II - La mirada del tuerto

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Era bien conocido el refrán que decía que cuando una puerta se cerraba, una ventana se abría, pero este parecía no aplicarse a mi familia; para nosotros no solo se había cerrado una puerta, sino todas las ventanas

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Era bien conocido el refrán que decía que cuando una puerta se cerraba, una ventana se abría, pero este parecía no aplicarse a mi familia; para nosotros no solo se había cerrado una puerta, sino todas las ventanas. Cuando creíamos haber tocado fondo, aparecía una nueva capa bajo el suelo que ahondaba en ese agujero negro del que no éramos capaces de salir.

El rechazo de Matthew y la partida de la mansión Duncan habían sido solo el comienzo de una serie de desdichados acontecimientos que habían llevado a los Evans a caer varios puestos en la escala de la sociedad. Cinco años llevábamos ya sufriendo desgracia tras desgracia y desprecios por parte de las personas que un día creímos amigos.

Mi madre era, sin duda alguna, la más afectada con todo esto. Ella siempre se había mostrado invencible ante el resto; con la familia perfecta y la mejor mansión de la ciudad, con hijos ejemplares y nietos aún mejores. Cuando creyó haber llegado a la cima, situándose en la cúspide y gobernando al resto de mujeres del condado, cayó en picado sin nada que amortiguase el golpe.

Al principio intentó esconder su incertidumbre y sus miedos tras aquella irresistible sonrisa que siempre tenía para mostrar, y adornaba con mentiras los problemas que se cernían sobre la familia, pero no tardó en refugiarse entre las paredes de nuestra casa, incapaz de dar la cara y siendo consumida cada día un poquito más por la soledad y la tristeza.

Si mi memoria no fallaba, hoy hacían tres años justos desde que se encerró en su perfecto palacio de cristal y cortó cualquier relación con toda persona que no formase parte del círculo familiar, el cual, por cierto, contaba con una persona menos: mi cuñada.

Gabriella, aquella mujer que juró cuidar y respetar a mi hermano por el resto de sus días, había decidido romper sus votos e interponer una demanda de divorcio con fehacientes pruebas de un adulterio por parte de William. Mis padres no le dieron mucha importancia al principio, pues creyeron que sería desestimada, pero, como parecía habernos mirado un tuerto, Gabriella salió ganando.

Lo más vergonzoso no fue que la reputación de mi hermano, y por consiguiente la de la familia, se viera perjudicada, sino que Gabs huyó de Maryland junto al mismo hombre que le había ayudado a separarse para siempre de William, abandonado así hasta a sus propios hijos. A medida que crecían, mis sobrinos iban haciendo cada vez más preguntas; solo sabían que su madre se había marchado de un día para otro, pero desconocían el motivo y no considerábamos conveniente que lo supieran. Algún día, llegado el momento, su padre confesaría sus pecados y ellos decidirían qué camino tomar.

Después de la tormenta viene la calmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora