VI - En resumidas cualidades

58 12 199
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dejemos que sea el destino el que decida si volvemos a encontrarnos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dejemos que sea el destino el que decida si volvemos a encontrarnos.

Palabras, simples palabras vacías con las que había ocultado sus verdaderas intenciones: no volver a vernos nunca más. No entendía por qué le daba tantas vueltas, pero desde nuestro desencuentro no podía sacarlo de mi cabeza. Era un hombre que derrochaba arrogancia por todos sus poros, una persona maleducada y descarada, pero también el caballero más apuesto que jamás había conocido.

Me quedé concentrada en el humillo que destilaba la humeante taza de té, ascendiendo en un baile zigzagueante hasta fundirse con la cálida brisa veraniega. ¡Su caballo había estado a punto de llevarme por delante! Aunque él lo había impedido, acercando nuestros cuerpos, susurrándome al oído, riendo sobre mi nuca, sujetándome con firmeza con aquellos fornidos brazos...

—Grace, querida, ¿me estás escuchando?

Sacudí mi cabeza, sonrojada, y la tórrida imagen se evaporó de inmediato. Miré a mi madre, desubicada, y asentí mientras llevaba la taza de té a mis labios. Ella negó con su cabeza, suspirando con molestia.

—¡No me vengas con pamplinas! ¿En qué andabas pensando? —me interrogó, señalándome con una cucharilla—. Estás muy perdida, Grace, muy perdida...

—Nada importante, madre.

—Eso seguro, llevas días sumida en tus pensamientos. Tienes que centrarte en lo que nos atañe, Grace. —Volvió a señalarme con la cucharilla.

—Queda aún un mes por delante para ese baile, madre, por más veces que me diga que me centre no hará que el tiempo pase más rápido —suspiré, cansada.

—Pero has de prepararte, querida, hace años que no nos mezclamos con la sociedad y creo que has perdido tus mayores cualidades.

—¿Ah, sí? —pregunté, mirándola de reojo.

—Por supuesto que sí. ¿Hace cuánto que no compras vestidos nuevos? ¿Y ese peinado malhecho que me llevas? Por no hablar de tus modales, que, sin duda —puso sus manos sobre mi pecho y espalda para erguirme—, has dejado aparcados.

Después de la tormenta viene la calmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora