Día 5: Familia

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¿Y es doloroso el sentir la angustia ajena?  Incluso si nunca fue algo más que su esposa

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¿Y es doloroso el sentir la angustia ajena?  Incluso si nunca fue algo más que su esposa.

Ahí estuvo apoyado contra el barandal decorativo a las afueras del registro civil con una expresión de indiferencia. Usaba lentes oscuros y un pañuelo en su cabello, en ese minuto se preguntaba si no era muy cruel su presencia ahí, incluso si no hacía nada más que fumar un cigarrillo que ya iba por la mitad.

Llevaba una hora ahí porque como en todos lados la atención pública es una mierda, pero quería estar ahí para verle salir y contenerlo si es que le llegaba a afectar la situación.

Y luego de tres cigarrillos que por cierto, no suele fumar, pero la situación ansiosa lo amerita. Vió salir al dúo; Una pálida mujer con el ceño neutro y un suspiro apenas sus miradas cruzaron. Ran a su lado con la carpeta en mano viendo quizá la mejor forma de despedirse del matrimonio que arruinó.

(...)

Dos años fue el intruso entre sábanas ajenas, el tercero que deseaba ser el primero con tantas ansias como su amado.
Tiempo donde fue el espectador de la llama apagarse y debilitarse por la atención que ya no le era dada a esa fría mujer tan déspota e ilusa.

¿Pero qué culpa tenía él si fue Ran quien buscó primero la compañía de sus labios y el tacto de sus suaves piernas? Un amor correspondido desde su juventud que jamás se llevó a cabo por la cobardía de ambas partes que acabó con el mayor casado con quien en verdad no llenaba tan fuerte sus días como lo solía hacer esa bella sonrisa llena de pecas suaves de un Kawata risueño.

Pero en esa fiesta donde Ran acompañó a sus amigos pudo reencontrarse con el amor de su juventud; Un hermoso joven tan pálido y alegre, con sus cabellos lisos tal como solía verlo las veces que asistían a las clases de atletismo en preparatoria, liso porque así podía atarlo bien y según él lucir como un sex symbol.

No estaba solo, también iba en compañía de amigos y la de un par de botellas de Ron.

El calor y valentía del alcohol los hizo unirse;
En una charla, en una confesión, en un beso y en la cama.

Revelados sus sentimientos Ran ya no veía con brillo la argolla de matrimonio en su dedo. Sólo parecía... un anillo y ya.
Así siguieron sus aventuras como amantes, donde su único momento de amor era entre las paredes de un erótico motel o sobre las cuatro ruedas del Jeep de Ran.

Nahoya era tan consciente del matrimonio arreglado del Haitani porque sínicamente asistió en segunda fila viendo como su amor de juventud se unía con quién sabía sólo era un peón en el ajedrez de su padre.
Lo admite, no es empático con quien tiene a su hombre como esposo, así que con orgullo elimina cada rastro del cuerpo de esa mujer en la piel del pelimorado.

Cinco años es el trato de tiempo mínimo en matrimonio, lo suficiente para no levantar sospechas de lo arreglado del asunto. Ran aceptó de mala gana y la mujer ni tan dolida. ¿Quién no quisiera tener un trofeo como Ran Haitani? No lo ama tanto, pero admite se fascina de sentir la envidia de su alrededor al ser la dueña de su cuerpo.

En verdad, la co-dueña.

(...)

Apenas el reloj marcó las doce de la noche Nahoya subió a las piernas de Ran y rodeó su cuello con tal te unirse aún más.

—¿Sucede algo bebé?— Dejó su trabajo de lado para darle toda su atención, Nahoya tenía una mueca de vergüenza.

—Son las doce, es tu aniversario de cinco años.— Musitó.

Dirigió su vista a la fecha en la barra de tareas de su ordenador, y efectivamente, el chico tenía razón.

—Ran.— El nombrado volteó a verle.— Divórciate de ella y cásate conmigo.—

Un revoltijo de emociones positivas lo tocaron, no dudó, ni lo pensó porque en menos de dos segundos respondió a su propuesta.

—Sí, lo haré.—

(...)

La noche donde se mudó a la enorme casa moderna estaba cálida pero era incluso melancólica la sensación de estar invadiendo el sitio, porque sí, se imaginaba los sonidos que hacían los costosos tacones de esa mujer ir por el hogar, por el que cree era su hogar.

El sentimiento se volvió denigrante apenas su bolso de ropa cayó al suelo en el walking closet tan grande pero vacío.

Ran estaba hablando con su padre entusiasmado de su próximo compromiso, porque el hombre además de avaro quizá podría tener buen corazón.

Deslizó la vista de arriba a abajo, entre los compartimientos que no sabe cómo llenará si sólo tiene tres pares de zapatos y ropa que perfectamente sólo llenaría un 60% del lugar.

Abrió uno de los primeros compartimientos de un cajón pillándose con un rectángulo blanquecino que luego de tomarlo supo que era una carta a su nombre.

«Para Nahoya

De Fugumi

No te lamentes porque no lo merezco, no necesito tu compasión y lo digo porque la siento en tu penosa mirada, Nahoya, no sufras porque no me voy con dolor emocional, más que eso es con un ego dañado, felicidades por ello.

Podria decirte que agradezco tu llegada porque me has librado más rápido de lo que creí de esta situación tan tragicómica, nunca me interesó ser administradora de empresas, ¿Sabías que siempre quise ser enfermera? Espero que con mi matrimonio fuera y este pútrido acuerdo entre familias muerto pueda adentrarme en lo que soy.

Y les deseo lo mejor del mundo, Ran es un hombre fascinante del cual no sentí necesidad de conocer profundamente, pero bueno, el cascarón está buenísimo, es todo tuyo porque nunca nos pusimos un dedo encima, supongo que sólo me gustaban los alardes porque la gente creía que me lo cogía.

El amor no se compra, Nahoya.

Fugumi»

Dejó la carta dentro del sobre nuevamente, la dejó en el cajón y lo cerró. Salió del cuarto con un revoltijo de emociones tan tensas que bien filtradas no eran nada más que alivio.

¿Qué tenía por temer ahora? Nada. Ran es suyo siempre fue suyo.

Y siempre será suyo.

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