2. Bruja

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Grecia despertó bajo cálida y atenta mirada de una enferma.

— ¿Cómo se encuentra, señorita...?

—Grecia, me llamo Grecia —respondió la joven e intentó incorporarse sin efecto.

—Bien, Grecia, el doctor Valente vendrá en seguida —le comunicó la mujer vestida de uniforme antes de salir por la puerta.

Al principio, le conmocionó saber dónde se encontraba... ¿Cómo había llegado a ese lugar? ¿Cómo es que...? Negó con la cabeza de recordar y entonces el pulso se le disparó de súbito.

¡Dios mío...!

«Emilio Arcuri» musitó en su mente, justo un segundo antes de verle entrar por la puerta en compañía del hombre que había estado en su oficina, solo que ahora este vestía una bata blanca de uniforme.

De inmediato, experimentó una sensación bastante parecida a la de hace un par de segundos, con la única e inesperada diferencia que esta esta vez el pulso se le detuvo y su reacción fue mirarle asustada y perpleja, haciendo recuerdos de como él la había tratado.

El Arcuri no se trataba esa timidez ni en broma.

¡Ese papelito de santa no lo quedaba...!

Maldita sea, convirtió sus manos en puños muy apretados a cada lado de su cuerpo y trató de respirar profundo, de lo contrario, despertaría a una bestia que ella no desearía conocer.

¿Que esperaba? Se preguntó a sí mismo. ¡¿Qué demonios esperaba... que tuviese lástima por ella?!

Capaz lo hubiese hecho, si, y es que no hubiese sido para menos. La joven en frente de él parecía ahora más una niña de diecisiete que la embaucadora que lo drogó y lo llevó a la cama para dejarle únicamente son su tarjeta de identificación en la cartera.

Esta mujercita, esa que lo miraba con ojos grandes y casi a punto de cristalizarse por las lágrimas, tenía un aspecto de lo más deplorable que no logró ver en ella cuando se presentó en su oficina.

No podía pesar más de cincuenta kilogramos y estaba tan pálida que parecía más un cadáver que el rostro de una mujer viva. Y ahora que la miraba... que realmente la mirada, buscó en ella cualquier indicio que pudiese darle una pista de lo que realmente ocurrió esa noche; sin embargo, nada más venía a su mente, tan solo la vaga imagen de ella llevándolo a la habitación y metiéndolo a la cama para luego desvestirse y escucharla sollozar... ¿Por qué infiernos lloraba? Se preguntaba continuamente sin obtener respuestas.

A partir de allí, algo lo desconectaba de la realidad y despertaba al día siguiente sin saber que cojones había sucedido.

Luca Valente fue el único en romper el hielo de esa incómoda situación, y es que los perjudicados de aquella habitación se miraban como si de repente el mundo entero se hubiese detenido únicamente para ellos.

—Hola, Grecia —le sonrió el doctor a la muchacha—, ¿te llamas Grecia, verdad?

Ella asintió y finalmente apartó los ojos de aquel enigmático hombre, sentía que, si no lo hacía, él terminaría por engullirla de un solo bocado.

Tragó saliva.

Su presencia era feroz, imponente y acaudalada. Todo de él irradiaba hombría y poder. Y aunque Grecia se sintió perfectamente intimidada, no pudo evitar sentirse atraída a partes iguales.

— ¿Cómo amaneciste? —indagó Luca, inspeccionándola.

Grecia abrió los ojos de par en par y miró por la ventana.

— ¿Es de día...? —preguntó con sonrojes, pues el Arcuri no había dejado de mirarla en todo el rato, como si esperara conseguir alguna clase de respuesta a todas las preguntas que se habían arremolinado en su cabeza.

El hijo del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora