Capítulo 1

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El túnel acuario más largo en la historia de los acuarios en todo el mundo. Ocho hermosos kilómetros de diversidad marina, más de cien mil animales acuáticos, representando alrededor de mil especies diversas entre más de cuarenta hábitats diferentes. Era simplemente hermoso.

Me detuve en el mismo espacio que llevaba deteniéndome en los últimos ocho meses, en el tercer kilómetro del túnel en el ala norte del nuevo South East Asia Aquarium, coloquialmente sería conocido como S.E.A. Aquarium.

Singapur había sido mi casa en los últimos cuatrocientos días de mi vida, y hoy culminaba esta etapa que había resultado maravillosa en todos los sentidos.

Fui parte de la creación de uno de los acuarios más increíbles en la historia de los parques temáticos y de atracciones.

Sonreí sintiendo mi corazón palpitar y vibrar, estaba feliz.

Me detuve frente al inminente cristal que separaría a millones de visitantes del agua cristalina de Singapur.

Un tiburón raya se desplazaba tranquilamente de lado a lado. Al final de cada día, luego de una larga jornada de trabajo, venía a este mismo espacio para apreciar a esta criatura hermosa y maravillosa, estaba segura que todos los días era el mismo, así que lo había nombrado Ody.

Ody era un ejemplar de aproximadamente trecientos centímetros, lo que me hacía creer que era un macho y al parecer le agradaba verme. Siempre que me detenía aquí, esperaba unos cuatro o cinco minutos a que apareciese, y hasta que no me marchaba, él tampoco dejaba de nadar a mi alrededor.

Hoy era la inauguración del acuario, lo que significaba que mi trabajo aquí ya estaba completado, lo que también significaba que era tiempo de volver a casa. Expresar que iba a extrañar a Ody era una atenuación, los últimos tres meses que ya él había estado viviendo aquí, era lo más cercano a un amigo que había hecho, y era sin duda, lo más preciado que dejaría en Singapur.

"Emma, te he buscado por todas partes." Dirigí mi mirada a Lizzie que entraba sulfurada por uno de los callejones que te dirigían fuera del túnel. Lizzie era mi compañera de trabajo y con la que viajaba por todo el mundo diseñando parques temáticos y de atracción. Al igual que yo, Lizzie era una arquitecta con una alta especialidad en el diseño de entretenimiento temático. Era muy común para nosotras viajar por el mundo por largas temporadas y crear espacios de diversión que perdurarían en la memoria de la gente por años y años. "Van a hacer el corte de cinta y quieren que estemos ahí." Lizzie volvió a interrumpir mi tren de pensamientos. "Deja la fijación con el tiburón ese y vamos." Sonreí asintiendo.

Observé a Ody por unos segundos más y regalé una última sonrisa. Esta podía ser la última vez que lo vería y a pesar de toda la felicidad que brotaba en mí, dejarlo atrás me hacía sentir una pizca de amargura.

Caminé detrás de Lizzie que se había puesto tacones de punta y un vestido rojo que podía imaginar la estaban matando. Era muy común ver a Lizzie en pantalones cargo, una sudadera y un casco de protección para construcciones. Igual que para mí, diseñar y construir era el motor de su vida.

Llegamos al salón de la inauguración y moví mis pies de un lado a otro intentando aflojar un poco la molestia que los tacones me estaban causando. El maestro de ceremonia hablaba un mandarín fluido y no entendía ni dos pepas lo que decía. Al cabo de unos minutos escuché algo parecido a 'Feichang granx jianchu shi Emma Jauregui-Cabello shi de Elizabeth Campbell'. Sonreí cuando escuché mi nombre y me uní a los aplausos que todo el público proclamaba. Al cabo de una hora ya habían terminado con todo lo relacionado a discursos y las personas socializaban entre ellos mientras tomaban cocteles y consumían pequeñas cantidades de comida que eran presentadas por cientos de meseros.

Lizzie y yo volvíamos a Miami el próximo día y la verdad era que estaba muy feliz de poder ver a mis madres, a Olivia, a los abuelos, y a mis amigos, pero sobretodo de volver a mi casa y a mi oficina que extrañaba tanto. Luego de un proyecto así de grande como este era normal tomarme uno o dos meses de receso que utilizaba muy bien para renovar mis ideas y reconectar con mi familia.

Pero estos dos meses de descanso en Miami serían un poco diferentes.

Suspiré ya en la habitación de hotel en la que había habitado el último año, acariciando con un dedo el cartón que exponía la invitación a la boda de Grace Robston que se celebraría en Miami a finales de verano. Eso significaba que estos meses de preparativos lo único que escucharía a mis madres y a Dinah hablar sería de los preparativos de la boda, y eso me tenía los nervios de punta. No porque me molestase el hecho de que había una boda, sino porque era muy probable que Amelia estuviese alrededor más de lo que regularmente había estado.

Respiré profundo cerrando mis ojos y recordando a Amelia. Tenía aproximadamente dos años sin verla. Bueno, sin verla en persona, porque Amelia se había convertido en una de las diseñadoras de moda más aclamada de Italia y, por consiguiente, del mundo. Su marca 'Amelia Jane Hansen' estaba plasmada en cada esquina de cada calle que caminabas y era realmente tormentoso verla sonriendo cuando los últimos recuerdos que había creado con ella no plasmaban precisamente felicidad.

Cuando nos graduamos de la secundaria ambas aplicamos a la universidad de Cornell en Nueva York, yo entré a la escuela de arquitectura y Amelia había entrado a la escuela de negocios, en ese momento teníamos unos dos años de relación y nos mudamos juntas en un pequeño apartamento cerca de la universidad. Al cumplir el primer año de carrera, Amelia recibió una beca para estudiar en una de las más aclamadas universidades de diseño en Milán, la cual había sido su primera opción antes de elegir a Cornell, pero no había logrado entrar a la universidad. Amelia se mudó a Milán e hizo una licenciatura en diseño de modas en el Istituto Maragoni. Luego de graduarse, según me enteré por mis madres y Dinah, había hecho pasantías con grandes marcas de moda italiana como Fendi, Prada y Armani, y finalmente la gran Elsa Schiaparelli había apreciado su potencial y se había convertido en su mentora, el resto es historia.

No se mucho de lo que pasó cuando se mudó a Italia, pues unos meses después de haberlo hecho, Amelia dejó de responder mis llamadas, mis mensajes, mis correos, mis notas en botellitas que tiraba por el Atlántico con la ilusión de que algún día llegasen al Mediterráneo y ella las leyese.

Dos años después de lo que se volvió una ruptura inminente, y de la cual nunca pude desahogarme porque Amelia nunca le interesó juntarse conmigo a hablar, viajé a Milán a una convención de arquitectura e intenté ponerme en contacto con ella lo cual siguió siendo en vano porque no me respondió, y su asistente personal me dijo 'La señora Hansen está ocupada en estos momentos, pero si quiere dejarle un mensaje'. En ese momento desistí de Amelia. Había hecho todo lo posible, nunca mis intensiones fueron recuperarla o convencerla, yo solo quería entenderla. Entender el porqué, si estaba dispuesta a todo con solo sentir la esperanza de que algún día podríamos compartir la vida.

Pero no sucedió, así que luego de eso me mudé a Georgia a hacer mi maestría en bellas artes en SCAD y la volví a ver una navidad que ambas habíamos estado de visita en Miami y que habíamos compartido como "familia". Quisiera poder explicarles, pero aún no entiendo la rabia que se instaló en mi corazón el momento que la vi caminar y abrazar a todos como había sido unos ocho años atrás, incluyéndome a mí.

Al verme me regaló un abrazo suave, un beso en la mejilla y una sonrisa que denotaba que no me había extrañado tanto como la había extrañado yo. Así que allí lo dejé, dejé mis ganas de entenderla, dejé mis ganas de perdonarla en mi corazón, de sentir algo diferente a dolor cuando la viese a los ojos.

Entonces sí, las últimas semanas en Singapur, desde que recibí la invitación de la boda de su hermana, había estado con los nervios de punta, porque verla unas horas en una navidad iba a ser muy diferente a prácticamente tener que verla frecuentemente por unos meses, ya que Grace y Dinah se habían empeñado en que Amelia fuese la que diseñase los vestidos de cada una de nosotras.

Doce años desde el día que me enamoré inminentemente de ella, doce años con los que no he podido hacer las paces y olvidar, porque podía confirmar que, con la llegada de la invitación, todo lo que había creído olvidado, vivía sin rumbo fijo aún dentro de mí.

Siempre Tú: Emma + AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora