Decisión

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Cuando Sesshomaru abrió los ojos, el despertador electrónico en su mesita de noche marcaba las 14:22 pm

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Cuando Sesshomaru abrió los ojos, el despertador electrónico en su mesita de noche marcaba las 14:22 pm.

No se había despertado tan tarde desde la universidad, cuando las vacaciones salvajes con sus compañeros lo desgastaban hasta los huesos y, después de una noche de fiesta, era capaz de dormir trece horas seguidas. Pero ahora ya no tenía ese regusto a vodka y cerveza en la parte posterior de la lengua y un dolor de cabeza punzante al decir buenos días.  Dándole los buenos días, estaba el brazo de Kagome anclado a su torso.

Se giró para mirarla, encontrándola todavía dormida, con el rostro enterrado en la almohada y la boca suavemente entreabierta, relajada en una expresión de un sueño tranquilo.

Con cuidado de no despertarla, se levantó delicadamente de la cama, moviendo con cuidado el brazo que aún rodeaba su torso y, con el mismo cuidado con el que habría operado un cirujano, comenzó a quitarle la falda y la chaqueta. Seguro de que, aunque esa ropa era bastante cara y bonita, no debía ser cómoda para dormir.

Kagome abrió un ojo nublado por el sueño y, reconociendo sus manos y su rostro, se dejó desvestir hasta quedar completamente desnuda. Luego Sesshomaru la dejó dormir tranquilamente y ella le agradeció con una pequeña sonrisa, antes de enterrar su rostro en la almohada y acurrucarse entre las sábanas.

Sesshomaru salió de puntillas de la habitación, recogiendo un par de ropa interior y pantalones deportivos del suelo mientras caminaba.
Fue directo al baño, donde se dio una ducha rápida, debatiendo si sería mejor preparar un desayuno o un almuerzo.

Al final, pensó que un brunch era lo mejor y esperaba que a Kagome le gustara.

Al salir del baño, se dirigió directamente a la cocina donde, sobre la gran mesa del medio, encontró la chaqueta de cuero que había usado la noche anterior. La había tirado sobre la mesa nada más llegar a casa, pues no había tenido ganas de acomodarla en el perchero.

Buscando la manera de poner algo de orden en la habitación, tomó la chaqueta y, tratando de quitar las arrugas que habían marcado el cuero, la sacudió unas cuantas veces. De su bolsillo vio volar un trozo de papel blanco que, tras un par de delicadas vueltas en el aire, aterrizó en el suelo. Se agachó para recogerlo y lo reconoció, no era un papel cualquiera, era la tarjeta de presentación de la agente Amelia Pond. 

Lo recogió del suelo y lo miró con atención. El papel era blanco y rugoso, las letras y los números eran una fuente sencilla y común escrita en tinta negra. Esa nota por sí sola no demostraba su verdadera importancia, si la hubiera encontrado en la calle, seguramente no habría evitado pisarla, pero ahora, mientras la sujetaba entre sus dedos, se dio cuenta de que toda su vida y su futuro estaban contenidos en ese miserable trozo de papel.

Lo observó con atención, colgando torpemente su chaqueta en el respaldo de una silla y reflexionando sobre lo que debía hacer:

Habría sido muy fácil llamar a esa mujer y decirle que sí, que cooperaría, que salvaría su pellejo en el futuro juicio contra los Higurashi. Esa llamada telefónica podría haberle salvado la vida y alejarlo de las garras de Kagome para siempre. Claro, ella podría vengarse por su traición, pero el FBI era famoso por su servicio de protección de testigos.

Confesiones peligrosas (SESSHOME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora