Prólogo

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Emilio Arcuri, a lo largo de los años, se había convertido en un hombre sin apegos emocionales. Iba por la vida sin aferrarse a nada ni a nadie, no se involucraba más allá de lo que creía considerado y ponía límites en cuanto a mujeres se tratase.

No tenía la mínima intención de lidiar con numeritos ni corazones rotos, y es que nadie había sido capaz de lidiar con el suyo porque así mismo lo había decidido. Era un gran partido para todas las mujeres jóvenes y solteras de la élite, pero él, empeñado en que había encontrado el amor verdadero en aquella joven e inexperta mesera que derramó café en su chaqueta, se dedicó única y exclusivamente a ella; a amarla y llenarla de todos los excesos que pudiera permitir el dinero.

Una noche, luego de meses de conocerse y decidido a dar el siguiente paso, compró un anillo de compromiso sin pensarlo demasiado e informó a su familia de la decisión que había tomado, aunque fuesen ellos los primeros en pensar que no era una buena idea, sobre todo su madre, Emperatriz Arcuri, quien no había dado el visto bueno desde un principio.

Pero Bianca Leone sería su esposa y nadie iba a impedirlo. Le pediría que se casara con él y ella diría que sí porque estaban eternamente enamorados el uno de la otra.

¡Qué equivocado estaba...! Si tan solo alguien le hubiese advertido, ¡maldita sea! ¡Si tan solo no hubiera sido tan ciego y hubiese puesto más atención a lo que se rumoreaba de ella! ¡De esa...!

Y es que el problema no es que ella lo hubiese rechazado, no, porque probablemente habría dicho que sí y entonces él jamás se hubiese enterado de que le habían estado jugando al dedo en la boca todo el tiempo. El problema, en realidad, estaba a su lado cogiéndola de la mano.

Y se veían tan felices...

¡Tan felices como él y ella, joder!

¡¿O tan felices como ella se había encargado de qué así lo pareciera?!

Devastado, con el corazón hecho pedazos y el orgullo arrastrado por la suela de sus zapatos, estrujó el ramo de flores con desprecio e indignación y miró el anillo haciéndose una promesa la cual se encargaría de mantener el resto de su existencia.

No volvería a permitir que nadie le viese la cara de imbécil nunca más, y si alguien, en su remota consciencia lo pensaba, deseará no haberse cruzado en su camino jamás.

El hijo del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora