4. LA CARRETERA

3 1 0
                                    


En medio de gritos y jalones, llegaron a los estacionamientos. Haciendo fuerza con las piernas, Alicia puso resistencia a Leo, hasta llegar al auto.

Era casi media noche y Alicia sólo quería irse. Fuera del auto, celular en mano, Alicia marcaba el número de un taxista que conocía para que la recogiera. Cuando le contestaron la llamada, Leo le arrebató el celular de la mano y lo tiró al piso, rompiéndolo en mil pedazos.

— ¡Me harté de tus mierdas! —gritó Leo— ¡Bastante te tengo que aguantar! ¿Ahora resulta que los taxistas te van a ayudar?

Alicia se quedó en silencio.

Leo la jaló de nuevo y luego la empujó, forzándola a subirse al auto.

—¡Suéltame! ¡Se acabó! —replicó Alicia.

—¡Métete al carro!

—¿Me vas a meter así, como si fuera un perro?

Leo le soltó una carcajada, cerró la puerta y se sentó al volante.

—Me parece que te equivocaste de sexo— respondió Leo. Encendió el motor. Arrancó el auto y salieron del estacionamiento para incorporarse a la carretera Panamericana. Él tenía la respiración acelerada y esto asustó aún más a Alicia, quien no tardó en darse cuenta de que Leo no se estaba dirigiendo a casa. La ciudad se encontraba en dirección contraria.

En ese momento, el cielo negro comenzó a resplandecer de todos los colores por los fuegos artificiales que salían disparados en todos los sentidos. Ya eran las doce y el año nuevo había llegado.

—¿Por qué no estamos yendo a casa? —preguntó con un leve temblor en los labios.

—Feliz año nuevo, mi amor.

—Leo, vamos a la casa, por favor...

—Ya cállate.

Leo pisó el acelerador.

—Si no quieres ir a la casa, por favor llévame al apartamento de mi madre —le suplicó Alicia.

Leo negó con la cabeza y siguió acelerando. Alicia vio cómo los árboles y las casas, alumbrados por los faroles de la carretera, desfilaban por la ventana, distorsionándose por la velocidad.

—Baja la velocidad.

—¿Te gusta el judío, ah?

Alicia echó un vistazo a la aguja del velocímetro: indicaba 100km/h, 110km/h, 115km/h, 120km/h...

—Reduce la velocidad, ¡por favor!

—Responde.

—¿Estás mal de la cabeza, Leo? Sólo conversé con él. ¿Qué te pasa?

A mí no me pasa absolutamente nada. ¿A ti?

—Te recuerdo que tú me trajiste chantajeada porque querías que hiciera "conexiones", esas fueron tus palabras.

—Y parece que te gustó mucho "conectarte".

—Por dios, ¡Benny trabaja en cine y televisión!

Ahhh, le dices Benny; ahora resulta que son amigos de toda la vida.

— Leo...

Ella le puso una mano encima de la suya que agarraba el volante, con la esperanza de calmarlo un poco. Pero él la apartó y aceleró aún más.

—Lo que tú quieres es ridiculizarme en público. ¿Cierto? No es la primera vez que lo haces. Ya van varias; las tengo contadas.

Alicia sintió un nudo en la garganta.

—A tu lado, yo he sido una santa, Leo. Tú eres el enfermo que le anda cayendo atrás a todo lo que se mueve.

Leo soltó una carcajada interminable. Alicia vio sus ojos: parecían poseídos por una fuerza demoníaca que los tenía a punto de estallar.

El auto iba a más de ciento cincuenta kilómetros por hora.

—Eres un cerdo.

—Eres una zorra, como tu madre.

El auto iba llegando a una curva y Alicia sintió como las ruedas empezaron a derrapar, como si un ligero viento pudiera empujarlos al abismo en cualquier momento.

—Leo, ¡basta! —gritó Alicia sintiendo el pulso del corazón en la garganta.

La mente de Leo, nublada por un celaje oscuro, se cargó de imágenes vívidas de su pasado.

Sintió unas profundas ganas de estrellarse contra el primer poste de luz o árbol que se le cruzara en el camino. Seguramente, a pesar de llevar puestos los cinturones de seguridad, ambos saldrían expulsados por el parabrisas antes de estamparse sobre el asfalto. Sería una muerte rápida y exquisitamente dolorosa.

No le importaba morir en ese momento, lo importante era aleccionar a Alicia. ¿Cómo se vería su linda cara con incrustaciones de vidrio y piedritas de la carretera?

Una silueta apareció intempestivamente en medio de la vía.

Por una fracción de segundo, llegando a tener el rostro aparecido a menos de un metro del suyo, Leo reconoció esos ojos azules, dignos de un angelito del cielo. Un angelito, cuyo cuerpo terrenal fue ultrajado por él y su primo hasta dejarlo sin ganas de vivir. Un cuerpo que le perteneció a su prima Alexandra, quien como Alicia le pidió que se detuviera, antes de quitarse la vida.

Leo dio un giro brusco al volante para evitar atravesar el fantasma. Sintió el terror recorriendo toda su espina dorsal.

El auto se encaramó sobre la acera, impactando contra algo, dejando el capó completamente abollado y perdiendo el faro izquierdo.

●●●

El tiempo se detuvo. Alicia no pudo moverse por varios segundos, estaba petrificada.

¿Qué había sido lo que impactaron?

Por impulso, Alicia se desabrochó el cinturón y se bajó del auto, sin tomar precaución alguna. Aunque estaba aterrada, no pudo impedir a sus pies que avanzaran hacia el lugar del impacto.

Le bastaron unos segundos para entender lo ocurrido e inmediatamente vomitó sobre el asfalto.

Estaban cerca de una gasolinera que al parecer estaba funcionando, pero sin ningún empleado frente al mostrador.

Dentro del auto, Leo buscó desesperadamente al fantasma que se le apareció. Se golpeó la cabeza varias veces y trató de convencerse de esta manera que todo había sido producto de su imaginación.

Un auto pasó por el carril contrario en la carretera. Su conductor ralentizó el paso al acercarse a la zona del incidente. Sacó su celular por la ventana y comenzó a grabar, mientras avanzaba lentamente.

Vio a Alicia a la orilla de la acera y la reconoció por el programa de televisión en el que era presentadora. La grabó. Ella se encontraba a tan solo unos metros de los cuerpos bañados en sangre: dos cuerpos de adultos y un tercero, el de una niña pequeña.

Leo volvió en sí; se bajó del auto, tomó a Alicia por el brazo y la levantó.

Un niño con el rostro maculado de lágrimas contemplaba los tres cuerpos deformados y tirados en la acera.

—Déjame—le rogó a Leo, pero esta vez su voz era débil.

Por el estado de shock en el que se encontraba, no logró debatirse ni ofrecer resistencia. Ni siquiera lo intentó. Su mente, de alguna manera, había abandonado a su cuerpo.

—Sube, Alicia— le dijo Leo.

Él arrancó el motor y se dio a la fuga, llevándose a Alicia con él.

●●●

Dentro de la gasolinera, nadie vio ni escuchó nada de lo sucedido. El único empleado que estuvo de guardia esa noche había permanecido encerrado en el baño, víctima de una indigestión post-navideña.

Pero la cámara de vigilancia del estacionamiento lo había registrado todo.

Leo y AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora