Arrogante.

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El saco de arena tomaba magistralmente todos los puñetazos que Sesshomaru lanzaba

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El saco de arena tomaba magistralmente todos los puñetazos que Sesshomaru lanzaba. Golpes que, si se le hubieran dado a un hombre, le habrían roto la nariz y fracturado las costillas.

El sudor goteaba por su suave espalda, humedeciendo la vieja camiseta sin mangas de los Celtics que llevaba puesta y haciéndole saber que después de todo, esos golpes no eran solamente para desahogarse, sino también para mantenerse en forma.

Jugó con las piernas alrededor de la bolsa, esquivó un derechazo imaginario y le dio un puñetazo en las costillas, a lo que imaginó que era un anciano granjero que obligaba a una niña a recoger estiércol.

Era inútil negarlo; la historia de la infancia de Kagome Higurashi lo había conmovido, aúnque ya hubiese escuchado historias aún peores.

Si bien el relato de la joven era lamentable. Sin embargo, no menos trágica que la de muchos huérfanos en el país, lo que realmente le impactó fue su frialdad al contarle todo. Eso sí, de vez en cuando había mostrado alguna emoción, pero siempre controlada, enjaezada en las riendas de su fría altivez.

Esa mujer tenía algo oscuro dentro de ella y, en esa oscuridad, había algo que lo atraía. Una atracción que él mismo consideraba peligrosa. No sabía nada de esa mujer, ni siquiera estaba seguro de Kagome Higurashi fuese su verdadero nombre, si lo que le había contado era cierto, si podía confiar en ella.

Después de unos cuantos izquierdazos, bajó la guardia y le dio la espalda al saco de arena.

Desde la pequeña habitación que había usado como gimnasio, Sesshomaru se dirigió a su baño, se desnudó rápidamente y se metió en la ducha para lavarse la gruesa capa de sudor que cubría su piel.

Tras un refrescante baño, decidió ir a dormir las cinco horas que le quedaban antes de que el sol surgiera y diera paso a un nuevo día de duro trabajo como psicólogo.

                                   **

—En cuanto al insomnio, Sra. Harrison. Le indicaré cinco gotas de Lexoten, ya que su incapacidad para dormir está resultando más grave de lo esperado. ¿Está segura de que ha probado la valeriana como le indiqué antes? —preguntó Sesshomaru a la mujer que tenía enfrente, un caso no infrecuente de una señora de cuarenta años bajo estrés severo con problemas para dormir.

—Por supuesto, doctor, y no me dieron más que un ligero sopor—declaró la mujer.

Sesshomaru asintió pensativo y le entregó la receta firmada.

—No se exceda con las dosis. Cinco gotas son suficientes. Tenga feliz el resto del día, para hacer otra cita, puede contactar a mi secretaria —dijo sonriendo cordialmente a la mujer ya de pie frente a él. Ella asintió y luego de un apretón de manos, tomó el camino hacia la puerta.

Doctor, la señorita Jefferson acaba de solicitar una cita. La he fijado para el próximo lunes a las trece. ¿Está de acuerdo? —preguntó su secretaria e inmediatamente Sesshomaru se tiró sobre su escritorio para tomar el auricular.

Confesiones peligrosas (SESSHOME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora