-•Rosa roja. La Obsesión del Duque

•·Nine

Morir es una sensación parecida a un desmayo del cual no despiertas, no hay sonido, no hay visión, simplemente un momento existes y al otro pasas a ser nada

Es increíble, en los últimos momentos de mi vida sentí que lo miserable que fui tanto en mi nacimiento como en mi fallecimiento, acabe en la fosa donde nadie me recordaría ni lloraría por mi. Me pregunté, de que servía haber nacido cuando nunca me sentí amada ni un poco, sólo rellene huecos de personas incompletas e inseguras, forme parte de venganzas y cuentas que nunca fueron mías, fui una mala persona, así como también fui víctima de personas más malas e inteligentes que yo. Fui una villana, una que sólo se debía a su existencia a hacer relucir aun más el papel de personas que toda su vida fueron brillantes y amadas, que en su destino siempre se denoto que eran los protagonistas de una vida feliz, una vida digna de amor, sin tener que luchar por comida, afecto, por respeto o trato digno humano, no como ella.

Si tuviese la opción, nunca más querría renacer en el mundo de nuevo, mucho menos a ser una humana miserable cómo lo era.

Una esclava de una historia fuera de sus manos, una persona podrida por dentro.

Dios siempre hizo lo que quiso con su voluntad, y como siempre, no escuchó su petición.

El largo cabello albino mecido al viento hizo cosquillas su cuello y hombro, estremeció cuando miró su alrededor lo extraño y diferente del lugar al que estaba acostumbrada a ver, parecía mágico. No acostumbrada mucho a la sensación que percibía en el aire, algo lo hacía más difícil de respirar, era como estar cerca de un mago ya que transpiraba el maná en el sitio.
En su vida anterior ella nunca tuvo idea alguna de lo que era la magia, de hecho, era ignorante a muchas de las cosas relacionadas a esto, pero ser consciente de lo que sentía la hizo sentir impresionada

No fue lo único, al pasar las personas veía luces y colores, todo la agobiaba pero maravillaba. ¿Que era esta rara percepción?

Poco tiempo de vivir en el extraño lugar donde apareció repentinamente pudo recabar algunos datos importantes

Arzabela, un reino prometedor y bello, regido por un emperador, su emperatriz y sus cinco príncipes. Según había oído había dos concubinas también quienes eran madres de respectivos príncipes.

Había oído sobre los miembros de la familia real aunque solo fue curiosidad y una pizca de miedo, no quería relacionarlos por lo que prefería saberlo para evitarlo.

Princesa Saharah, la primer princesa y el miembro real mayor entre los hijos. Veintiún años, hija de la primer concubina.
Príncipe Bavilo, primer principe, hijo también de la concubina, diecinueve años.
Princesa Ariana, la favorita por lo escuchado, a quienes las personas solían decir que tenía parecido con ella por su cabello albino. Hija de la emperatriz. Diecinueve años.
Príncipe Haberon, hijo de la segunda concubina, diecinueve años.
Y por último el príncipe Kamal, de la primer concubina. Sabía que tendría entre dieciséis o diecisiete años.

Respectivamente a su conocimiento de ellos solo llegó a la conclusión de que quiza en la vida jamás los vería, solían decir que son demasiado reservados por lo que era raro si quiera tener noticias de ellos a menos que fuese algún chisme, especialmente de la segunda princesa. Ignoró eso, no le interesaban los chismes, los odió desde que la vida en el palacio en su primer vida fue a base de ellos.

También se dio cuenta de otras cosas

—Hermana mayor... —un pequeño niño le sonrió mientras sostenía unas flores y se las daba.— me recordaron a ti.

Eran unas margaritas. Blancas, símbolo de pureza, algo que ella no era ni sería. De igual manera le sonrió agradecida.

—Oh Eriol... Eres tan buen niño... Serás popular cuando crezcas. —acaricio su cabeza y el sonrió, el tenía un color de aura claro celeste y varias luces lo seguían. Aún no entendía sobre que se trataba eso realmente pero lo empezó a relacionar con que quizá era la forma de ver a las personas como un cristal.