Grecia reconoció a la enfermera que minutos antes había estado con ella en la habitación. La mujer cogió rubor en sus mejillas cuando contempló el modo en el que Emilio miraba de reojo a la joven embarazada, cruzado de brazos y la mandíbula tensada.
Desconocía los motivos de aquella calurosa discusión, sin embargo, resultaba evidente la curiosidad que despertaba el uno por la otra.
—El doctor Valente los está esperando en su consultorio —les informó la mujer.
Grecia, aunque asintió tímida y con la mueca de una sonrisa, irguió su postura en cuanto Emilio se acercó a ella. Imponente y con aires de superioridad, la miró desde arriba.
— ¿Puedes levantarte o necesitas ayuda? —preguntó con voz filosa.
—Yo puedo sola, gracias —murmuró digna.
Entonces se incorporó y ocultó unos mechones de cabello color caramelo detrás de sus orejas y salió de la habitación, ajena a que el hombre detrás de la seguiría a una distancia prudente.
Luca ya los esperaba con los análisis en el asiento detrás de su escritorio, sonrió con amabilidad a la muchacha y le pidió que por favor tomara asiento. Emilio, en cambio, se mantuvo de pie detrás de la silla.
Quería acabar con aquello cuanto antes.
El doctor le hizo preguntas respecto a su rutina durante las últimas semanas, entiendo de a poco el por qué del diagnóstico en aquellos resultados. Grecia, aun contrariada con todo esto, respondió limitadamente a sus preguntas.
Reconoció que apenas y se alimentaba, pues las náuseas eran constantes y devolvía el estómago con demasiada frecuencia, sobre todo en las mañanas. La joven confesó que había sufrido migraña desde la adolescencia y que ese malestar no había hecho más que intensificarse durante las últimas ocho semanas, justo el tiempo que llevaba de gestación y que su amigo se encargó de confirmar durante la consulta.
—Entonces, si los tiempos coinciden... ¿ese hijo podría ser mío? —preguntó con el pulso disparado.
Emilio Arcuri no era la clase de hombre que se alteraba con cualquier cosa, sin embargo, ahora que existía la posibilidad de que esa mujer llevaba a su hijo en su vientre, todo de él se había reducido a una constante reacción involuntaria.
«Por supuesto que es tuyo», quiso gritarle ella porque no podría ser de otro modo. Había sido el primer hombre en su vida, el único... pero se contuvo incluso de mirarle y esperó a que el doctor respondiera.
—Por el momento es imposible saberlo, Emilio.
— ¿Por qué?
El doctor Valente se quitó las gafas y cruzó las manos encima de su escritorio. Aquel gesto hubiese pasado desapercibido si el hombre en frente de él no le conociera de años.
—He hablado con un par de colegas y las condiciones por ahora no son las más favorables —explicó serio, dudo mucho que pueda practicarse un ADN fetal, al menos no hasta tener la certeza de que no es un embarazo de riesgo.
— ¿Hay algo mal con el doctor, bebé? —Anheló saber— ¿Qué tiene? ¡Por favor dígamelo!
Grecia se acomodó inquieta en su silla, de pronto el corazón se le subió a la garganta, y a Emilio, por alguna extraña razón, le conmovió saber que esa mujer tenía una piza de humanidad por el bebé que llevaba en su vientre.
No lo veía únicamente como un negocio, o quizás estaba fingiendo muy bien en frente de él, pensó antes de suspirar frustrado.
—Tranquilos —dijo el doctor con voz suave, mirando el gesto de intriga y preocupación en el rostro de Emilio—. El bebé está bien, es saludable, sin embargo, la que no lo está es usted.
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El hijo del Italiano
Romance«Ahora que ella y su supuesto hijo existen, la estabilidad y el muro impenetrable con el que había forjado su duro corazón, se ven sacudidos por el carácter de esa mujercita que consigue crisparle los nervios cada que vez que la tiene cerca. ¿Será...