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El sabor del café sin ninguna pizca de azúcar quedó grabado en su paladar y mente desde ese día que agarró el vaso equivocado

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El sabor del café sin ninguna pizca de azúcar quedó grabado en su paladar y mente desde ese día que agarró el vaso equivocado. Puede que su reacción haya sido exagerada, pues luego, Geno tomó ese mismo café como si se tratara de agua. Quizás era cuestión de acostumbrarse a esa amargura o estar preparado mentalmente cuando la pruebes. ¿Si hubiera previsto que Geno no estaría con él en Navidad, entonces ahora se sentiría menos triste? 

Debería odiar a Geno por no haber cumplido su palabra, por no estar a su lado en Nochebuena, por ilusionarlo, por jugar con sus sentimientos, por robarle ese beso, por hacerle creer que era especial; sin embargo, no podía. No era capaz de odiarlo. Estaba decepcionado, tal vez algo confundido y con ese maldito dolor en su pecho que no quería desaparecer. Se preguntaba una y otra vez qué significaba para su compañero de trabajo, si acaso ocupaba un lugar en su vida. En esos momentos, el amor lo hacía sentir miserable y tan pequeño como un ratón de campo.

Era veinticinco de diciembre, un día para pasarla en familia o amigos, aunque también un perfecto día para hacer la limpieza. De alguna manera debía sacar el estrés que cargaba sobre sus hombros y, de paso, enterrar esos viejos recuerdos que solo lo atormentaban. Buscó una caja y procedió a guardar las cosas que nunca más iba a necesitar: sin titubear, metió ese álbum de fotos, también el anillo y otros objetos que pertenecían a esa época cuando todavía estaba casado. Al final, acomodó todo para después cerrar la caja con cinta adhesiva, así se quedaría bien sellada.

—Ya se acabó —afirmó en voz alta, mientras ponía la caja en el fondo de su armario.

Una vez salió de su habitación, fue en busca de artículos de limpieza y se puso en modo automático, o sea, dejó su mente en blanco para concentrarse en lo que iba a hacer. Primero empezó con el baño, después su habitación y al último la cocina y sala. Se encargó de eliminar el polvo y que cada rincón oliera a flores: prácticamente se esforzó para que todo quedara impecable. Mientras terminaba de barrer, su mirada se fijó en lo que reposaba sobre la mesa del comedor. Detuvo lo que estaba haciendo y soltó un hondo suspiro.

—Esto no está funcionando...

Caminó hacia una silla y tomó asiento para apreciar mejor el regalo de Geno. Horas y horas se la pasó tratando de descifrar lo que deseaba transmitir, pero por más vueltas que le daba a la intención de ese obsequio, no llegaba a nada y se quedaba aún más confundido; no había tarjeta o algo parecido, así que no existía explicaciones ni excusas baratas escritas en un pedazo de papel. Estaba tan desesperado que hasta excusas baratas hubiera aceptado o incluso un garabato. Cualquier cosa es mejor que nada, ¿verdad? Ya sea un dibujo o una simple palabra, deseaba creer que podría entenderlo con solo mirarlo, mas Geno seguía siendo un mundo que le faltaba explorar para comprender cómo funciona.

Su mano alcanzó la canasta de mimbre y la acercó al borde de la mesa para tenerla más cerca, hurgó entre los víveres hasta alcanzar una cajita rectangular de su interés.

❝Sentimiento amargo❞ ➼BlenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora