•·Seven

1.8K 241 23
                                    

Caminó por la floristería conservando en su interior sentimientos de nostalgia y al mismo tiempo, tristeza. Las paredes despintadas llenas de las marcas negrecidas del fuego, solo las cenizas que quedaron del humo que se esparció ahogando a las personas en una nube gris de problemas

Recordarlo casi le cerraba la garganta, como si aspirara ese humo.

Siguió recorriendo el lugar hasta pisar con sus botines algunos vidrios haciendo un ruido, era un portaretratos.

—¿Quién anda ahí? —oyo una voz proveniente de la planta baja.— ¡Más vale que salgas!

Saharah se quedó de pie esperando a que la persona subiese, cosa que ocurrió muy rápido, un hombre moreno corpulento de cara alargada y su rostro brusco con una cicatriz en medio de su ojo derecho. Su cabello castaño oscuro y sus ojos de tonalidad amarillenta, definitivamente intimidante.

—Eres muy atrevida para entrar a este lugar maldito. Muy valiente o muy estúpida. —se acercó a ella esperando a que retrocediera pero se mantuvo firme.— ¿No haz oído que este lugar es privado?

—¿Es este tu hogar? —el hombre asintió.— ¿Por qué lo haz dejado en ruinas? Bien podrías abrir de nuevo este lugar.

El miro a su alrededor como si lo dicho fuese una idiotez.— nadie vendría incluso si le pagaran, todos temen a un lugar embrujado... Y a veces pienso que lo está, —Saharah lo observó detalladamente— algo pasó hace años, algo no muy bueno, algo terrible. —se agachó para tomar el portaretratos y luego en manos observó apreciandolo. Teniendo ya la atención de la castaña se dispuso a hablar.— Era una florista y su esposo, ella era hermosa, una mujer dulce y gentil, una madre amorosa, con una condena de por vida. Una una mujer hermosa... —le extendió el retrato.— Benelia Rosette, ese era su nombre.

—¿Condena?—miro el retrato de la mujer— ¿De qué habla?

—Ingenuidad.–solto con simpleza.— ella tenía un esposo, ya ves, un hombre hermoso tal cual ella, un pobre diablo con peor condena incluso. Vaya pobre de él. —camino por la habitación rebuscando una cosa mientras seguía hablando.— también había una mujer, una condesa, enamorada de él con locura a la cual nunca correspondió. Fue un enorme golpe para ella, nadie nunca había rechazado a la flor de la socialité.

Saco de un cajón entonces un relicario.

—Habla de eso como si estuviera seguro de que pasó...

—por supuesto, yo estuve ahí. —guardo aquel relicario en su bolsillo.— incluso después de todo, aquí sigo. Soy como un fantasma del tiempo. —se volvió a acercar buscando intimidarla—¿Te asustan los fantasmas?

—temo más a las personas vivas. —contesto impertubables,  a el pareció agradarle su respuesta

—haces bien. Un recuerdo no puede llegar a lastimar tanto como la persona... Observa bien, esto lo provocan las personas, este desastre, esta desgracia

Su ceño se fruncio notoriamente—¿Por qué?

—Por amor.

La cara de la mujer en el retrato que era tan feliz, esa mujer bella y benévola, aquella que daba todo por su familia. ¿Dónde había quedado?

El amor... ¿Era el amor lo que provocaba todo el apice de tragedias en su vida?

—veo que aún tienes dudas... Estás curiosa por saber lo que fue de este lugar, no es así? —Ella no contesto perdida en la imagen, el hombre empezó a caminar hacia la planta baja hasta dejarla sola.

Luego de tomarse un buen tiempo bajo, el hombre se encontraba preparando dos tazas de té sentado en una silla de comedor viejo y sucio. Ella se sentó frente a él.

-•Rosa roja. La Obsesión del Duque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora