Capítulo 20, Dioses.

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    Las maldiciones no son cosas de las brujas; al menos no lo fueron al principio. Al inicio de todo, las maldiciones eran cosa de los Dioses.

    Solo un dios podía bendecir o, al contrario, maldecir algo. Desde conceptos hasta una especie al completo; ¿el amor? La mayor de las maldiciones, ¿la muerte? La más dulce bendición de los dioses. Y, aunque era poco ortodoxo, no había un control sobre lo que las deidades maldecían o bendecían; sin embargo, tenían una única regla, y una excepción más allá de ella... Cómo regla; los dioses no podían maldecirse entre sí, ni a los hijos de otros dioses; y, como excepción, solo podía maldecirse a otro dios, o al hijo de otro dios, bajo estrictas circunstancias.

    Cómo la ruptura de alguna de las reglas mortales; porque, claro, las reglas de las que carecían los dioses, recaían en sus hijos mundanos. O bien por la decisión unánime de aquellos por encima incluso de otros dioses; como el padre y creador de todo. Notch.

    En alguna época desconocida por la memoria del hombre; en algún tiempo donde no habían diferencias entre los seres de ojos brillantes y la humanidad, un «Dios» se alzó por encima de aquel que lo había creado. Con las puntas de sus dedos tomó las rejas del «Creativo» y las destruyó para bajar al mundo mortal; buscando esconderse de la mirada de sus iguales, quienes trataban de detenerlo. Este «Dios» fue el creador de los monstruos; un ser incomprendido que veía injusto el trato de los hijos de Notch, padre de los humanos, hacia sus propios hijos.

    —“¡Es injusto!” —Gritó, discutiendo con aquel que de un silbido podía atraer las tormentas, y con su humor arreglar las estrellas caídas. Mas no fue escuchado.

    Con su descenso buscaba acercarse a sus hijos para otorgarles la más pura de las bendiciones; la sangre de un «Dios», su propia sangre, y con ello entregarles poderes inimaginables que les permitirían hacer frente a las crecientes fuerzas humanas, que los cazaban y usaban de trofeos sus cabezas. Sin embargo, para poder entregarles su sangre, los monstruos debían estar de acuerdo; el sentimiento popular, sus deseos en conjunto, tenían que indicar que aceptaban aquel regalo.

    Y no tuvo que esforzarse mucho para dárselos, pues los monstruos ya estaban hartos de aquel título que les habían puesto; ¿por qué eran ellos los indeseados, los malvados? ¿Por qué unos eran humanos y otros monstruos? Por debajo, incluso, de los animales. “Es injusto.” pensaron de forma inconsciente y unánime, justo como lo pensaba su «Dios».

    Así que, cuando el regalo fue concebido en ellos y sus almas despertaron, también lo hicieron los Dioses mayores, dirigiendo sus ojos hacia aquellos que habían roto sus reglas; pues, aunque el «Dios» que lo había causado no estaba atado a ninguna ley, aquellos a quienes arrastró con él, fueron castigados por romper la primera de las reglas mundanas.

    “Ningún ser mortal puede ser tanto o más poderoso como el más débil ser inmortal.”

    Y, con el poder que Herobrine les había entregado, sus hijos se habían vuelto tan poderosos como la más joven y débil de las deidades en el Creativo. Aquella cuya conciencia le impedía pensar en una maldición, y cuya existencia misma estaba plagada de bendiciones que la adoraban y protegían. Fue ella quien se ganó el favor de los demás dioses, y quien, a pesar de ser la que menor valor tenía entre todos los inmortales, fue tan amada que crearon las reglas mortales para protegerla; pues era la única, entre todos, que habitaba en tierra de humanos.

    La pequeña diosa no temió al poder que los monstruos habían adquirido, pues pasaba junto a ellos sin ser advertida, e incluso llegó a enredarse con sus corazones, presos de aquel concepto maldito; el amor, por el que todo ser mortal caía rendido. Por eso, ella se opuso a la primera de las reglas mundanas y unió su mano a la de Herobrine, quien creía estar solo, para proteger a sus hijos de los iracundos Dioses mayores.

Más allá de lo que ves... | Minecraft Mobs x Fem!Reader.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora