Gatúbela al rescate

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La música ensordecedora retumbaba en un ritmo intenso y pecaminoso que daban ganas de tirarse a la pista para atrapar a alguna de esas chicas que se retorcían deliciosamente bajo las luces de neón

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La música ensordecedora retumbaba en un ritmo intenso y pecaminoso que daban ganas de tirarse a la pista para atrapar a alguna de esas chicas que se retorcían deliciosamente bajo las luces de neón.

Sesshomaru no podía explicarse por qué se había arrastrado a ese oscuro club subterráneo. Tal vez era porque estaba seguro de que no se encontraría con nadie que conociera en esa parte de la ciudad o porque quería tener un rapidito sin consecuencias. Sin embargo, la verdadera razón era que quería ahogarse en el alcohol, tratando de olvidar a Kagome y a su terrible confesión.

Con un suspiro, se frotó las sienes que comenzaban a dolerle. En un movimiento repentino, logró atrapar a una mesera, agarrándola por la falda.

—Oye, tráeme otra ronda —ordenó con una voz tan espesa y vacilante que casi no la reconoció como suya.

Irritada, la mesera golpeó la mano de Sesshomaru para liberarse de su agarre.

—Creo que ya has tenido suficiente por esta noche —replicó la mesera molesta.

Tal vez fue el tono de desdén de la chica lo que hizo enojar a Sesshomaru, o tal vez fueron sus ojos marrones, los cuales le recordaban a la mujer que quería olvidar.

Sesshomaru se puso de pie de un salto, dedicándole a la chica una mirada amenazante.

—¡Oye! ¡No te pedí tu maldita opinión! ¡Te dije que me trajeras otra ronda, zorra! —gritó, sorprendiéndose incluso a sí mismo.

Todo sucedió en cámara lenta. Dos manos grandes lo agarraron abruptamente, una por la cintura y otra por el cuello de su chaqueta.

Sesshomaru voló, o al menos creyó haber volado, hasta que cayó pesadamente de cara sobre la acera, rascándose el pómulo y la ceja izquierda.

Por un memento se preguntó cómo diablos lo había logrado, pero milagrosamente y con muy poco tambaleo, logró ponerse de pie y mostrarle los puños al rubio portero del club. El portero le dirigió una mirada de suficiencia, potenciada con un “vete a la mierda, idiota” antes de cerrar la puerta.

Sentado en una acera mugrienta, solo en ese barrio de mala muerte de la ciudad de Nueva York, Sesshomaru comenzó a reír como un esquizofrénico, cuyo amigo imaginario acababa de contarle un chiste.

—Si te dejo aquí, alguien podría robarte y apuñalarte y no aprenderías la lección. Si te recogiera y te llevara a casa, estarías a salvo, pero de igual forma no aprenderías la lección.

Conocía esa voz tranquila y sensual. Era ella, la razón de su estado actual.

Sesshomaru dejó de reír al instante mientras miraba sus zapatos. Levantó la vista y la vio. Estaba sonriendo y como siempre, iba vestida de negro.

La mirada de la chica parecía divertida, pero Sesshomaru estaba demasiado borracho para intentar leer todos los matices de su rostro. Ya era mucho para él registrar que ella estaba ahí, en ese barrio peligroso, hablando con él.

Confesiones peligrosas (SESSHOME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora