Capítulo 25, Situación incómoda.

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    —Así que... ¿estamos en la casa de un amigo?

    La muchacha sujetaba entre sus manos una taza redonda y blanca, que parecía hecha de arcilla pintada. En su interior el líquido suave y dulce del té cuyo ingrediente principal, le parecía, eran amapolas (que jamás pensó que podrían ser utilizadas para el té); alivió su garganta seca, y sus ojos, como avellanas cansadas, revolotearon sobre su imagen reflejada en la taza de té. La azabache se vio a sí misma, en su reflejo... algo demacrada. Con ojeras tenues bajo los ojos y el pelo desalineado. No podía notarse mucho en el líquido, pero también estaba pálida.

    —Sí, es un viejo conocido de Tamarú y mío. —Respondió Niel, sentado al otro lado de una mesa ratona envuelta por tres sillones individuales, dos de ellos ocupados, todos con tapizado rojo.

    El silencio se incrustó en la habitación medio despoblada en la que Alanna se detuvo por momentos, curiosa por los estantes demasiado arriba en las paredes, las cortinas que ocupaban el lugar de algunas puertas, y los varios montones de cachivaches que parecían apelotonarse en todos lados, contando sin voces las historias de cómo fueron obtenidos por quién sea que fuera su dueño.

    La humana, entonces, rompió el silencio con un suave sorbo al té, pero no hubieron palabras tras ello, como si ninguno de los dos supiera qué decir, o cómo decirlo. Niel también tenía una taza cerca, pero no parecía interesado en más que observarla, evitando mirar a Alanna como si buscara en el té pálido un escape de su vergüenza.

    ¿Él, avergonzado? Se desconoció a sí mismo al pensar en eso.

    Tamarú y Zahir habían salido (y aunque el objetivo era cazar algún animal para alimentar a la muchacha, lo cierto es que Tamarú susurró algo respecto a darles un momento para hablar). Ahora, estaban obligados a tratar las cosas, y no tanto por no querer hacerlo, sino por desconocer el cómo, seguían callados a la espera el uno del otro.

    Igual que una serpiente que se persigue la cola.

    Igual que la pólvora chispeante antes de una gran explosión.

    —Niel. —Llamó la humana.

    Si Zahir estuviera ahí en ese momento, se habría sorprendido, tanto como se sorprendió ella misma, de iniciar la conversación sin algún titubeo en su voz.

    —¿Sí, Alanna? —Respondió casi al instante, y volvió a comérselo ese sentimiento de estar avergonzado al que tan poco estaba acostumbrado.

    Era una situación, cuánto menos, incómoda.

    Pero, pese a lo que él temía cuando levantó la mirada de su taza abandonada, Alanna no se vio enojada, ni decepcionada, ni le pincharon sus ojos avellana con juicio ni odio. Más bien, cuando verde y marrón suave se encontraron, el silencio pareció volverse más cómodo, como aliviado.

    —¿Estás bien? —Su pregunta lo sorprendió, ¿no tendría que ser él quien le preguntara eso?

    —¿Sí...? —Murmuró el peliverde, aunque su respuesta parecía más otra pregunta. Dudó en que, quizás, desconcertarlo era la forma de la humana para castigarlo.

    O quizás él mismo estaba esperando un castigo, fuera mudo o a gritos, que lo hiciera sentirse redimido por lo hecho. Que lo hiciera sentirse menos culpable.

    —Escuché de Tamarú... —empezó Alanna, y Niel asintió, esperándola, sin saber en qué momento brujo y humana cruzaron palabras. —Bueno, lo escuché mientras estaba dormida, pero, oí que estabas... ¿incómodo?

    Incómodo estaba ahora, tras saber que la joven aún en su sueño había podido escuchar lo que sucedía afuera.

    No, más bien era de nuevo esa vergüenza, al pensar que lo escuchó preguntando infinidad de veces si estaba bien o si ya había despertado, a orillas de la puerta de la habitación donde yacía.

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⏰ Última actualización: Nov 13 ⏰

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