EL VÍNCULO: TENER UN MACHO

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Todavía estábamos sin camiseta y mojados cuando subimos al coche

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Todavía estábamos sin camiseta y mojados cuando subimos al coche. Louis volvió a agitar la cabeza, sin importarle mojar la ventanilla, el volante, el parabrisas, el respaldo y a mi.

—Joder, Louis. —me quejé mientras me cubría el rostro. Pero el lobo sonrió, encendió el motor y puso la calefacción, que empezó a emitir un ruido grave y bajo.

Me puse la sudadera y dejé la cazadora nueva en el cueco de mis pies antes de girarme a por el tupper enorme que había en la parte de atrás. Se lo di a Louis y su estómago produjo un rugido de queja al verlo. Al mirar la hora en la pantalla, me di cuenta de que nos habíamos pasado bailando y follando en el club casi dos horas y media. A mí me habían parecido poco más de veinte minutos. Resoplé y levanté las piernas para apoyarlas sobre el salpicadero mientras Louis abría la tapa del envase de plástico y empezaba a comerse la comida con las manos, llevándose grandes trozos de carne con salsa a la boca antes de masticarla a prisa y mirarme por el borde de los ojos. La imagen era… era Louis, sin más. Recosté la cabeza en el asiento y me crucé de brazos, inclinando el rostro para seguir mirándole. Había algo en el lobo… algo tosco, estúpido y grosero; era un cerdo, se comportaba como un cerdo y yo sabía que debía odiarle. Toda mi vida había despreciado a esa clase de personas, a los infantiles e imbéciles. Pero Louis tenía algo diferente, algo que me gustaba. Incluso cuando te miraba con sus ojos azules y la boca llena de grasa mientras se llevaba pedazo a pedazo de carne a los labios como un puto animal; me hacía sentir cierta felicidad saber que estaba disfrutando de su comida. Chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Seguro que eran las feromonas las que me hacían pensar y sentir aquello.

El lobo tardó casi cuarenta minutos en terminarse los cinco kilos de carne del tupper, dejando tan solo un envase vacío y manchado de grasa. Su barriga al aire estaba más abultada de lo normal, eructó y soltó aire por los labios manchados antes de recostar la cabeza y entrecerrar los ojos. El coche estaba caldeado y apestaba a la comida y al Olor a Macho del lobo, que empezó a aquedarse adormilado escuchando el repiqueteo de la lluvia contra el techo y los cristales. Cuando le oí roncar, le quité el tupper de las piernas, lo cerré y lo tiré a la parte de atrás. Busqué mi móvil en la cazadora y repasé los mensajes del Foro. Los esnifadores me hacían todo tipo de peticiones y pedidos que, por una cuantiosa suma, quizá estuviera dispuesto a darles. Muchos de ellos eran de prendas de ropa concretas, manchadas de algo en concreto y con mucho Olor a Macho. El precio era alto y me tentaba bastante la idea, pero eran demasiado complejos. Louis odiaba correrse fuera de mi culo o mi boca, no iba a poder convencerle, por ejemplo, para que manchara de semen sus zapatillas; ni siquiera por dos mil dólares. Seguiría con los retales una semana más y después ya vería lo que haría.

Entre los mensajes de los esnifadores había muchos otros de omegas dándome por culo con sus tonterías. Todavía no habían olvidado mi comentario tonto y, creía, ese error me perseguiría durante toda mi brillante carrera como vendedor de Olor a Macho; sin embargo, en esta ocasión, uno de esos mensajes llamó mi atención. Se llamaba «¡Cuidado!» y venía de Omega4Life, uno de los omegas que más sabían sobre lobos de todo el Foro y el cual me había ayudado mucho con sus hilos explicativos y sus consejos a otros omegas. Apreté las comisuras de los labios, moviendo el dedo por encima de la papelera para borrarlo, pero, aparté el pulgar y borré todos los demás menos ese. Dejé el móvil entre las manos y miré el parabrisas empapado de lluvia, con regueros que lo cruzaban como venas de agua, reflejando la luz de los faros delanteros que alumbraban la entrada al almacén. Giré el rostro hacia el profundo ronquido que se oía, mirando a un Louis dormido, sin camiseta, con los enormes brazos cruzados sobre el pecho, por encima de su barriga abultada. Cogí la cazadora de cuero que le había comprado y se la puse como una manta antes de ir a por la mía y ponérmela. Me pasé la capucha por encima de la vieja gorra de béisbol y salí al exterior, cerrando la puerta con cuidado tras de mí. Saqué un cigarro y lo encendí bajo la lluvia, cubriéndolo con la visera para no mojarlo. Solté el aire hacia delante y miré la oscuridad. «¡Cuidado!», se llamaba el mensaje. Dramático e innecesario, como siempre eran los putos omegas.

Humano [Larry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora