Veneno y flechazos

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Sesshomaru miró su reloj por décima vez

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Sesshomaru miró su reloj por décima vez. Iba en un taxi y el tráfico congestionado de esa parte de la ciudad impedía al conductor transitar más de dos metros cada treinta segundos.

Eran las siete y cincuenta y cinco, solamente le quedaban cinco minutos para llegar tarde. Entre las diversas maldiciones pronunciadas por haber accedido a presentarse a la cena, recordó cuando Kagome lo llamó por teléfono la misma tarde de la visita de su padre a su oficina.

«Como de costumbre, ella lo había llamado usando un número imposible de rastrear, pero él ya estaba acostumbrado.

—¡Halo, Kagome! —había respondido, descolgando el teléfono.

—¿Cómo sabías que era yo?

—Eres la única que me llama con un número anónimo.

La respuesta de Sesshomaru fue bastante molesta, pero ella no se había dado cuenta, o tal vez simplemente había fingido no darse cuenta.

—Cierto, de todos modos, te llamé para saber si estás libre esta noche a las diez, ¿qué me dices?

Sesshomaru estaba agradecido de que Kagome no hubiera insistido en emplear un código de palabras secreto particular para programar sus reuniones. Escucharla decir: “Vamos a mojar el bizcocho” o “Vamos a enterrar el muerto” hubiera sido demasiado humillante, también porque su paciente ninfómana le había confesado recientemente que así llamaba ella a sus encuentros extramatrimoniales.

—Um, realmente tengo algo que decirte y creo que después de escucharlo, ya no querrás que nos veamos esta noche —le había confesado.

Su risa detrás del teléfono lo había tomado por sorpresa.

—¿Se te acabaron los condones? Si quieres, puedo ir a comprártelos si te da vergüenza — le había propuesto con aire travieso y pérfido.

—No, tengo tantos de esos como quieras. Tu padre vino a mi oficina esta mañana —había añadido y, para su gran satisfacción, ella había dejado de reír de inmediato.

—¡¿Qué?!

—¿Conoces a Kenta Higurashi? ¿El de tu mismo apellido, tu padre?

Quería vengarse de su broma anterior, pero ella había puesto fin de inmediato a su resentimiento infantil.

—Deja de comportarte como un idiota— lo reprendió con su tono frío —. ¿Qué quería mi padre?

—Invitarme a cenar.

—¿Y tú qué dijiste? — inquirió Kagome, después de unos segundos, con un tono falsamente frío y extraño. Su voz solía ser gélida y despreocupadamente indiferente.

—No me dio tiempo ni para aceptar ni para rechazar. Básicamente, me dijo que me presentara en el Royal este viernes a las ocho, que tú y una amiga estarían allí.

Confesiones peligrosas (SESSHOME)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora