capítulo 8: El despertar

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Eternidad

capítulo 8: El despertar.

Hace muchos, muchos años, en Finlandia, una mujer emprendió un viaje de un pueblo a otro. Ella salió armada con su mejor espada y con una ballesta; montó su más veloz corcel y viajó por dos días, casi sin parar. El corazón valiente de esta feroz ladrona no estaba en calma, estaba agitado por un dolor que la hacía razonar menos de lo normal.

Llegando al fin a su destino, no mostró su cansancio, en cambio, mostró su salvajismo. Desenvainó su espada y se preparó para la batalla. Tocó una puerta insistentemente y esperó... Escuchó los pasos del enemigo acercarse, ella estaba lista para matar al dueño de esa cabaña. Cuando una bellísima joven abrió la puerta, la otra mujer detuvo su mortal ataque. Por poco le cortaba la garganta a quien no era.

—¡Oh!— exclamo la mujer de la espada, escondiendo su arma tras de sí, sonriendo nerviosamente.

La joven frente a ella la miró, perpleja, sin saber si sonreír o asustarse. Aquella mujer ladrona había venido con ansias de matar.

—Chickie... ¿Tratabas de matar a mi prometido?— dedujo la bella joven, con un gesto de desaprobación.

—¡Yo no iba a matarlo!— gritó, encajando su espada en el suelo, a la vez que la otra mujer se hacía a un lado y la invitaba a pasar—. ¡Sólo iba a decirle un par de cosas a ese perdedor!

—Creí que al menos estarías feliz por mí.— ya en la cocina, la bella joven sirvió té en un par de tazas, ofreciéndole una a su amiga.

—¿Feliz? ¡¿Feliz?!— Chickie arrojó su ballesta a la mesa, después se sentó de golpe en la silla, acomodando sus pies inadecuadamente sobre otro asiento; recibió la taza de té y le dio un ligero sorbo para después seguir con sus gritos histéricos—. Tan pronto recibí tu carta, partí para acá. ¡¿Estás demente?! ¡¿Casarte con ese?!

—Chickie... es algo que sabías que terminaría pasando.— se sentó al lado de su amiga, con una sonrisa compasiva, acomodando un plato con panecillos sobre la mesa.

—¡No lo entiendo!— encajó con fuerza una daga sobre un panecillo, apretando los dientes con rabia—. ¡Siempre has visto por ese hombre! ¡siempre tienes que hacer el trabajo sucio por él! ¡Él es un completo inútil!— encajó otra daga sobre otro panecillo y repitió la acción un par de veces más, dando a entender así, no sólo su odio, sino que esta mujer estaba cargada de armas—. ¡¿Y qué hay de mí?! ¡¿eh?! ¡Yo siempre he estado ahí para ti!— de un manotazo la taza de té salió volando y se estrelló contra un muro. Chickie estaba tan furiosa que ni el pastel más dulce ni el abrazo más cálido podrían calmarla. Ella estaba devastada.

—Yo lo amo. Lo entiendes, ¿verdad?— tomó la mano de la ladrona con dulzura y le sonrió de la misma forma. Chickie no hizo más que llorar—. Eres mi mejor amiga.

—Ya no vas... a estar conmigo.— su voz se volvió quebradiza por el llanto. Muy pocas personas habían visto a Chickie llorar, muy pocas personas podían ver los sentimientos que guardaba esta astuta bandida. Muy poca gente le importaba lo suficiente como para hacerla derramar lágrimas.

—Yo siempre estaré ahí para ti. Yo te debo tanto.

—Yo te debo mucho más.— se echó a sus brazos, aun cuando eso no calmaría el dolor, al menos serviría de algo ¿no? La otra mujer acarició los cabellos oscuros de su amiga, tratando de consolarla. Tarde o temprano tenía que ocurrir.

Pasaron unos minutos en los que Chickie logró relajarse algo; ayudó a limpiar el desastre que había causado en la cocina por su berrinche y, con el ambiente más calmado, preguntó algo que le amargaba pero que tenía que preguntar.

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