Con su mirada siguió deslizando las curvas definidas en su espalda fina y pálida, los omóplatos eran su zona favorita porque la luz tenue de su habitación los hacía lucirse y deshacerse con las sombras y brillos.
—Ven aquí.— Ordenó, el joven había volteado y dejó a un lado el pincel lleno de tinta, se puso de pie y arrodilló frente al hombre sin inmutar su curiosa expresión.— Descansa por hoy, ya has hecho mucho, te felicito, Nahoya.—
No pronunció palabra alguna, sólo asintió y se puso de pie para abandonar la sala.
Dejó salir el humo contenido en sus mejillas, la larga pipa la dejó a un lado y se acercó para ver bien el pergamino extendido en el suelo.
Desde que la guerra inició los campesinos pobres habían sido enviados al frente de batalla, algunas mujeres fueron capacitadas como enfermeras y los jóvenes mayores de 16 años fueron seleccionados para ver si son aptos o no para ir y entregar su vida y honor en los campos de batalla.
El pergamino extendido era un poema en el que el joven pelinaranja ha estado trabajando como ejercicio para aprender a escribir y leer de forma correcta, algunos kanjis eran pobres y las oraciones no eran del todo legibles, pero se conforma de verle trabajar duro.
Luz, tela, agua; Camino; Sol; Trenzas.
Sonrió de una forma que él dice es de neutralidad, pero parecía más una solteza de emoción. Su familia siempre ha sido parte de la élite, la guerra no estaba en su día a día y ambos jóvenes hermanos seguirían sus vidas como profesores de escritura y medicina.
Fue la cercanía de su padre con el padre de la familia Kawata el que lo orilló a recepcionar a los gemelos, porque los conoce, sabe de los talentos en la poesía del menor y la delicadeza en los movimientos del mayor en la danza.
Se le fue relegado a Ran la labor de reforzar la escritura en Nahoya, porque apenas sabe escribir los caracteres básicos de su lenguaje.
Y Rindō por buena voluntad ofreció al menor hacerlo su estudiante en los estudios e investigaciones de medicina.Los progenitores de ambos chicos fueron reclutados con orgullo, yendo para quizá ojalá volver.
(...)
—Te equivocaste aquí.— Señaló, Nahoya había enarcado una ceja y se acercó a ver.
—Mierda...—
—No te desanimes, después de todo puedo asegurarte que sabes el triple de un joven campesino pobre de tu edad.—
No dijo nada y sólo apartó el rostro, ahí va nuevamente esos depredadores ojos violetas verle como si fuera un objetivo y no un estudiante.
El frío tacto de unos dedos en sus clavículas le hizo suspirar y el asunto cambió cuando la respiración del hombre lo estremeció.—No soy una prostituta, joven Ran.—
—Escuché que tu madre era una Geisha y sé que eres excelente bailando, pero me asombra que siendo hijo de una no sepas escribir muy bien.—
—Me escapaba a jugar con mis amigos en las lecciones de escritura, además, las Geishas no son prostitutas.—
—Lo sé, pero eres un jovencito muy lindo, Nahoya, deberías aprender a utilizar tus atributos de mejor forma.— Besó su mejilla lento, con todo el atrevimiento del mundo pues no cree que él vaya a decirle algo.
—¿Crees que porque eres el hijo del hombre que me acogió puedes hacer lo que quieras conmigo?—
Él negó entre risas, había subido su mano directo a los serratos de su torso, el calor de la primavera era bueno aunque algo atrapante, Nahoya tenía su kimono abajo como suele llevarlo siempre.
Suspiró con su tacto y volteando el rostro se pilló con una respiración ardiente y lenta, unos ojos profundos que sabía contenían algún secreto insucitado. Cayó en sus redes porque su corazón puberto lo traicionó, ¿Qué hacer si tus sentidos se erizan y es simplemente tu presencia y la de él en un escenario tan candente como mal visto? No lo sabe.
No tuvo valentía en negarse un beso casto en sus secos labios, aunque Ran y su ímpetu lo ayudaron en su problema al pasar su lengua en la piel para lubricarlos, dando un segundo beso.
No bebe, jamás lo ha hecho, pero ahora entiende a los adultos alardear de su embriaguez, ahora la está sintiendo, su cuerpo sin una gota de alcohol se está embriagando y no lo soporta porque es su inocente corazón el herido y asustado, sacó la valentía de su fondo de vergüenza y con un tierno titubeó se atrevió a encararlo.
—¿Me amará?—
—¿Que si te amaré?— Ran se detuvo en seco, no entendió su pregunta.
—No me ilusione, con un beso me ilusionaré y yo no quiero compartirlo con nadie.—
Se esclareció tanto como enrojeció, su rostro lo sintió caliente y un cosquilleo en su estómago le hicieron sonreir.
—¿Eres celoso, Nahoya?—
—Lo soy, joven Ran.—
—Yo también lo soy, ¿Sabes? Creo que haríamos buen dúo.—
No dijo nada más, sólo apartó el rostro y trató de aclararse la respiración porque su cuerpo ya estaba hecho un caos, sobre todo ahí abajo.
—Me gusta tu piel, tienes la mala costumbre de llevar tu kimono suelto en el pecho ¿Acaso es una manía de infancia?—
—Me daba calor corriendo.—
—De niño es para ahuyentar el calor, de jovencito no logras nada más que atraer el calor de otros, me gusta tu cuerpo, es tan lindo...—
—No, joven Ran, es porque por si no se ha dado cuenta, éste no es de mi talla ¿Cree que quiero atraer las miradas de cualquier necio? Incluso sin mostrar mi cuerpo me creo capaz de conseguirme un buen partido.—
—¿Y yo soy un buen partido?— Sonrió cálido, acunando entre sus manos esa hermosa expresión tan avergonzada del pelinaranja.
—No del todo, joven Ran...—
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