•·Ten

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La pelirroja paró su caminar cuando escuchó unos sollozos ahogados cercanos al jardín mirando hacia donde había trozos de plantas mal arrancadas de su sitio así como pedazos de tierras revueltos con abono y mucho desorden a su alrededor, y detrás de todo ello su hija pequeña de tres años tratando de limpiar el desastre que había en su patio.
Las rosas que había plantado habían pasado a ser un desperdicio, después de todo no podría venderlas en ese estado. La castaña en posición fetal se reprendia a si misma por lo que acababa de hacer.

—Zeh, cariño. —la llamó asustandola al instante, esta temblaba mirando a su madre temiendo a qué se enojara con ella— ¿Que haz hecho?

Buscó las palabras para explicar lo ocurrido estando aún soltando lágrimas—queria ayudarte a tener más rosas para venderlas... Supe que Sah estaba muy enfermo y necesitaba dinero... Yo solo quería... Quería ayudar —ahogo su llanto entre cada palabra quedando sin aire hipando en el proceso, aún temerosa y culpable

Benelia con el corazón en sus manos sintiéndose conmovida por su bebé tratando de apoyarla abrió sus brazos apretandola en un abrazo suave y tranquilizador al cual la niña se sintió cómoda y protegida, su madre siempre olía a rosas y miel.

La pequeña le sostuvo la mirada al separarse un poco.— ¿No estás molesta mami?

Ella negó.— jamás podría molestarme con una dulzura como tú. —junto su frente con la suya.— mi pequeña y preciosa bebé...

Mamá... Pensó sosteniéndola con apego y cariño, nada podía ser mejor que sentir el calor de su madre abrazarla y mecerla con ese amor suyo.












Se contuvo para no soltar otro golpe a la cara de su hija esperando explicaciones, si había algo que a ella la hacía arder en enojo era que sus planes no resultarán a lo que ella pensó. Si bien Saharah no había sido del todo inútil a la hora de estar pendiente de sus príncipes ahora estaba siendo un estorbo demasiado grande, y para peor, ser enviada al Romerise. Era la condena más grande posible para una mujer, mucho peor que una viuda en sociedad.

La menor sobo su mejilla mirando el suelo.—La emperatriz lo convenció, Haberon rompió el compromiso, tengo sólo un mes.

Sintió una patada venir directo a su estómago dejándola sin aire unos momentos, Benela no podía creer lo que estaba pasando.— ya me parecía extraño que tú estuvieras sirviendo tanto últimamente, maldita estúpida, nos acabas de arruinar. ¡Todo por lo que he trabajado estos años!

Tosió tratando de respirar manualmente, al poderlo lograr empezó a intentar hablar a pesar del estado maniaco de su madre

—No-... —inhalo y exhaló a duras penas.—no-... soy un desperdicio... —apreto su mano, la herida que se hizo con la daga jurando ser fuerte, el pacto de la sangre, el pacto que la unía a su padre.— yo-... Yo haré hasta lo imposible para ser útil

—Hasta ahora sólo me haz provocado penas Saharah, haz sido un maldito estorbo, fue una gran pena que fueses tu la que sobreviviera aquel día. ¡Haz sido una cobarde, una idiota, solo sabes huir!

Esas palabras se sintieron como dagas en su pecho y corazón, era verdad, no podía negarle que era cierto que pocas veces había sido útil para sus hermanos.

Ese error que cometió años atrás, del porque ahora se sentía tan culpable.

Haber abandonado a sus hermanos hacia diez años, huir del palacio para buscar su propia libertad. La cosa más egoísta que había hecho, una atrocidad.

Pero ella realmente, realmente se estaba esforzando.

—Hare de Bavilo el creyente de la luz, y también principe heredero a la corona.

-•Rosa roja. La Obsesión del Duque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora