LA MANADA: NI PAGA NI COBRA

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La siguiente ocasión en la que me encontré con un Macho de la Manada fue dos semanas después

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La siguiente ocasión en la que me encontré con un Macho de la Manada fue dos semanas después. Hacía un calor horrible y pasaba el tiempo entre las neveras de bebidas refrigeradas y el exterior. Sudando y con la piel pegajosa, bebiendo Red Bull y cerveza fría y fumando a cierta distancia de los depósitos y los surtidores. Al menos era de noche y el sol no caía directo sobre mi cabeza, porque aquello debía ser como un jodido horno cuando el cemento de la autopista se calentaba. Incluso me había llevado una silla plegable de playa que, por alguna razón, vendían en la tienda de la gasolinera. Me tumbaba allí la mayoría del tiempo a la espera de un golpe de brisa que me devolviera a la vida, con un cubo de hielo a los pies repleto de bebidas frías. Había otra silla vacía al lado, la de Louis, quien muchas veces venía a hacerme una visita o a esperar a que mi turno terminara. Se sentaba allí conmigo, bebía cerveza helada y comía un helado de stracciatella tras otro; el único sabor que le gustaba. Cuando aparecía un cliente, yo soltaba un insulto por lo bajo y me levantaba, sintiendo la tela de mi bañador corto empapada y mi camiseta de asas bajo el estúpido chaleco de la gasolinera pegada contra mi cuerpo. Louis había sufrido un profundo debate interno la primera vez que me había visto con mi ropa corta de verano: se había puesto cachondo, pero a la vez se había enfadado. «Harry ya tiene Macho» me recordó varias veces hasta que fui yo quien se enfadó con él y corté esa mierda en seco. Él también iba apenas sin ropa, siendo mucho más obsceno debido a su tamaño y su musculatura, y yo no le decía nada.

El conductor gruñó, mostrándome un poco los dientes. Si me hubieran aceptado como compañero de Louis, jamás hubieran podido hacerme eso, porque sería como una provocación y una ofensa al SubAlfa; pero yo para ellos no era más que un desagradable humano que apestaba a Louis, que vivía con él, que se lo follaba cada día y que le mantenía cuidado y saciado. Aun así, mantuve la mirada de ojos claros del lobo sin dudarlo, porque no necesitaba ser el humano de nadie para enseñarles respeto a esos subnormales de la Manada.

—Rellénanos el depósito, Harry —intervino  Cameron tras el conductor, inclinando la cabeza para poder mirarme, poniendo una mano en el pecho de su compañero para calmarle.

Eché una última mirada a aquel lobo que seguía gruñéndome un poco por lo bajo y fui a por la manguera del surtidor. Cuando abrí la rosca del depósito y la metí, levanté la mirada y vi un cargamento de más cajas de «caramelos», apiladas y precintadas como las que yo me había llevado. Al girar el rostro me encontré con la expresión enfadada del lobo que no conocía, observándome fijamente por el gran retrovisor lateral. Sonó una puerta abriéndose y Cameron bajó del Toyota para dar la vuelta al coche y quedarse apoyado en la parte trasera, con sus musculosos brazos cruzados en el pecho y la cabeza levemente ladeada mientras me miraba. Le ignoré hasta que el depósito quedó lleno y después saqué la manguera para volver a dejarla en el surtidor. Di por concluido el momento y fui hacia mi silla.

—¿Tienes un cigarro, Harry? —me preguntó el lobo, sin moverse de su sitio. Estaba serio y mantenía la cabeza alta, como si estuviera todo el rato alerta.

Humano [Larry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora