Epílogo

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-Harry, ¿cómo estás?- Preguntó la mujer disponiéndose a escribir en una libreta vieja, gastada y casi eterna.

-Doctora, me encuentro bien, gracias.- Respondió Harry dejando en la mesa de centro dos vasos con té helado, dos limones con un cuchillo, azúcar y una cuchara pequeña. -¿Te gusta el té con limón y azúcar?-

-Eres muy amable, sí. Gracias.-

Harry cortó un limón por la mitad, exprimió con sus manos el jugo encima de su vaso, tomó la otra mitad y la exprimió encima del otro vaso, se limpió las manos con un paño y puso tres cucharaditas de azúcar en su vaso, una en el vaso de la doctora; revolvió con cuidado y se sentó en el sofá y bebió un sorbo de su vaso.

-Hmm, los limones han cambiado un poco...- Mencionó mirando con atención el vaso, fijandose en los pequeños copos de limón que flotaban esquivando los hielos.

-¿Por qué lo dices, Harry?- Preguntó la doctora bebiendo lentamente de su vaso, era un té delicioso, como todo lo que Harry preparaba.

-Antes traían más jugo, el sabor del té cambiaba y era un poquito más ácido... Supongo que la tierra está cansada, ha pasado mucho tiempo.-

La conversación siguió con naturalidad, hablaron de la vida de Harry en aquella cabaña escondida en un terreno tan privado como su locación, hablaron de la sociedad fuera de la realidad virtual, hablaron de las comidas que ahora eran consideradas "típicas" de la región... Hablaron de muchísimas cosas por muchísimo más tiempo del que una persona podría vivir pero aún no era suficiente... Harry seguía solo y vivo.

El funeral de la doctora fue solitario y triste, Harry había asistido y, sin una sola lágrima, permaneció por nueve días sentado frente a la fresca tumba de su última amiga. El décimo día se levantó, quitó su saco negro y, con tremendo cuidado, cubrió la lápida de la doctora.

-"El alma de un enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo, a atmósfera confinada, nutrida por los pulmones mismos que van a respirarla"... ¿Quién dijo eso?- Preguntó un niño acercándose a Harry. Las palabras escritas como epitafio en la blanca piedra cubierta por el saco de Harry le habían llamado la atención.

-Ortega y Gasset.- Respondió Harry mientras limpiaba con su camisa sus lentes. -Lo escribió en "Estudios sobre el amor", leelo cuando puedas.-

-Hmmm, ¿por qué esas lápidas tienen un abrigo cada una?- Harry sonrió al escuchar la pregunta, fue la misma que la doctora le hizo la primera vez que lo acompañó hasta ese cementerio. -¿Les da frío?-

-No tienen un saco porque les da frío, lo tienen porque alguien quiere dejar algo de sí mismo con ellos.- Respondió Harry acariciando el pálido cabello del niño. -Las personas que mueren dejan muchísimas cosas aquí, se llevan demasiado pocas, por eso alguien quiere darles algo propio, quizá un recuerdo...-

El niño inclinó su cabeza hacía la izquierda, miró el rostro de Harry y corrió hasta la que parecía ser la lápida más antigua allí. Era abrigada por una gabardina negra, larga y gruesa.

-"Se deja de pensar en el amado, de puro tenerlo dentro". Draco Lucius Malfoy... ¿Quién fue?-

-Es, todavía es.-

-¿Cómo? Si su cuerpo ya fue enterrado significa que ya está muerto ¿No?-

-...- Harry guardó silencio, se agachó y repasó con sus dedos las palabras talladas en el frío mármol de la lápida. -Que no esté con nosotros no significa que deje de estar.-

-No entiendo.- Replicó el niño recostando su pequeño cuerpo en la encorvada espalda de Harry.

-Es cuestión de tiempo que lo entiendas, tarde o temprano también tendré que buscar tu epitafio, para ese entonces tal vez lo puedas explicar mejor que yo, pequeño dragón.- Se levantó, sacudió un poco la gabardina antes de volver a ponerla encima de la triste lápida y tomando de la mano del niño se perdió entre los recuerdos de una bella cabaña, llena de gatos, de sol y de él.

Juguemos a que no me haces daño [Drarry/Harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora