I - Élodie

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Las gotas de lluvia golpeaban el empedrado suelo de uno de los callejones más concurridos de la ciudad de París, donde hombres y mujeres por igual se reunían en tabernas y burdeles para evadir por un tiempo la monotonía de sus vidas los unos, y pa...

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Las gotas de lluvia golpeaban el empedrado suelo de uno de los callejones más concurridos de la ciudad de París, donde hombres y mujeres por igual se reunían en tabernas y burdeles para evadir por un tiempo la monotonía de sus vidas los unos, y para sobrevivir las otras. La noche aún no había caído, pero las lluviosas nubes cubrían el cielo, impidiendo la filtración de cualquier posible rayo de luz, y la oscuridad se cernía sobre el lugar.

Frené mi marcha y miré hacia el cielo, dejando que el agua recorriera mi rostro; curioso que el tiempo se encontrara igual de afligido que yo, era realmente curioso que las nubes expresaran con su llanto lo que mi corazón sentía: dolor. Algo apuñaló mi pecho cuando los recuerdos abordaron mi mente.

Otra vez no, otra vez no.

Sacudí mi cabeza para apartarla de mis pensamientos y le di un enorme trago a la botella de whiskey que sostenía con mi mano izquierda, mi fiel compañera en los últimos años. Los párpados amenazaron con cerrárseme y retomé mi camino para llegar a mi destino de los viernes. Los edificios y la carretera que percibía con mis ojos no paraban quietos, iban de izquierda a derecha nublando mi visión y dificultando mi caminar.

Pasé mi mano libre por mi pelo para apartarlo de la cara y tener una mejor perspectiva del entorno, y entonces la vi. Estaba allí, frente a mí, dándome la espalda. Su dorada melena caía en una trenza por su dorso casi llegando a la pomposa falda de su vestido, que era casualmente del mismo color que sus hermosos ojos. Se encontraba observando un escaparate, con la frente apoyada en el cristal y la mano ejerciéndole de visera. El vaho y las gotas de lluvia dificultaban la visión del interior de la tienda y ella intentaba por todos los medios distinguir el precio de uno de los sombreros allí expuestos.

Los latidos de mi corazón aumentaron su ritmo y me acerqué, apresurado, hacia ella. La tomé del brazo y tiré con suavidad de él para que quedásemos cara a cara.

—¡Grace! —exclamé con alegría—. ¡Has venido a buscarme!

Mon Dieu! Qu'est-ce que vous faites? Libérez-moi—contestó tirando de su brazo para librarse de mi agarre.

Grace, c'est moi, c'est Luke, Luke Clifford —insistí, tambaleándome por el alcohol que recorría mis venas—. Tu ne te souviens pas de moi?

Después de la tormenta viene la calmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora