¿Donde?

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— ¿Dónde?

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— ¿Dónde?

Park Jimin aflojaba la corbata negra que desde hace horas le provocaba esa asfixiante sensación, pero aunque, él pensara que era por la corbata; su garganta seguía con aquella pesades.

— A las afueras de la ciudad, señor.

El hombre trajeado lo miraba con pesar y con una gran carga de responsabilidad por sus recientes declaraciones, sin embargo nunca bajó la mirada, aquello solo demostraba que decía la verdad.

— ¿Sospechó algo?

— Ni siquiera nos miró.

Jimin mantenía sus hombros erguidos, su porte no podía destruirse en presencia de su personal, eso no era correcto.

— Gracias por ser discretos.

—Señor Park, si me permite...

—Puedes retirarte.

Jimin infló su pecho y se dejó llevar por el suspiro que le impidió por fin dejar ese lamentable sufrimiento.

—Señor...

—He dicho que te retires.

Jimin ya no tenían las fuerzas suficientes para siquiera escuchar las sugerencias.

— Sí, Señor.

El hombre simplemente dio media vuelta y los tacones de sus zapatos marcaron su camino que se acabó en un cerrar de la puerta.

Solo en ese momento, Jimin automáticamente se permitió alejarse del escritorio haciendo su silla corrediza hacia atrás.

Posó sus codos a sus piernas y con sus palmas cubrió su cara en señal de que estaba completamente agotado. Pero su agotamiento se combinó con el dolor profundo de su pecho.

Por ello, se permitió desbordar lágrimas de enojo y lamentos sonoros de la rabia que no sabía cómo expresarla. Sus dientes se apretaron con fuerza, no quería lamentos sonoros por afuera de su oficina.

Con pasos vagos y lentos, se acercó a lo que era la pequeña mesa de caoba en cual reposaba una charola plateada y sobre ella bastantes botellas de cristal limpio de diferentes bebidas alcohólicas.

Durante semanas  los demonios de su mente lo han estado atormentando, los celos y la desconfianza, lo acecharon con sobre pensamientos que lo perturbaban. Como justo en este momento que tragó con vigor el trago caliente del Whisky. 

Le era imposible siquiera pensarlo, le carcomía el alma de solo imaginarlo, de solo tener que soportar que todas aquellas noches habían sido una mentira. Le estaban transformando una vida planeada y llena de comunicación, a una que simplemente no conocía de ninguna manera.

— No puede ser cierto. — Jimin descubrió que prácticamente había azotado el vaso de vidrio en contra de la misma charola plateada. 

Y sus dedos vibraron ante la rabieta que estaba aguantando por su corazón roto. Pero simplemente no iba aguantarlo más, así que en menos de un movimiento los licores fueron destruidos en trozos grandes y pequeños cuando Jimin simplemente los aventó con todo el fan  de desquitarse.  

Las lágrimas fueron limpiadas con brusquedad, quedando el torso de su mano en evidencia de la humedad. Su rostro rojizo apenas era notado, pues la baja luz de su oficina le eran de ayuda para no mirarse de frente  a un espejo que tenía colgado, no podría notar su cabello despeinado por el mérito de  tantas veces ser echado para atrás con desesperación

Y por fin había llegado el sentimiento del vacío, así como la inmundicia de ser tocado por las manos que besaba con tanta devoción, respeto y amor.

Aún no caía en cuenta que sus acertados celos eran la confirmación de la traición que sospechaba. Odiaba que sus instintos personales ganaran la batalla de mantenerse con la mirada cegada por su pasión. Y ahora sabia lo mucho que deseaba no haber abierto los ojos nunca.

Cayó derrotado en el sofá gris de su oficina y con una botella nueva de licor que sacó de la gaveta, se sentó, abrió la botella con sus dientes y escupió el tapón lejos que ni siquiera percibió el sonido metálico al caer en el frio mármol de piso.  Sin pensarlo dio un gran sorbo a la botella y desabrocho su camisa blanca hasta su pecho. De sus ojos rojos caían cada vez más lágrimas.

— Yo te amo Min Yoongi — habló frágil — ¡Maldita sea, yo te amo!

Jimin estaba roto, idealizó tanto que terminó por crear un cuadro de pintura imaginaria donde era feliz. 

Donde creyó que lo conocía, que tenía el hábito de ver las cosas donde no hay nada, pero... cómo darse cuenta cuando le encantaba estar enredado entre sus piernas y sus sabanas. 

Ahora tenía su alma partida en dos, con una nula razón y una creatividad pedida.

Pero aun así, el veía un ángel en sus recuerdos, pero en su realidad él era un demonio que lo apuñaló por la espada atravesando su corazón. 

Terminó tirado en el mármol, admirando la tarjeta plateada que brillaba por las penumbras. 

— Min Yoongi. 

El relieve del nombre era notorio y fácil de leer.   Esa había sido la forma de conocerse. 


    

ALICIELITO

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ALICIELITO.

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