Prólogo.

899 44 2
                                    

    —"El mundo, más allá de estas fronteras, no tiene nada bueno para ti..."

    Las palabras, que dijo su madre, aún le resonaban en la cabeza mientras huía.

    —"Es peligroso salir del reino sin alguna clase de respaldo... parece que has enloquecido."

    Su padre, que siempre la apoyaba, jamás pudo aceptar su decisión. Eso le partía en dos aquel corazón acelerado, que residía en su pecho de carne.

    —"¡Vamos, Alanna, deja de planear esas cosas! ¡Ven a jugar conmigo!"

    Oh, allí estaba, su pequeña hermanita, apareciendo en su mente junto al resto de recuerdos.
    Seguramente iba a llorar mucho al enterarse de que había muerto... si es que, alguna vez, hallaban su cadáver. Allá por el maldito bosque donde había ido a parar.
    ¿Cómo se le ocurrió? Siempre tuvo ese alma libre, queriendo correr y reír, ¡descubrir, vivir! Como si no tuviera miedo a nada más que al regaño de sus padres. Cómo si aquello, que era suyo, no pudiera ser llamado vida.
    Y ahora que, por fin, estaba cara a cara con la esperada situación; a pesar de siempre decir que podría enfrentarla de la forma más valiente... había soltado el arma de piedra apenas estuvo de cara a la muerte, firme y fría, y terminó temblando y huyendo.
    Igual que un cobarde.

    —"¡Rápido, debes esconderte, Alanna!"

    Gritaron sus amistades, desde el mismo pozo de recuerdos que inundaba su raíz de pensamiento. Aunque se alejó bastante de ellos en los últimos años de su vida, siempre estuvieron ahí.
    Todavía recordaba, feliz, cuando jugaban a las escondidas juntos, trepando a los árboles y escondiéndose como monos entre las hojas.
    ¿Un oso puede trepar árboles? Mientras corría, vio hacia atrás, a la fiera hambrienta que la perseguía por el olor de la sangre y, al volver la vista al frente, extendió la mano con la cual se cubría la herida y saltó. Se le enterraron en las palmas dolorosas espinas de madera y la dura corteza de la rama a la que llegó le raspó la piel, pero eso era insuficiente para huir del enorme oso. Se esforzó, entre el dolor y con lágrimas en los ojos, para subir los pies a la rama y trepar por el tronco hasta la siguiente; ¿resistiría su peso? ¿Resistiría lo suficiente para que el oso se cansara de esperarla? No había pensado en eso. No había pensado en nada.

    —¡Ah...! —Gritó cuando el árbol se sacudió con ella aún colgando de la segunda rama.

    El oso se apoyaba en sus patas traseras, alzado contra el tronco, rugiendo y extendiendo las zarpas. Por suerte, al subir, ya no la alcanzaba. Verlo así, aunque no podía llegar a ella en un principio, seguía provocándole terror. Se sujetaba del tronco y apretaba las piernas contra la rama con todo el pánico de su cuerpo, ¿qué iba a pasar si caía? No, que pregunta más estúpida. Si no muere de la mala caída, el oso se la comería. Habían tres finales y solo en uno se salvaba, y de milagro. La fiera todavía insistió, con su presa en lo alto, golpeando el árbol y rugiendo. Por un momento le pareció que incluso iba a subir para comérsela (ella desconocía lo bien que esos animales podían trepar un árbol), la calmó la idea ignorante de que eso era imposible.

    Chilló un par de veces mientras sentía que iba a caer o desmayarse. La bestia arañaba el árbol como si una fuerza invisible intentara arrastrarlo, encadenando su cuerpo al suelo. Pero no había nada como un Dios en ese mundo que se apiadase de niñas tontas, ¿verdad? No pudo siquiera contar el tiempo que pasó en lo alto, con los ojos cerrados en un intento de resguardarse de la realidad mientras él la rondaba y amagaba con ir a buscarla, ¿por qué aún no lo había hecho?

    Incluso cuando dejó de escucharlo, su corazón todavía no había regresado a la calma. Quizás nunca lo haría.

    Observó hacia abajo, sus ojos de un suave castaño se veían brillosos y enrojecidos por las lágrimas y la fuerza con la cual los estuvo cerrando. Tenía raspones en todo el brazo, las palmas y las piernas, y la ropa desgarrada. Para variar, también tenía la herida de la roca en la cual había caído al asustarse por la aparición del oso, justo en el costado derecho del abdomen. El golpe seco aún le hacía difícil respirar con facilidad, y el llanto y miedo no eran de ayuda. Pero, poco después (o quizás una eternidad más tarde) ya se había recuperado de la adrenalina y sentía el cuerpo entumecido y apagado.

    Le costaba mantener los ojos abiertos, pero también era incapaz de cerrarlos sin que volviera a ella la imagen de la fiera hambrienta.

    Finalmente, de forma más sonora, rompió en llanto. Apretó una mano contra su boca y con la otra se mantuvo abrazada al tronco, con un par de uñas maltratadas por la corteza. No tenía espacio en la mente para centrarse en ese dolor.

    —Debí haberles hecho caso... —a sus amigos, familia, desconocidos. —No tendría que haberme ido del reino.

    Porque dentro de las murallas del enorme reino, ella siempre fue la más valiente, la más ágil... pero fuera, apenas sabiendo el uso de una espada por ver a los caballeros usarla de vez en cuando en las prácticas, no era nadie más que una niña, y eso que ya rondaba sus veinte años. Oh, se arrepentía tantísimo de incluso haber dejado caer su única arma y pertenencias (entre ellas un mapa que le habría sido de mucha ayuda) en el pavor de la huida. Ahora siquiera sabía dónde estaba, además de que era el interior de un bosque. Ese bosque donde no solo habitaban los osos, sino también lobos, zorros, insectos venenosos, ¡hasta monstruos!

    Mierda, los monstruos.

    Para cuando se dio cuenta, la luz del sol abandonaba el mundo.

    —¡No, no...! —Se separó del tronco por un momento, mas debió volver a sujetarse. La rama tembló y ella en consecuencia, y ahora temía que no resistiera hasta bajarse de esta. Si caía... si el oso volvía por el ruido...

    No podía pensar con claridad, a pesar de que siempre tuvo (o creyó tener) un pensamiento de lo más lógico. Ahora dudaba incluso de las cosas que pensaba saber, porque, hasta que ocurrió, había pensado siempre que podría hacerle frente hasta al más grande de los monstruos, y un oso ya la había derrotado. Si no era ya un cuerpo moribundo era por la poca habilidad que le había dado trepar árboles de niña, como única forma de entretenimiento entre los niños del pueblo.

    —Esto es un maldito desastre. —Suspiró sus pensamientos entre lágrimas, con la luna saliendo. Pero, en esos momentos, su hermoso brillo de plata le resultaba aterrador. —Soy un maldito desastre.

    El sonido de madera crujiendo la alertó; ¡la rama no...! Pero, al ver debajo de ella, descubrió que no se trataba de su punto de apoyo. Más abajo, a la sombra de los árboles, bajo los últimos rayos del sol y los primeros de la luna, una persona asomó. Se le oprimió el corazón en el pecho al ver a un muchacho de oscuros cabellos, alto como su propio padre, con la piel pálida, marcada con oscuridad en manos y piernas.

    Con la oscuridad que indicaba la falta de humanidad en él.

    Tenía el pelo corto, las orejas puntiagudas, sus ojos resaltaban por ser completamente negros desde donde ella podía verlos... Hasta que unas redondas pupilas moradas se fijaron en sus suaves ojos castaños. Desvío la mirada tan rápido como pudo y se apretó la mano contra la boca y la nariz, conteniendo la respiración.

    Un suave zumbido llegaba a sus oídos, como el levitar de magia del que solo había oído hablar en libros. Cerró los ojos y frunció el ceño, en su mente solo repetía las palabras "No te vi, juro que no te vi..." como deseando que fueran verdad. Ver a ese tipo de criaturas a los ojos era como gritar que deseabas la muerte, no por nada llamaban "Hijos del End" a aquellos de pupilas moradas y piel ennegrecida. Eran Endermans.

    Había pasado ya algún rato desde que se mantuvo así, comenzaba a asfixiarse, así que, como pudo y en silencio, lentamente apartó la mano y soltó el aire contenido, robando un poco de aire nuevo. Se le infló el pecho mientras lentamente devolvía la mirada, girando la cabeza, hacia el lugar donde lo había visto. Ya no estaba. Soltó el aire una vez más, ahora en un suspiro de alivio, hasta que el crujir de madera y la vibración de la rama partiéndose debajo de ella la devolvió a su estado de pánico.

    Tenía que ser una broma, o mínimo un guión maltrecho de un libro inacabado.

    —¡Ah...! —Chilló de forma audible en el silencio de la noche. Las aves cercanas volaron lejos y el sonido de sus alas batiendo el aire fue lo último que escuchó mientras caía...

    Seguido de aquel zumbido.

Más allá de lo que ves... | Minecraft Mobs x Fem!Reader.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora