Camaleón

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El punto de encuentro se llamaba “O’Donoghue’s”, uno de los muchos pubs irlandeses de Brooklyn.

Bankotsu se preguntó por qué la persona que estaba por encontrar había elegido ese lugar que apestaba a cerveza y humo para su reunión.

Cuando entró al local, fue recibido por una chispeante balada irlandesa y el sonido de la espita llenando las jarras de cerveza. Miró a su alrededor y no tardó mucho en notarla. Estaba tan fuera de lugar, como un cerdo vivo en un negocio de frituras.

Sentada en el rincón más profundo de la habitación, en uno de los nichos de la pared, bebiendo lo que parecía una Guinness, observaba divertida como el pequeño grupo de cabezas de zanahoria amenazaba con pelear en la esquina opuesta del negocio.

— Oye, ten cuidado con esa chica. Una palabra más y casi le arranca las pelotas a Joe de un mordisco —advirtió el cantinero, un tipo todo músculos y barba castaña, al verlo dirigirse hacia la mesa de la mujer pelirroja que lo estaba esperando.

Bankotsu se giró y le sonrió.

—No se preocupe, sé cómo manejarlo.

El cantinero se encogió de hombros.

—Como sea, espero que lleves un suspensorio —se mofó, haciendo sonreír al detective entre dientes, debido al chiste barato en forma de advertimiento.

Los labios de la chica se estiraron en una sonrisa divertida cuando Bankotsu se detuvo frente a su mesa.

La mujer frente a él tenía uno de los rostros más hermosos que había visto, de eso no había duda. Sus ojos entre verdes y azules eran de forma alargada, realzados por las cejas cortadas oblicuamente con el color del trigo maduro. Eran unos ojos hermosos y sensuales, tan impactantes que casi parecían falsos. La nariz era recta y perfecta, el sueño de toda mujer. La forma del rostro era el ideal de perfección para todo escultor; pómulos altos y perfectos, mentón delicado, de proporciones magistrales y frente amplia.

—¿Ayame Williams?

—¿Qué otra mujer entraría en un lugar como este? —inquirió ella con esa hermosa sonrisa irónica suya.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Bankotsu, ella asintió.

—Si no quiere parecer una farola en chaquetas…

Al detective no le quedó de otra que ignorar el pésimo sentido del humor de la mujer y tomar asiento frente a ella.

Ayame inmediatamente comenzó a estudiarlo con una mirada divertida. Para enmarcar su hermoso rostro, llevó el cabello recogido detrás de su cuello, enfatizando así sus pómulos y ojos felinos.

Tenía un tono de pelo particular; eran de color rojo otoñal. Por alguna razón, ella le recordaba a una obra de arte con sus colores azules y anaranjados. Llevaba un abrigo negro y un suéter de cuello alto blanco debajo.

Confesiones peligrosas (SESSHOME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora