerte por vejez.
Hoy era martes, año 95 desde mi nacimiento en este mundo. Mi cuerpo reposaba tranquilamente sobre una cómoda cama dentro del Hospital Público Mitsumoto. Mi rostro viejo y arrugado ahora estaba completamente pálido. Una sonrisa satisfecha adornaba mis labios.
*Pi-i-ip*
Pitó la máquina que regulaba mi ritmo cardíaco. Un pitido que marcaba mi partida hacia la gran aventura. Mi descanso. Mi deceso.
- Se ha ido, doctor. Que pongo en su historial -. Dijo una enfermera de mediana edad en un tono casi tan bajo y mecánico como una caricia del viento.
Vestía la típica bata azul celeste. Era regordeta, bajita, de cabello negro y ojos grises. Su rostro no reflejaba mucha emoción hacia mi muerte, solo cierta, pena. Una circunstancia probablemente relacionada con varios años de experiencia en el campo médico. En sus manos descansaban dos cosas. Historial clínico y bolígrafo. Sus palabras iban dirigidas a otro miembro de su equipo: El doctor a cargo. Un hombre viejo, bajito, delgado, de ojos negros y cabello blanco canoso. Un hombre que miraba mi cuerpo algo medio ensimismado.
- Anota: Fecha de la muerte: "23/08/2020". Hora exacta: 8:52 A.M. Causa de la muerte: Muerte Natural. Vejez. Simplemente vejez. ¿Fue un sujeto afortunado el viejo, eh? Excepto por sus piernas, claro. Jeje -. Dijo el doctor mientras tapaba mi cuerpo con una sábana.
Su voz estaba llena de sarcasmo y una sonrisa engreída pintaba sus facciones. La enfermera frunció el ceño y luego resopló con visible desagrado hacia su egocéntrico compañero.
- Que descanses en paz -. Murmuró la enfermera dando media vuelta fuera del cuarto.
El doctor la siguió todavía perdido en su propio chiste.
Si, de ese modo tan casual comenzaría mi historia. Pero antes que nada, este viejo fósil quisiera presumir un poco de su larga y prolífica primera vida. De sus logros. De sus, una vez hace mucho tiempo, grandes ambiciones.
Bien entonces, empecemos. Érase una vez un niño huérfano en Tokyo, Japón. Un niño curioso y juguetón en los turbulentos años cuarenta. Un niño que tenía dos grandes sueños. Ese niño era yo, naturalmente. De ese modo, mi primer sueño era tener una familia, gente que me amara. El segundo era algo un poco más infantil. Algo mucho más simple e inocente. Una fantasía. Una enorme fantasía originada de ver el dojo a dos manzanas del orfanato en donde por aquel entonces residía. Un dojo de artes marciales que frecuentemente espiaba a escondidas desde una esquina apartada y oscura. Un dojo donde fui testigo por primera vez del poder que podía ejercer el hombre únicamente a través de sus propias manos. Con su resistencia. Con su fuerza. Con su resolución. Con sus habilidades. Ese segundo sueño pasó a convertirse en mi todo. Desde ese entonces ya no quería una familia. Solo quería ser la persona más fuerte del mundo. Deseaba convertirme en el mejor artista marcial que existía. Lamentablemente los sueños son solo eso. Sueños. La vida no admite sueños muchas veces. No siempre es posible llevar a cabo un sueño hasta el final. No siempre podemos dedicar nuestro valioso tiempo y espacio vital a algo tan caprichoso. A algo tan frívolo. Existen decenas de variables que lo impedirían y no podría siquiera pensar en poder recitarlas todas. Pero por supuesto, yo era un mocoso terco bastante cabeza dura y continué donde otros algo más reflexivos ya habrían tirado la toalla. Busqué un trabajo como repartidor y después de mucho esfuerzo logré pagar las altas tasas del dojo. Así fue hasta que cumplí 18 años y repentinamente fui llamando para servir a mi país. Para entonces yo ya era el mejor artista marcial de todo Japón. Nadie podía vencerme, ya sea en fuerza, agilidad, resistencia o astucia, era virtualmente una máquina de batalla. Había aprendido y luchado con los mejores. Era un ejército individualmente. Un genio que solo aparecía una vez cada mil años, según escuchaba frecuentemente mentar a aquellos más ancianos del dojo. Un genio no solo en lo marcial, sino también dentro del mundo académico. Había podido entrar en la Universidad de Tokyo, algo que muy pocos huérfanos por aquel entonces podrían siquiera soñar. Algo de lo que hoy admito, me enorgullecía mucho. El futuro se perfilaba brillantemente para mí. El gráfico se dirigía únicamente hacia arriba. Todavía ahora me pregunto: ¿Qué pasaría si no hubiese ido a la guerra? ¿Hasta dónde hubiera podido llegar en esa vida? Lamentablemente esa es una pregunta de la que nunca podré saber su respuesta y eso es porque. Eso es porque aunque era alguien con un historial tan completo. Aunque era alguien con unas virtudes incuestionables. Nada. Absolutamente nada me prepararía para el infierno que viviría durante los próximos dos años. Un infierno del que quedaría marcado para toda la vida. La guerra. Fui ingenuo, creía que lo podía todo. Creía que nada podía detenerme. Creía que era alguien especial. Alguien imparable. Obviamente fui un tonto. Fui un ciego. Al principio estuvo bien. Ascendí rápidamente en los rangos del ejército. Era el soldado perfecto. Fuerte, decisivo y osado. El ideal japonés del guerrero y el estratega según Miyamoto Musashi. Estábamos masacrando al enemigo. A esos mariquitas occidentales. No podían contra nuestra gente, frente a nuestro empuje y entonces. Entonces, de un momento a otro, ellos soltaron las bombas. Jamás olvidaré ese día. Nunca podré hacerlo. No realmente. Porque aunque yo estuviera a cientos de kilómetros del lugar donde aquella monstruosidad había detonado. Aunque me creyera invencible en el campo de batalla, aún así. Aún así podía sentir ese calor machacante, la destrucción que aquella bestia era capaz de generar. Podía sentirlo en mi piel. Podía sentirlo subir por mi columna vertebral. Era el miedo. El pánico a lo desconocido. Un miedo instintivo y animal como ningún otro. Un momento de distracción, eso. Eso fue todo lo que bastó. Un momento de distracción para que una granada perdida me mandara a volar por los aires. Un momento de distracción para convertir mi vida en simples despojos del pasado. Resumiendo: Sobreviví, perdimos la guerra, habíamos mordido más de lo que podíamos masticar, nos cerraron el grifo y entramos en crisis económica. Mi orgullo se rompió, quedé lisiado de la cintura para abajo, cobré mi jubilación como soldado discapacitado todos los meses sin falta y aquí estamos. En el gran vacío después de la muerte. Siendo solo un alma esférica más entre mares de almas humanas que flotaban sobre ese vacío sin límite aparente.
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Nuruto: Anata no Nodo no Naka no Kuni! (Pausado).
Hayran KurguUn anciano de 95 años muere y se reencarna en las Cinco Grandes Naciones Shinobi. Sigue sus aventuras mientras intenta convertirse en el hombre más poderoso de este nuevo mundo.