Grecia sintió un extraño cosquilleo en cuanto salió de la consulta con el hematólogo y miró a Emilio, tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto impasible.
— ¿Cómo ha ido? —Le preguntó en seguida, con la garganta seca y sin atreverse a sostenerle la mirada por demasiado tiempo.
Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.
—Ahora debo ir con el ginecólogo —informó con voz pausada.
—Sí, pero te he preguntado cómo ha ido la consulta con el hematólogo.
—Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé, no creo que le importe —susurró con absoluta claridad. Emilio, al escucharla, se quedó paralizado por un segundo.
Encima que intentaba tener una pizca de amabilidad con ella por su estado, resultaba atrevida y soberbia. Pensó mientras se aclaraba la garganta y arrugaba la frente.
—Tienes razón, no me importa. El ginecólogo te está esperando, es por ese pasillo —señaló con fingida indiferencia.
La muchacha asintió y empezó a caminar sin intención de volver a dirigirle la palabra, pero, tras ver de reojo que él la seguía de cerca, no pudo contenerse.
— ¿Piensa entrar conmigo a la consulta? —Inquirió con esa vocecilla que tanto lo desequilibraba.
—Ese hijo podría ser mío y es tu primera ecografía, no pienso perdérmelo por nada del mundo.
Grecia, al escucharlo hablar de aquel modo, no pudo evitar pensar que sería un gran padre para su hijo, y que si ella, por alguna u otra razón no estaba, estaría en paz de saber que su pequeño sería cuidado y amado; sin embargo, él aún seguía teniendo dudas con respecto a su paternidad y eso no tardó en decepcionarla.
Por una parte, lo entendía, pero ella sabía la verdad y ese hombre era el padre su criatura.
Un par de minutos después, ella ya se encontraba tumbada en la camilla mirando a la pantalla con total admiración, mientras tanto, Emilio estaba casi embelesado con su pequeña y casi inexistente barriga descubierta.
Tenía la piel tan suave y delicada que por un instante creyó que esa mujer no podría ser así de real, era perfecta joder.
Una perfecta mentirosa.
— ¿Es ese mi bebé? —preguntó la joven con ternura.
El médico asintió con una sonrisa y les explicó a ambos el significado de aquella imagen. La criatura tenía las medidas correspondientes para esa semana y podría tener un desarrollo completamente normal si se seguían las indicaciones pertinentes.
Grecia asintió de puro alivio y cerró un instante los ojos agradecimiento en minucioso silencio. Su bebé nacería sano y ella haría todo lo que estuviese en sus manos para que así fuera. Por su parte, Emilio no pensó muy diferente a ella, esperaría el tiempo que fuese necesario para saber si ese bebé era realmente suyo y se encargaría de que el proceso fuese lo más saludable posible, aunque no soportara la cercanía de esa mujer.
— ¿Quieren escuchar su corazón? —preguntó el doctor y a la muchacha se le llenaron los ojitos de pura ilusión.
Asintió de inmediato, sin importarle que el padre de su hijo se negara o no, él no iba a arrebatarla las mejores primeras veces de su vida. En cuanto aquel particular sonido inundó las paredes de la habitación, Emilio, aunque no quiso ilusionarse con una posibilidad que todavía no era certera, no pudo contener su alegría y sonrió nostálgico.
Grecia ahogó una pequeña exclamación de alegría y no pudo evitar las lágrimas. Era el sonido más extraordinario que volvería a escuchar jamás en su vida.
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El hijo del Italiano
Romance«Ahora que ella y su supuesto hijo existen, la estabilidad y el muro impenetrable con el que había forjado su duro corazón, se ven sacudidos por el carácter de esa mujercita que consigue crisparle los nervios cada que vez que la tiene cerca. ¿Será...