capítulo 11: Cristales de sombras

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Eternidad

capítulo 11: Cristales de sombras.

En el pasado.

En el centro de un pueblo de un reino allá en Noruega, la multitud se había reunido. Todos habían sido obligados a reunirse, aunque algunos padres, sólo algunos, lograron ocultar y dejar a sus niños en sus casas, donde no podrían ver la escena tan cruel.

Un joven estaba siendo azotado con látigo en la plaza. La gente estaba obligada a verlo ya que, según la reina, debían contemplar el castigo que se merece un traidor, que debían ver a quién deben obedecer.

Resultaba que el desafortunado joven había intentado salvar a su padre que estaba siendo arrestado por no tener dinero para pagar los impuestos. Era un castigo injusto para un crimen injusto, todos lo sabían, también la reina pero le importaba poco. Ella observaba todo muy de cerca, riéndose de cuando en cuando, mientras uno de sus guardias aplicaba el castigo al joven que ella consideraba traidor.

La reina era fácil de distinguir, no sólo por su mirada maliciosa y su extraordinaria belleza. Ella siempre llevaba vestidos hermosos, con pronunciados escotes normalmente, y se adornaba de joyas preciosas y brillantes. Ella siempre quería llamar la atención. Incluso sus risillas musicales se distinguían entre los fuertes lamentos del torturado.

Nadie tenía el valor de oponerse, toda la población estaba asustada. Jamás habían tenido un gobernante tan cruel. Ella era considerada un demonio del infierno. La reina sabía que la llamaban demonio y ella, por su parte, lo aceptaba y decía que era la más perfecta demonio sobre la Tierra. Ella ansiaba invadir otros reinos y hacerse con más poder, poco le faltaba para llevar a cabo una guerra donde miles de vidas, desechables, se perderían.

—¿Qué está pasando ahí?— preguntó Chickie, la mujer bandida, a sus amigos, tratando de asomarse para ver algo entre la multitud.

—Habrá que ir a ver.— dijo el hombre castaño que la acompañaba.

El hombre tomó a su prometida, una joven rubia, de la mano y esta tomó a Chickie de la mano también. Los tres entraron a la multitud, empujando gente mientras la rubia se disculpaba, tratando de llegar hasta enfrente.

Los tres eran extranjeros, acababan de bajar del barco hacía poco más de media hora. Habían estado paseando por las calles hasta que la multitud y los gritos llamaron su atención. Los tres iban encapuchados, como si trataran de ocultar su identidad. Al pensarlo bien, quizá alguien podría reconocerlos, ellos no calificarían para tener el seudónimo de "Anónimos".

Se inquietaron cuando escucharon los azotes del látigo y los gritos de dolor que cada vez se hacían más débiles. Cuando lograron llegar hasta enfrente, al joven torturado lo tenían tendido en el suelo, a punto de ejecutarlo, cortandole la cabeza con una espada.

—¡Alto!— intervino la joven rubia, para sorpresa de sus acompañantes.

Ella empujó al guardia y le apartó la espada. Todos quedaron conmocionados ¿quién era esa joven?

—¡Tú!— exclamó la reina, airada—. ¡¿Cómo te atreves a desafiarme?! ¡Maldita extranjera!

Los reclamos de la reina cesaron al sentir las manos de la desconocida recorrer su vientre. La reina bajó la mirada, desconcertada al ver a la joven examinarla de esa forma. La joven rubia puso una expresión de terror.

—Oh Dios mío, está embarazada.— habló la joven, lo suficientemente fuerte como para que varias personas la escucharan y estas personas corrieron el rumor al resto, ahora todos se habían enterado—. Y es una niña.

La reina enfureció aún más, ella no quería que sus súbditos se enteraran todavía de su condición. ¿Cómo era que esa rubia se había enterado de su embarazo? El caso es que no la iba a perdonar.

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