5. LA CASA DE CAMPO

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Luego de manejar sin detenerse por casi una hora, Leo manejaba mucho más despacio. Alicia observó que no había vigilancia en ninguna esquina y, cuando empezaba a sentirse aliviada, pasaron delante de un vehículo de policía con las luces apagadas.

Doblaron ágilmente hacia la derecha y se adentraron en un camino de asfalto, sumergido en la oscuridad.

Al final del camino, unas pequeñas siluetas encendidas iluminaban el cielo a ambos lados. Los cuerpos de figura humana ardían en fuego y sus dimensiones iban creciendo mientras avanzaban en la carretera: eran muñecos confeccionados por los pueblerinos. Las figuras representaban todo aquello que la gente quería dejar atrás, por ejemplo: el presidente de turno y el coronavirus.

Entonces Alicia recordó la frase de su abuela chorrerana, mamita Gladys: "Quemar lo malo, viejo y feo para conservar lo bueno, nuevo y bonito".

Quizás era lo que Alicia necesitaba en su vida: prenderle fuego a todo y deshacerse de lo malo; empezando por Leo.

Mientras Alicia rumiaba estos pensamientos ardientes, uno de los muñecos se desprendió del mástil al que estaba amarrado, cayó a la hierba y ocasionó un incendio. Leo empezó a toser y lagrimear hasta que Alicia reaccionó y subió las ventanas del auto.

— Sería deseable que te concentres un poco.

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Leo compuso un número en su celular y activó el altavoz. Al otro lado, contestó Johannes con voz ronca:

—¿Aló?

—'Mano, envíame a uno de tus manes, necesito ayuda urgente.

Hubo un silencio.

—¿Jo? —se impacientó Leo.

—Hermano, estoy bien borracho.

—Es de vida o muerte.

Se escuchó en el teléfono un roce ruidoso y la voz de una mujer:

—Deja ese teléfono y ven aquí.

—Escoge siempre la vida, hermano —dijo Johannes. —Te dejo, que estoy por matar un caso aquí.

Y colgó. Leo se cabreó y golpeó repetidas veces el timón e intentó llamarlo de nuevo. Pero el celular había sido apagado.

—¿A dónde vamos? — preguntó Alicia, quien poco a poco salía de su ensimismamiento.

Leo no respondió. Compuso otro número y sólo se topó con mensajerías de voz. Entonces, también maldijo a sus padres.

Llamó a su hermano Byron, quien estaba de viaje con su novia.

Byron, que acababa de abrir los ojos en España, contestó molesto la llamada. Leo le ordenó que le pasara a su padre, repitió que era urgente. Apagó los faros del auto y se estacionó en la orilla del camino a esperar.

Dime.

Estoy en aprietos, papá.

Escuchó a su padre emitir un largo suspiro.

—¿De qué tipo?

—Atropellé a una persona.

Alicia se indignó por las víctimas.

—Tres personas— dijo Alicia, lo suficientemente fuerte como para que su suegro la escuchara.

La mano de Leo voló e impactó la mejilla izquierda de Alicia, quien sintió el rostro encendido.

Leo y AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora