6. LOS FANTASMAS

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Linda Rogers bajó del auto y luego de haber caminado algunos metros—ya en el lugar del accidente—recordó que no llevaba puesta su mascarilla. Volvió al auto y, mientras sacaba un ejemplar de la guantera, pudo ver a Ceballos junto a la gasolinera que le había dado como referencia.

Lo saludó con el puño (la convención de saludo en tiempos pandémicos) y éste le hizo un breve resumen de los elementos hasta ahora recogidos.

—Tenemos la prueba que nos entregó un testigo que pasaba en auto—dijo, sacando su celular para enseñarle el video en cuestión.

Las imágenes estaban demasiado movidas y borrosas; la voz del conductor, narraba con sensacionalismo morboso y amateur, cada imagen mostrada en lo grabado.

De pronto, aparecieron en la pantallita los tres cuerpos deformados por el impacto del vehículo que los atropelló. Estaban tirados en el suelo, bañados en su propia sangre.

Linda deslizó su mirada de la pantalla a la realidad y pudo completar la imagen en vivo y en directo. Estaban cubiertos con mantas blancas, y rodeados de policías que les tomaban fotografías e intercambiaban información entre susurros penosos.

A partir de la mitad del video, se veía a una mujer parada a unos cuantos metros del lugar del accidente. A sus pies había un charco que parecía ser de vómito.

Linda no la reconoció, pero Ceballos le dijo que se trataba de Alicia Núñez Miller, la reconocida presentadora de televisión.

Es que yo no veo televisión, pensó la detective.

La presentadora era delgada, de piel blanca, cabello castaño claro y largo. Llevaba puestas unas sandalias abiertas y un vestido gris de playa, con un pronunciado escote posterior.

El video se detuvo justo después de que la silueta de un hombre —que se tapaba el rostro— agarrara a la mujer por el brazo y le gritara insultos a quien grababa.

—No se ve cómo se produjo el accidente—dijo Linda Rogers.

Luego, señaló con su dedo la gasolinera. —¿Ya revisaron las cámaras de vigilancia? Podría ser que la del estacionamiento, por su ángulo, haya grabado al vehículo en el momento del impacto.

Su compañero negó con la cabeza.

—Bien—retomó Linda. —Empecemos por ahí.

Junto a Ceballos, se dirigió hacia el interior de la gasolinera. Dentro, vieron al único empleado de turno, sentado en una mesa cerca de la zona de comidas. Tenía un brazo apoyado sobre la mesa y su cabeza recostada en él. Su otro brazo, escondido bajo la mesa, le sobaba la barriga.

Al escuchar a los detectives entrar por las puertas automáticas, levantó la cabeza rápidamente y pudo reconocer sus chalecos de la D.I.J.

Linda notó que el joven muchacho no tenía un buen aspecto: parecía que además de tener mucho sueño, estaba enfermo. Por suerte, ella y Ceballos llevaban puestas sus mascarillas.

—Necesitamos acceder a los videos de vigilancia de la estación—le dijo la detective, sin preámbulos.

Ella también tenía sueño y no tenía intención de prolongar la investigación más de lo necesario.

—Quien sabe de eso es el técnico, y ahora mismo está—respondió.

—¿Será que lo puede llamar?

El muchacho suspiró y haciendo un esfuerzo sobrehumano se levantó a buscar una libreta escondida detrás de la caja de pagos. Ahí podrían buscar los números de teléfono de los empleados de la gasolinera. Le extendió el cuadernillo abierto en la primera página a Linda, y ahí figuraba el número del técnico de cámaras.

—Gracias—dijo Linda, entendiendo que el muchacho no tenía gana alguna de hacer la llamada.

Sacó dinero de su billetera y se lo dio al empleado.

—Deme dos cafés, por favor.

Con mala cara y nulas ganas de trabajar, el muchacho aceptó el pedido y tomó el dinero.

—Y présteme el teléfono fijo que tiene para llamar al técnico.

El muchacho de la gasolinera abrió la puerta baja para que Linda entrara al pequeño cubículo detrás de la caja y le señaló un teléfono fijo puesto sobre la pared. Ella se dirigió hacia éste y marcó el número que estaba apuntado a mano en la libreta.

Linda miró a Ceballos con desencanto. El teléfono sonaba apagado. El empleado de la gasolinera le entregó a cada uno su café y regresó a la mesa donde retomó su cómoda posición inicial: boca abajo contra su brazo y la otra mano sobre la barriga.

—Mientras tanto—le dijo Linda a Ceballos—vayamos averiguando todo lo que podamos sobre la tal Alicia Núñez. Investiguemos dónde vive, con quiénes se suele juntar, su familia: todo.

Se dirigieron hacia la salida; Linda se detuvo delante de la puerta automática, dio un sorbo a su café y se dirigió al joven empleado.

—Mire, joven, usted me llama a su jefe para que le ponga un remplazo por hoy y se me va derechito para el hospital de San Carlos, que en ese estado usted no es útil ni para el establecimiento ni para usted mismo. Si lo detiene un policía por la hora, le dice que me llame a este número.

Sacó un lapicero, caminó hacia él y le escribió en una esquina de la libreta de números el suyo.

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Cantaban gallos en la distancia. Antes de despertar, Alicia formó un conjunto de palabras enredadas en su cabeza y se las atribuyó a su padre:

—Nunca te conté de aquella vez, mi tesoro, en la que crucé en mi camino una gaviota que devoraba a una paloma, ¿o sí? Visto desde afuera parece un relato desagradable, pero Dios tiene en ocasiones extrañas formas de operar y creo en su capacidad para enviar mensajes de transformación. El ser humano, al igual que el resto de los animales, puede ser desleal y despiadado en aras de su supervivencia y la fortaleza es un don cuyas manifestaciones pueden viajar mucho más lejos que la fuerza y habilidad física. Una gaviota tiene la capacidad de devorar una paloma, pero la paloma sabe volar y debe volar para sobrevivir.

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Alicia se despertó, con el eco de la voz de su padre todavía retumbando en sus tímpanos. Alguien golpeaba el ventanal con las palmas de las manos e intentaba mirar hacia adentro.

Cargaba una antorcha que iluminaba el interior de la sala, pero la luz no llegaba ni a Leo ni a Alicia por la distancia a la que se encontraban.

Leo, quien también acababa de despertar, permaneció inmóvil.

—Sé que está ahí, don Jiménez. Acabo de ver su auto estacionado.

Alicia pensó que podría aprovechar la situación e irse acompañada por aquel hombre. Pero, ¿quién podría ser y qué buscaba a estas horas de la noche?

El hombre colocó en el suelo la antorcha que llevaba consigo y, dentro de la sala, se proyectó una sombra humana larga, que invadió toda la pared y parte del techo.

Al pie de aquella sombra estirada, Alicia la vio.

●●●

La persona pequeña, estaba agachada en el suelo, abrazando sus rodillas con sus bracitos delgados. Era una niña de aproximadamente dos años de edad. Levantó la cabeza y miró a Alicia. Su rostro se iluminó con la luz de la antorcha.

Tenía la mitad de la cara desgarrada, se podía ver parte de su cráneo y una cuenca vacía donde antes hubo un ojo. Tenía la mitad del rostro lacerado, al igual que la piel de su brazo izquierdo. Su tórax estaba completamente apabullado.

De la cuenca vacía de su antiguo ojo, brilló un punto de luz intensa, como un flashazo que casi dejó ciega a Alicia, quien tuvo una mancha oscura plasmada en el iris por varios segundos.

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Alicia no gritó, porque entendió en aquel instante, que lo que tenía frente a ella era poderoso y sobrenatural. Eran dos especies distintas, una frente a la otra, y recordando la fábula de su padre disfrutó del mensaje transformador.

Leo y AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora